Las redes sociales, lamentándolo mucho por romperles el mito a algunas personas que creen lo contrario, son irrelevantes. Salvo, claro está, para personas irrelevantes. Personas que creen que van a cambiar algo desde su sofá, desde su pureza ideológica que, al final va a ser solo «la suya» o, simplemente, consiguiendo un nutrido grupo de acólitos virtuales que se muevan según sus dictados por ser fáciles de manipular. Y esto no funciona así.
Llevo cuarenta y siete años en la vida real. Unos quince naufragando en diferentes redes sociales. Y me sorprende la capacidad de sentar cátedra, de expresar frustraciones que no se muestran en ninguna otra parte e imponer pensamientos que, curiosamente, si alguna vez viera por un agujero a esas personas que los imponen, seguramente vería como callan frente a las cosas que dicen a su lado en un bar. Siempre y cuando vayan al bar. Yo siempre desconfío de la gente que no pisa los bares. No hay pruebas ni estudios pero estoy convencido de que las personas que jamás van a esos lugares tienen problemas muy serios.
Estos dos últimos días, en los que he sido acusado de machista, mala persona, acosador,… y poco menos que causante de la extinción de los dinosaurios, no he podido menos que fijarme en las conversaciones que se han ido produciendo a mi lado fuera de las redes sociales. Chistes machistas. Un montón de defensores de que la mujer está para limpiar y follar. Todo lo anterior aderezado con conversaciones a favor del fútbol, lo malos que son los políticos, lo vagos que son los docentes o, simplemente, que lo mejor que hay es lo privado. Muchos con banderita española. Otros con republicana. Y muchas mujeres que, curiosamente, también compartían ese debate chusco.
Esa es la realidad. Ahí es donde ninguno de esos personajes, defensores de la moral en las redes sociales, se atreve a decir nada. Es mucho más fácil insultar o acosar a alguien por las redes sociales que coger, levantarse en un bar e irse al de al lado a soltarle cuatro frescas por lo que está diciendo. ¿Por qué? Porque en el fondo somos cobardes. Y los que más acosan en las redes sociales a los que piensan diferentes de ellos, más cobardes son.
Es muy fácil encender un ordenador o, con el móvil que siempre lo está, ponerse a publicar algo en defensa de las mujeres, a favor de la mejora de las condiciones laborales de alguien, o en contra de la esclavitud en determinados países. Es muy fácil criticar a los que contratan camareros en negro para que hagan catorce horas al día por menos de mil euros. Es muy fácil criticar a las petroleras y a las entidades bancarias. Lo complicado es hacer algo más allá de esa publicación. Porque, vamos a ser sinceros, eso es incómodo. No es lo mismo criticar a un determinado partido político en las redes, que plantarse frente a sus sedes o interpelarle en público. No, no es lo mismo. Y quien lo hace, curiosamente, es quien menos va alardeando de ciertas cosas en las redes sociales.
La comodidad por las redes sociales de poder criticar que no haya currículo educativo a estas alturas o que, como en mi centro, no exista todavía plantilla para el curso que viene, es muy cómodo. Lo complicado sería plantarse en Conselleria. Llamar al inspector. O, simplemente, coger y no moverse del centro hasta que hubiera esa solución. Algo que todos sabemos que no va a pasar.
Las personas que decimos cosas en las redes sociales las decimos como desahogo pero, por favor, vamos a sincerarnos de una vez: somos unos cobardes de manual. Lo de las redes sociales es la irrelevancia, mezclado con el soma, elevado a su máximo exponente. Una irrelevancia 2.0.
A mí me cayeron hostias virtuales y me siguen cayendo insultos varios por publicar una lista de tuiteros sin haber tenido en cuenta la necesidad de mencionar a más mujeres en la misma. Eso sí, las mismas personas que me han hecho toda la campaña de bullying virtual serían incapaces de levantarse, como he dicho al principio, en un espacio público o privado, para recriminar que alguien contara un chiste machista. Es lo que tiene la valentía 2.0. Que es solo para cobardes.
A menos que uno tenga cientos de miles de seguidores en las redes sociales, la irrelevancia de lo que diga es mayúscula. Eso sí, muchos se conforman con esa irrelevancia dotándola, en su imaginación, de una importancia que no tiene.
Lo que cuesta es hacer cosas. Y las cosas, cuando se hacen, en ocasiones tienen muy poco de posibilidad de publicarse porque, mientras estamos publicando cosas no estamos haciendo. Es así de simple.
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Pues en mi país han habido manifestaciones que provocaron cambios políticos, heridos y hasta muertos con gente que se conoce, se une y coordina casi exclusivamente a partir de las redes sociales.
Publicar en las redes sociales es muy sencillo. Salir a la calle o reclamar los derechos en otros lugares es, por desgracia, algo muchísimo más complicado.
Tienes razón en lo que dices, pero yo me estaba refiriendo a lo que sucede habitualmente (no a las excepciones muy excepcionales). A la irrelevancia de lo que se publica en un tuit, en un post de Facebook o en un vídeo en Instagram.
Saludos y gracias por pasarte por aquí.