Esta mañana me he levantado, como ya me sucede desde hace tiempo, sin ninguna movilidad extraña de cintura para abajo. He de reconocer que la edad y el estrés de toda la situación de la pandemia han hecho estragos en mi anatomía. Lo que antaño fuera algo que estaba siempre dispuesto, ese cuerpo de Adonis esculpido a fuego y esa larga cabellera que, se le hiciera lo que le hiciera, tardaba menos en crecer que en decrecer, ha desaparecido. Ahora tan solo me queda la excusa de decir, comparando con los de mi edad, que no estoy del todo mal. Además, las lorzas se han distribuido uniformemente alrededor de mi anatomía, permitiéndome en breve, disponer de un repecho para asignar la bebida mientras disfruto del mar. No todo iba a ser malo.

Eso sí, pasada más de una década de mi aterrizaje en la red del pajarito, me he levantado con un Twitter efervescente a nivel educativo. A ver, que lo que me pasa a mí les pasa a muchos y no hemos de olvidar que las viejas glorias, al igual que esos tipos del Pleistoceno que están proponiendo medidas educativas, nos hacemos cada vez más mayores. Con achaques de la edad y con menores filtros. Además, yo siempre he dicho que la edad no nos hace mejores ni más expertos en algo. Nos hace más viejos, más gruñones y con menos agilidad mental. Ya no digo funcional, porque se deduce de mi primer párrafo.

Prometo que después de un debate encendido entre dos personas que aprecio, una cuestionando el entendimiento de muchos docentes y el otro entendiendo lo mismo que he entendido yo de un homo pandemicus (like all… a qué mola en inglés) que debería estar disfrutando de sus labores de jardín, he intentado reducir el volumen del despropósito proponiendo hablar de sexo o de gastronomía. Sin éxito claro está. Tampoco ha tenido éxito proponer una segunda Eduhorchata, fácilmente sustituible por un Edujabugo, un Edurebujito, un Eduespeto, una Edumigas o una Edufabada. Y esto que la última seguro que mejoraría el tracto intestinal de muchos, especialmente si es de las artesanas y no las de las que nos venden por la televisión.

Nada, no ha podido ser. Al final el debate ha girado hacia que los profesores de Secundaria, por parte de algunos maestros, somos menos que el demonio (a la inversa, también). Y todo mezclado con algunos indigentes intelectuales que hacen infografías que solo pueden comprar los que no tienen ni tan solo neurona becaria como la que se me ha quedado a mí, después de que la que tenía plaza definitiva se fuera a por tabaco. E incluso algún pedagogo o psicopedagogo (qué ganas de complicar los nombres) haciendo gala de auctoritas. Sí, reconozco que lo he buscado en el diccionario porque no tenía claro dónde iba la “c”.

Ni tan solo después de la paella y la siesta posterior se ha reducido el asunto. Otros buitres han entrado con ganas. Y yo, lo único que pienso es en que he comido demasiado. Y en perpetrar estas líneas porque, aunque a algunos les parezca muy importante lo que se dice en Twitter (incluso me han echado de la Conselleria por eso), la verdad es que es un simple divertimento. Eso sí, a veces se agradecería un combate de lorzas por Instagram porque, como mínimo, sería muchísimo más productivo para el sistema educativo.

Iba a ilustrar el post con algo muy ingenioso pero, como podéis comprobar, he acudido a la típica foto del gatito. No me digáis que no os relaja…


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