Ayer por la mañana me planteé, por motivos de cansancio y preocupación ante el ataque furibundo de algunas cuentas, inducido por un personaje que, sinceramente, voy a obviar mencionar aquí porque, a diferencia de esa persona, que mantiene un maravilloso y lícito anonimato, no soy igual que ella, poner en standby la cuenta de Twitter.
Como esa persona y sus acólitos, al leer esta publicación de retirada, la consideraban como un triunfo y seguían insistiendo en «hacerme daño», la verdad es que he acabado, después de meditarlo, desactivando mi cuenta de Twitter. La he desactivado por un año para que, como mínimo, no haya nadie que acabe cogiéndola en treinta días y empiece a publicar cosas con las que no me sentiría a gusto. No es por recuperarla. Es, simplemente, por lo anterior. Aunque, como siempre sucede, algunos crean interesadamente o, por sus limitaciones de comprensión, otra cosa.
Han sido trece años. En esos trece años nadie me había puesto tanto en la picota ni había recibido tantos insultos como en estos últimos días. Creo que nunca se había hecho una cacería similar a un mindundi como yo en esta red social. Menos aún de forma tan clara y manipulando completamente la realidad. Hay temas que, por lo visto, obligan a participar en lo «políticamente correcto» y no te puedes desviar ni un ápice de lo que marcan determinados lobbies. Y, debo reconocer que las ganas de algunos de perseguir a los disidentes, especialmente si se les va azuzando cada cierto tiempo, es de juzgado de guardia.
No me preocupa lo que han hecho determinados personajes, normalmente ocultos bajo cuentas anónimas. Me preocupa bastante más el silencio cómplice de algunas personas a las que tenía estima. Bueno, me han demostrado que me equivocaba con ellos. No pasa nada. Con la mayoría de ellos no había coincidido fuera de la red social del pajarito. Y con otros, sabiendo ya esto, tampoco me apetece tener ningún contacto ulterior. Los que me interesan ya tienen mi teléfono y la manera de ponerse en contacto conmigo, mediante otros medios. Los demás, especialmente aquellos que me parecían otra cosa, que busquen timar a otros.
Cuando algo no te aporta lo dejas. Especialmente si no es obligación. Esto ha sido simplemente la gota que ha colmado el vaso. Creo que, al igual que no quiero compartir mesa con determinadas personas, ¿por qué debo compartir red social? Una red social, por cierto, efímera y de debates muy superficiales. Eso sí, con la ventaja de poder soltar tu alegato en unos pocos segundos. Vale para mí y vale para cualquiera.
Hay cosas que valen la pena. Están fuera de Twitter. Están fuera del resto de las redes sociales y, aunque no os lo creáis, cada minuto que estamos en las redes sociales estamos detrayendo un minuto a otras cosas. Es muy fácil decir y muy difícil hacer. Tanto el aplauso como la lapidación están a la orden del día. Da igual tu trayectoria personal. Da igual tu trayectoria profesional. Si alguien dice que debe irse a por ti, se va a por ti. Algo que hacen especialmente aquellos que van defendiendo lo políticamente correcto, la necesidad de portarse bien en las redes y denuncian, gritando en una red que no distingue los gritos de las letanías silenciosas, que estamos en una sociedad en la que hay mucha crispación. Todo muy coherente.
Debo reconocer que a día de hoy Twitter me aporta poco. Incluso lo de estos últimos días me ha hecho darme cuenta de una cosa… ¿reamente me interesa qué opinen de mí o de lo que digo determinados personajes? ¿Realmente me importa, salvo las personas que quiero, con las que comparto espacios y que he elegido para mi viaje vital, lo que digan cuatro personajes con tiempo para perseguir a los que no piensan como ellos? Pues va a ser que no.
Por eso, además de cerrar Twitter voy a convertir el blog en una cámara de eco. No admitiré, como hasta ahora, ningún tipo de comentario incorrecto contra mi persona. En Twitter no se podía evitar porque, por mucho que silencies y bloquees, siempre hay el que te persigue intentando hacerte daño. Pero esto es mi casa. Este es mi blog. Y estas son mis reglas.
Otro cambio, y este ya es más técnico que otra cosa, es que, al haber desactivado mi cuenta de Twitter ya no puedo enviar más boletines semanales. Para septiembre, que es cuando retomaré el envío de lo que escribo en el blog, espero haber encontrado alguna alternativa que me satisfaga.
Sigo por aquí. Sigo publicando los artículos en Facebook y Telegram. Algunas fotos muy poco educativas en Instagram. Hay vida más allá de Twitter. Eso sí, a partir de ahora la interacción con terceros, salvo por correo electrónico (que podéis encontrar en la pestaña de «contactar») será nula. Y no os preocupéis los suscritos, sigo con el libro.
De verdad. No sabéis cómo os agradezco a algunos vuestros ataques e insultos de estos últimos días en Twitter porque, al final, he acabado ganando. Gracias.
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Haz lo que debas para ser feliz y estar tranquilo contigo mismo. Seguiré leyéndote en otras redes, porque pones por escritos cosas que soy incapaz de expresarlas, y por ello te comparto muchas veces. Necesitamos luchadores con voces en el mundo de la educación, y desde los docentes en particular. Gracias por todo y sigue así.
Lo único que he hecho es largarme de la red «caníbal». La verdad es que ha mejorado mi atención y, en nada ya encuentro beneficios a haberla abandonado. Gracias a ti por el comentario.
Gracias y ánimo.
Seguiré dando la tabarra por el blog. Gracias.