En la respuesta a la pregunta que se plantea en el artículo, podría tirar de expresiones muy manidas, como que realmente la herramienta es sólo un medio y no un fin por ella misma, que cualquier herramienta puede ser aprovechable e, incluso, la última moda de considerar el aprendizaje como algo etéreo que no depende de herramientas para llegar al mismo. Bueno, en este último caso me gustaría que alguien me definiera qué es aprendizaje para ellos porque, por desgracia, me da la sensación que algunos no lo entienden.
Pero vayamos a responder a la pregunta. A mí sí me importa la herramienta que voy a usar en mi aula. No voy a plantear mi modelo de enseñanza -sí, cada docente tiene su modelo que adapta de otros modelos más estandarizados o mediatizados- en función de unas herramientas que no posea. Por tanto, ya vemos que la herramienta sí que tiene su importancia porque, es su presencia o ausencia, la que va a hacer que hagamos unas cosas u otras.
¿Os imagináis que planteamos la necesidad de realizar diarios de aula cuando no se dispone de equipos en los centros educativos? Ahora imaginemos que sí que disponemos de los equipos pero no de conectividad, ¿qué hacemos? ¿Abandonamos el proyecto y jugamos con lo que tenemos o nos ponemos a no hacer nada esperando que llegue, en algún momento de nuestra vida, esa conectividad o esos equipos que van a permitir hacer lo que nosotros queremos? Creo que la respuesta es clara. El docente se adapta al medio. Y, es por ello que el medio actúa de límite sobre qué podemos o no hacer.
En cambio, ¿qué pasaría si se dispone de la herramienta y no se usa por parte de los docentes? ¿Hasta qué punto ha sido necesaria una inversión o despliegue de medios para que dicha herramienta se infrautilice o sea, directamente, abandonado su uso porque llega un momento en que nadie sabe que existe o dónde se ha guardado? ¿Debe el suministro de determinadas herramientas adaptar los modelos de enseñanza de los profesionales? Si, por ejemplo, se nos suministran iPads, Chromebooks, impresoras 3D o gafas de realidad aumentada, ¿debemos obligar a que el docente las use? ¿Tiene sentido que llegue primero la herramienta antes de plantearse las necesidades? ¿No estaremos creando unas necesidades ficticias en algunas ocasiones que, por desgracia, no satisfacen al modelo de aula que se plantean muchos docentes? ¿No sería cuestión de que las necesidades se plantearan individualmente en un claustro por parte de los profesionales y fueran trasladadas a la administración educativa?
Dotar por dotar de herramientas o recursos de forma indiscriminada es muy fácil pero, por desgracia, no satisface las demandas reales del aula. Porque, cada aula -y cada centro educativo- es de su padre y de su madre. Algo que obliga a considerar la herramienta como algo difícil de exportar entre las mismas y, por ello, hace difícil poder plantear si algo debe ser usado o no.
Me da la sensación de que, a veces, nos vemos coaccionados por la herramienta -por su existencia o ausencia- y, es por ello que, al final, la mayoría de docentes optan por lo que, según su perspectiva personal, siempre les ha funcionado o han visto que funciona. Herramientas de fácil acceso que, lo único que hacen es perpetuar modelos educativos (¡no siempre es malo!) que se van adaptando, en pequeñas gotas, a herramientas que les caen del cielo. Eso sí, al final, como siempre sucede, lo que menos importa es la herramienta porque la misma no se ha configurado para que sea la que se adapte al centro educativo y, más bien para que el mismo se adapte a ello. Y eso ya estamos viendo que es un error.
Lo importante a la hora de decidir qué herramienta necesitamos en nuestro centro educativo es saber responder a dos preguntas: ¿cuál es el propósito de la herramienta? y ¿para qué vamos a utilizarla? Sin responder a lo anterior, seguiremos jugando a un juego muy poco productivo.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉
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