Luchar contra los bulos educativos se está convirtiendo en una tarea de titanes. Cada día aparecen nuevos rumores y falsedades que, lejos de desvanecerse, encuentran terreno fértil gracias a ciertos medios y personajes empeñados en difundirlos como verdades absolutas. En una era donde la información vuela a la velocidad de la luz, diferenciar la realidad de la ficción se ha vuelto una misión esencial para mantener la integridad de nuestro sistema educativo.

El primer reto con que nos encontramos es la facilidad con la que los bulos se propagan. Vivimos en tiempos donde cualquier persona con acceso a internet puede publicar información sin necesidad de ser verificada. Lo preocupante es que estos bulos se presentan de forma sensacionalista, captando la atención y la credulidad de aquellos que no se toman el tiempo de verificar las fuentes. Una simple publicación en redes sociales puede desencadenar una ola de desinformación mucho más rápida que los esfuerzos por desacreditarla.

A esto se suma el hecho de que hay personas y grupos que, con intenciones diversas, contribuyen a la difusión de estos bulos. En muchos casos, estas voces tienen plataformas considerables y acceso a medios de comunicación que amplifican su alcance. Ya sea por motivos ideológicos o, simplemente por notoriedad, estas voces confunden a la opinión pública y erosionan la confianza en el sistema educativo.

Uno de los bulos más persistentes es que las metodologías «tradicionales» o la clase magistral son un fracaso total. Se perpetúa la idea de que todo lo nuevo es bueno y que, plantearse que en otras épocas había métodos que funcionaban es falso. Esta visión ignora completamente la evidencia empírica y los estudios que demuestran la eficacia de determinados enfoques para las necesidades del siglo XXI porque, al final, el alumnado no ha cambiado tanto como nos quieren hacer creer y sus necesidades, salvo alguna puntual que haya surgido, son las mismas.

Otro bulo recurrente es la demonización de los docentes, presentándolos como ineficaces o desinteresados. Nada más lejos de la realidad. Los docentes están en primera línea, tratando de mantener la calidad educativa a pesar de las crecientes dificultades. Sin embargo, la difusión de estas falsedades erosiona su autoridad y moral, creando un ambiente de trabajo aún más hostil. Y otorgando una diana, de forma global, a un colectivo que, al igual que en todos, tiene en su mayoría muchas ganas de hacer las cosas bien.

La pregunta que, seguro os surge a estas alturas del post, es ¿cómo podemos combatir esta marea de desinformación? La respuesta no es sencilla, pero hay pasos que podemos tomar. Primero, la educación sobre la alfabetización mediática es esencial. Enseñar al alumnado y a la sociedad en general a identificar fuentes confiables y a cuestionar la información antes de aceptarla como verdad es crucial para frenar la propagación de bulos.

Además, es vital que las instituciones educativas y los expertos (que no gurús u opinólogos) en la materia se posicionen de manera clara y contundente contra la desinformación. No basta con refutar los bulos una vez; es necesario hacerlo de manera constante y proactiva, utilizando todos los canales de comunicación disponibles para llegar a la mayor cantidad de personas posible. Eso sí, primero debemos definir qué es un experto y, en segundo lugar, deberíamos conseguir el mismo público objetivo para ellos porque, al final, tan solo hace falta ver la cantidad de seguidores que tienen algunos en redes sociales o quiénes aparecen habitualmente en los medios, para saber que queda mucho por hacer para dar voz a los que realmente saben.

Finalmente, necesitamos un compromiso más fuerte de los medios de comunicación y las plataformas digitales para identificar y eliminar la desinformación. Las redes sociales, en particular, juegan un papel crucial en esta lucha, ya que son el principal vehículo de propagación de bulos. Pero, como siempre he dicho, defendiendo la libertad siempre, soy más partidario de contraponer información veraz a ir cerrando medios o poniendo más reglas de juego en los medios, salvo en caso que incumplan algún tipo de normativa.

La batalla contra los bulos educativos es ardua y sin fin, pero no podemos darnos el lujo de ignorarla. Cada bulo sin refutar es una pequeña victoria para la desinformación y una derrota para la educación. Mantenernos vigilantes, educar sobre la alfabetización mediática y exigir responsabilidad a todos los involucrados son pasos esenciales para asegurar que la verdad prevalezca. Una verdad relativa pero que siempre va a ser más cierta de las cantatas desafinadas de algunos.

Es muy fácil querer hacer daño. Es muy fácil intentar retorcer la verdad para que cuadre con las necesidades de uno. El problema es que, al final, lo del argumento de que todos van en la autopista en sentido contrario y soy yo el que voy por el correcto no cuela. Ni tampoco cuela el decir ciertas cosas, a pesar de saber que son mentira, solo para obtener un beneficio personal. Eso tiene otro nombre.

Finalmente deciros que, por ahora, los bulos en educación están en su máximo esplendor. Son muchas batallas perdidas pero, dejadme pecar de optimista en este caso. Estoy convencido de que con información, transparencia y rigor se puede luchar contra ellos. O, al menos, debemos intentarlo. Nos jugamos mucho.

Son las seis de la mañana. Llevo un par de horas despierto y ya me he ventilado parte de los correos electrónicos que tenía pendientes. Y no, en este caso no es un bulo. Es, simplemente, una auténtica desgracia para mí el tener insomnio. Que os sea leve la semana o que os toque el Euromillón. Eso sí, haced cola para lo segundo. Me lo he pedido antes.


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