Escribo por placer. Jamás nadie me ha impuesto (aunque algunos lo hayan intentado) cómo y acerca de qué debo escribir. Tener un blog propio, con alojamiento y dominio pagado religiosamente, me da para tener más libertad que un perfil en las redes sociales gestionado por una determinada multinacional. Aquí no hay más censuras que las que me pongo. No hay más temas tabú que los que me pueda llegar a imponer. Ni tan solo, en ocasiones, hay lenguaje políticamente correcto o necesidad de agradar a nadie. Es cómodo escribir sin presión. Es cómodo escribir para uno mismo y plasmar en el mismo ciertas ideas, opiniones y reflexiones, equivocadas o no, justificadas o no o, simplemente, dejando volar los dedos sobre el teclado.

Cada cierto tiempo me planteo si ha llegado el momento de tirar la toalla. Si vale la pena seguir escribiendo o cuestionando ciertas cosas que suceden, fundamentalmente, en mi ámbito laboral. Si tengo que seguir oyéndome ciertas cosas o recibiendo demagogia a chorro por parte de ciertas personas por, o bien explicarme mal o, cada vez lo tengo más claro, incapacidad de que algunos entiendan qué escribo. O el intentar dejar el sesgo ideológico en casa y no trasladarlo a lo que voy diciendo. Estar abierto de mente es problemático. Más aún en una sociedad tan polarizada y sesgada como la actual. Una sociedad que a los que estamos al margen (o lo intentamos estar) de todas las sectas que se han generado o autogenerado, nos deja bastante expuestos a las críticas de ciertas jaurías o manadas pedagógicas.

Sé que si no escribiera en el blog y hubiera reducido mi crítica a ciertas cosas, hoy seguiría en la Conselleria. Se me dio la opción de dejar de criticar ciertas cosas para continuar ahí. No lo he hecho y, por dignidad, me largué. Algunos tenemos un poco de dignidad. Poca, por el contexto, pero la suficiente para poder decir que no a ciertas ofertas envenenadas. Tampoco es ningún chollo, teniendo el centro educativo a pocos minutos andando, desplazarse en coche durante una hora (media de ida y media de vuelta) para unos míseros doscientos cincuenta euros limpios más al mes. Salvo, claro está, que odies dar clase y te den alergia los alumnos. O que tengas tu plaza a cientos de kilómetros. O, simplemente, que te guste más lo que estás haciendo ahí que dar clase. Va, siendo sincero con los que me leéis, a mí me gustaba lo que estaba haciendo. Y creo que lo hacía bastante bien. Pero el no aceptar determinados silencios y ser coherente, me ha llevado a volver un curso antes de lo planificado. ¿He sido valiente por no dejar someterme a presión? No. Simplemente he tenido la suerte de ser funcionario y poder decir que no. Así que me imagino a los pobres que no tienen más opción que admitir sin chitar lo que les manden sus jefes. Ha de ser muy duro.

En ese momento me planteé tirar la toalla. Sí, me planteé dejar de escribir en el blog (o hacerlo de cosas neutras, o escribir de la forma más neutra posible) y reducir cierta dureza en las redes sociales. Era la opción de pasar de todo, como esos que jamás pisan charcos o abandonan el debate cuando ven que pueden tener pérdidas futuras, y trasladar ciertos temas a mi mente. O simplemente dejar de interactuar, no por no tener argumentos y sí por falta de argumentación de algunos, con muchas personas al primer tuit. Bueno, con muchos perfiles. Porque hay algunos que tienen perfiles y siguen las doctrinas de ese perfil cuando escriben en internet. A veces muestran la patita, pero rectifican casi siempre al poco. O cuando se les pilla abandonan por un tiempo las redes sociales. Es que esto funciona así. Si te pillan con el carrito del helado, conviene mantener un perfil bajo hasta mejor ocasión.

Tengo suficientes proyectos educativos en la recámara para tirar la toalla y dejar de opinar sobre educación (o acerca de las noticias que surgen sobre el tema). Un detalle, algunos no nos quedamos en el titular y somos más que nuestro sexo, color de piel u orientación sexual. Es que si se nos debe invalidar la opinión, más o menos fundamentada, por lo anterior, apaga y vámonos. Lo digo por una experiencia de ayer en la que, curiosamente, se me cuestionó que pudiera hablar de perspectiva de género por ser hombre. Debe ser que hay algún límite que desconozco. O quizás solo puedes hablar de ciertas cosas si hablas en un solo sentido. En el que marque lo que «debe ser». Y algunos creemos que no hay ningún «debe ser» y sí opiniones, mientras sean fundamentadas o con respeto, que pueden darse por todo el mundo. Dándoles, claro está, el valor que deben tener. Por ejemplo, para opiniones acerca de las vacunas, prefiero las palabras de un epidemiólogo que las de un maestro. Es que es de cajón. Pero no estamos hablando de lo mismo porque, en cualquier caso, me importa poco si el epidemiólogo es hombre o mujer, blanco o negro o su orientación sexual. Tampoco me importa el partido político al que vote. Me importa su opinión como especialista y profesional del asunto. Algo que es lo que la hace más válida que otras.

Sigo pasándomelo muy bien en las redes sociales (bueno, en Twitter). Sigo leyendo demasiado acerca de ciertas cosas. Sigo teniendo mi independencia (que jamás es al cien por cien, ya que hay equipaje del que es imposible desprenderte del todo) y mis opiniones. Sigo, por suerte, disfrutando tanto con el blog como con las cosas que, salvo contadas personas, saben que estoy llevando a cabo. Y sigo disfrutando de la gente que conozco y que estoy conociendo. Bueno, de algunos. Hay algunos que conocí en su momento que, simplemente, ahí se van a quedar porque no tengo ganas de saber nada de ellos. Y no es por pensar diferente de mí. Por ser como son. Uno se va de fiesta, a partir de una cierta edad, con los que le apetece irse de fiesta.

Si tuviera sentido común y estuviera aquí para trincar o para aumentar mi ego tocaría tirar la toalla. Es lo que me dicta el instinto de supervivencia. Lamentablemente a mi edad ya estoy de vuelta de muchas cosas. Y, por suerte, tengo mis necesidades cubiertas sin necesitar doblegarme ante nadie, sumarme a ninguna secta o equipo «guay» o, simplemente, medrar a ningún sitio porque, por suerte, estoy donde quiero estar y con quien quiero estar. Sin preocuparme, en ningún momento, por saber que algunos, cuando les interese, van a pegarme una puñalada por detrás. Algo que otros no pueden decir ya que se pasan todo el tiempo mirando por su hombro. Algo bastante triste.

Por ahora la única toalla que voy a tirar es la mía encima de la arena de la playa. Lo siento por algunos. 😉


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