Llevamos meses hablando del proceso de estabilización de personal interino. Algo que también ha llegado a la profesión docente y va a permitir, una vez se resuelva un proceso, tan mal realizado a nivel administración, como tan criticado, de forma más o menos pública, por cualquiera con dos dedos de frente, que miles de interinos consigan convertirse en funcionarios de carrera sin pasar por ningún tipo de oposición.

El anterior, un proceso igual de opaco e injusto que la propuesta a dedo de cientos de directores en Cataluña para permitir que haya docentes que, con independencia de su antigüedad e, incluso en ocasiones de su estatus laboral (hay interinos que pasan por delante de los funcionarios), puedan estar trabajando en determinados centros educativos. Selección dedocrática, falta de transparencia y siguiendo unos criterios totalmente dependientes del «me cae bien», «no se queja por hacer horas extra», «me va muy bien para cubrir esos cursos que no quiere nadie» o, incluso, «me estoy beneficiando de él o ella a nivel físico».

Pero que un proceso de selección de personal en la pública sea una mierda y que permita, al margen de la ética, la transparencia, la equidad y el mérito el acceso a la función pública, no implica que las personas que acudan a él y se beneficien del mismo sean criticables. No es criticable la persona que se aprovecha de ello. Lo criticable es el proceso que permite que se den ciertas cosas.

Es por ello que me sorprende ver, tanto en redes sociales como en declaraciones en pequeño comité, a quienes cuestionan la falta de ética de personas que han participado en el concurso de méritos o que, por estar cerca de casa o trabajando, se pliegan al «sí bwana» para conseguirlo. El sistema es perverso y culpabilizar al eslabón más débil del mismo es siempre un error. Podemos culpar a la administración que lo incentiva. Podemos culpar a los sindicatos que firman determinadas cosas. Pero, por favor, dejemos de culpabilizar a los que, siendo unos pobres trabajadores, deciden anteponer sus necesidades a la de otros. Porque, vamos a ser sinceros, el problema de estas cosas es que fuerzan a que, o bien te quedas sin trabajo, o bien participas en el juego. Y quedarse sin trabajo es muy duro.

Es muy cómodo hablar desde, como es mi caso, una posición de funcionario, con plaza al lado de mi casa a la que puedo ir andando, acerca de que debería hacer otra persona. Intento no hacerlo porque me gusta ponerme en el lugar de esas personas. ¿Qué haría yo? Pues entre irme a cientos de kilómetros de casa a trabajar o, tener que estar pendiente cada curso para obtener una plaza, tendría muy claro que me habría presentado al concurso de méritos y, seguramente, habría jugado a que me reclamaran determinados directores para trabajar en centros educativos cercanos a mi casa. Es así de triste pero, al final, o se hace lo anterior o no se come. O no come la familia.

Los que participan en ciertas cosas no son los culpables. Los culpables son los que no dejan más alternativa que participar en estos Juegos del Hambre. Así pues, por favor, dejemos de criticar a nuestros compañeros y enfoquemos la crítica a los que debemos criticar. En el caso del concurso de méritos a los que lo han diseñado y ejecutado y, en el caso de la posibilidad de elegir a dedo, a los que han redactado la normativa que lo permite y a los que, pudiendo negarse a aplicar esa normativa la aplican.

¿Es perverso que uno de Religión, titulado en Historia, haya obtenido plaza de Matemáticas en el concurso de méritos? Sí. ¿Es malo para el alumnado al que le va a dar clase? Claro. Pero, ¿de quién es la culpa? Ya os digo yo que no es de él. Busquemos los culpables donde toca hacerlo.

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