Cómo me gustaría ser un ignorante de lo que se cuece tras las bambalinas educativas. Cómo me gustaría no haber leído acerca de investigación educativa, normativa o, simplemente, tener menos sentido común del que tengo. Me hubiera encantado no saber de ciertas cosas y quizás, como dicen algunos a los que quiero mucho, ser más feliz sin preguntarme a diario qué se oculta tras ciertas decisiones que afectan a mi profesión o a los receptores del servicio público que ofrezco.

El problema es que no me sale el mirar hacia otro lado. No me sale lo de dejar que, salvo que me afecte personalmente, que cada perro se lama su pijo. En muchas ocasiones he dicho que daría un paso al lado pero, al final me puede mi manera de ser. Y a estas alturas de la vida es ya muy difícil de cambiar. Puedo cambiar de estilo de peinado, de ropa o, incluso, de trabajo. El problema es que es difícil cambiar qué soy porque hay muchas cosas que me han pasado que han hecho que, al final, sea lo que soy.

Hace un par de semanas, en una de esas conversaciones telefónicas que acostumbro a tener con conocidos que, o bien trabajan de lo mío, o bien están en lugares que gestionan lo mío, se me comentó que buscara en una cierta administración pública a una determinada persona. Que lo relacionara con el DUA y que me fijara, específicamente, en uno de los chiringuitos en los que se ofrecen servicios y formación relacionados con lo anterior. Y que comparara apellidos. Blanco y en botella. La genética no miente. Bueno, los apellidos en este caso. No voy a entrar en saber qué hicieron los antecedentes de estos personajes en su vida íntima.

Es que no hay puntada sin hilo. Miras por qué sale el ABP y te encuentras las relaciones, seguramente casuales (en caso contrario sería un escándalo), de una determinada empresa con determinadas administraciones educativas. Demasiadas casualidades que, al menos a mí, ya me empiezan a mosquear un poco. Quizás sean solo casualidades pero, cuando ves que esa casualidad, con unas probabilidades mínimas, se repite continuamente, quizás es que haya algo de correlación. No lo afirmo. Lo intuyo. Al menos es lo que mi sentido común y mi experiencia me dicen.

Cuando nos planteamos de que las decisiones educativas son neutras, deberíamos sabe que esto no funciona así. Siempre hay intereses tras las mismas. El problema es que, en la mayoría de ocasiones, esos intereses tienen muy poco que ver con el interés de la educación y más con interés ideológico o económico. Por eso pasa lo que pasa.

Fuente: https://twitter.com/educaciocat/status/1651559407489101824

Sí, habéis entendido bien la imagen del tuit. Un proyecto que ha supuesto un gran esfuerzo para los centros educativos y el profesorado participante que, curiosamente, «tiene unos resultados iguales a no haberlo hecho». Por tanto tocaría preguntarse por qué se ha hecho. Todo es acudir al proyecto y ver quién hay tras el mismo. Y quizás puedan encontrarse la respuesta a las preguntas.

Detrás de las bambalinas educativas pasan cosas muy raras. El problema es que, por desgracia, esas cosas raras, con beneficios para algunos, acaban afectando a la educación que recibe nuestro alumnado y, lo que es más grave, a su aprendizaje.

En educación no se da puntada sin hilo. Aunque el hilo pueda ser debido, tan solo, a una charla con el amante en el que el mismo le dice al que puede decidir que… «he pensado que podríamos hacer el siguiente experimento con los chavales». Total, lo van a hacer con los hijos e hijas de otros…

Nada. No quería escribir estos días, pero me ha podido el vicio.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel). Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. Además, adquiriéndolo ayudáis a mantener este blog.


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