Ayer se consumó el cierre del último proyecto colaborativo, sin ánimo de lucro, que se ha gestado gracias a las redes sociales en nuestro país. Se cierra el proyecto “En la nube TIC”, con un artículo de Juan Carlos, recordando un proyecto que nos ha acompañado, aunque fuera de forma residual en el último año y medio, a muchos docentes de este país que naufragamos por las redes.

Recuerdo aquel tiempo cuando me creé la cuenta de Twitter y empecé con el blog (por cierto, iré recuperando las entradas que borré en julio pasado cuando hice un renacimiento que, sinceramente, nunca debió hacerse). Recuerdo aquellos proyectos colaborativos que salían cual setas en buena temporada en el que, en pocas horas tenían decenas de colaboradores. Libros colaborativos sin ánimo de lucro. Relaciones que se establecían con independencia de la ideología política de los docentes, la tipología de centros o etapa en la que se daba clase o, asumiendo que todos los que participaban en un modelo de claustro virtual, pudieran tener diferente concepción acerca de cómo dar clase. No importaba.

Además, en ningún momento se valoraba tener uno, cien o miles seguidores en Twitter. Y siempre ayudando a todos aquellos docentes que entraban en la red del pajarito a sentirse como en casa. Algo que tuvo su gestación y su momento de esplendor. Quedadas cada fin de semana en diferentes puntos de la geografía española y, como he dicho al principio, solo hacía falta proponer un proyecto para sumar a decenas y decenas de docentes. Todo lo anterior sin olvidar aquellos lugares en los que, al margen de quien fueras, podías tener una relación horizontal con organizadores, ponentes y resto de asistentes. La verdad es que todos nos sentíamos ponentes e igual de importantes.

Pero todo acabó. Acabó en el momento en que empezaron a aflorar aquellos que estaban ahí por interés. Aquellos que en los grandes eventos se reunían solo con sus amiguetes de Twitter y algunos solo con los que les permitían sacar algo. Gente que aspiraba a una plaza en la Universidad, dando vueltas alrededor de los que se la iban a conseguir. Otros más preocupados en crear un nutrido grupo de seguidores que ahora les ha permitido crear un entramado de formación y tener bolos cada fin de semana. El negocio y el ego empezaron a aparecer. Y la necesidad de eliminar o ignorar a aquellos que no pensaban como ellos. Todo se convirtió en bloques monolíticos. En los grandes eventos, los nuevos empezaban a sentirse descolocados. Algo que hacía que siempre se hiciera el discurso para los mismos.

Surgieron los gurús, los premios de las entidades bancarias, el negocio, las posibilidades de medrar gracias a las redes sociales. Algunos se sumaron a ello. Otros se radicalizaron en sus posturas. Incluso hubo gente que empezó a sentirse superior a otros docentes por el hecho de tener más seguidores, ser el ponente o, simplemente, tener una determinada ideología. Los docentes de la privada (concertada o no) y de determinadas etapas educativas empezaron a sentirse excluidos. Las charlas se convirtieron en letanías repetitivas. No eras un buen docente si no hacías lo que la religión que se estaba conformando decía que debías hacer. Y así es muy difícil realizar una integración para ir más allá. Además, reconozcámoslo ya pasados los años, eso solo ha servido para que algunos se coloquen y saquen tajada. Otros se fueron de las redes para no volver. Es que, sinceramente, ahora es un mérito estar en una red plagada de insultos, supremacistas y lameculos de lo políticamente correcto. Antes todos éramos diferentes. Ahora todo son clanes, sectas y jaurías. No siempre por este orden.

Ahora la mayoría están intentando vender sus libros, plagados de ideología, pero faltos de chicha. Otros ya han medrado donde querían y procuran no enfrentarse a los suyos, mientras atacan habitualmente a todo lo que hacen los otros. Incluso que los otros hagan lo mismo que hacen los suyos en otras Comunidades. El supremacismo educativo está a la orden del día. No interesa mejorar la educación. Interesa ver qué voy a sacar haciendo y diciendo ciertas cosas. Hay casos flagrantes. Incluso hay gente que se enfada con otros por no pensar como ellos. No hay debate. Hay monólogos. Esto es lo que nos estamos encontrando.

Claro que hay comunidades. Hay la de los certificados por Google, los distinguidos por Apple, los expertos de Microsoft, los innoeducadores, los del PSOE, los de Podemos, los del PP, alguno despistado de VOX, los de la memoria, los contrarios a la memoria, los adoradores de Celaá, los denostadores de Ayuso, los… sí, un montón de bandas tribales. Eso sí, ninguna de esas bandas, colabora ni colaborará jamás en un proyecto colaborativo para mejorar la educación (con los límites que tiene hacerse las cosas desde abajo). Solo colaborarán en los proyectos que monten los suyos, destinados a ellos mismos y siempre bajo el amparo de sus acólitos, que los difundirán en las redes sociales mediante la mención infinita y el retuiteo o compartimiento indiscriminado.

En el año 2021 los proyectos colaborativos desinteresados, realizados entre docentes diferentes y diversos, más allá de lo que se pueda sacar,… no existen. Y no os voy a engañar, posiblemente ni existan en el 2022, 2023,… y el resto de vida que nos quede. Es el mercado amigos. El mercado y la sociedad que, por desgracia, cada vez está más anclada en los extremos y en mirarlo todo en función de qué se puede sacar en todas las acciones que uno hace.

Dedicado a todos los que fueron grandes en su momento. Ahora, por desgracia, hay más interesados en reivindicar desde el sofá, hablar de temas que no tienen ni pajolera idea, discutir sin argumentar y, cómo no, intentar pisar los menos charcos posibles y no esforzarse en nada en lo que no exista ningún tipo de trinque o se saquen puntos en el carnet de ególatra educativo.


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