Si te pasas el día publicando en las redes sociales, ¿cuándo trabajas?
En el fascinante mundo de la educación moderna e innovadora, donde las pizarras verdes se han convertido en tablets y el recreo ahora incluye wifi, surge una pregunta que, en pequeño comité, nos estamos preguntando más de uno de los que trabajamos en educación.
Esa pregunta es cómo es posible que algunos docentes, especialmente los que más se quejan EN LAS REDES SOCIALES de estar ahogados con la ingente cantidad de trabajo que tienen, encuentren tiempo para publicar en las mismas como si fueran influencers a tiempo completo. A mí, que ya me está costando este curso, por cansancio matutino y manía de llegar al trabajo a las siete y media, escribir mi artículo diario, no entiendo tanta proliferación en las redes de algunos.
Imaginemos una escena. Martes o jueves a las 10 de la mañana, con un horario laboral que indica que están dando clase de Lengua y Literatura o ejerciendo tareas de dirección, y te aparece una publicación en X o un selfi desde el aula con el hashtag #vidadeprofesor. ¿Cómo lo hacen? ¿Existe una dimensión desconocida donde el tiempo se expande exclusivamente para actualizar el estado del Whatsapp?
Quizás, y solo quizás, estos docentes hayan descubierto la verdadera piedra filosofal de la productividad: la capacidad de trabajar y publicar simultáneamente. Imaginad una escena en la que están en una mano sosteniendo la tiza, la otra deslizando por Instagram y el cerebro, ese órgano tan subestimado, dividido en una multitarea que haría palidecer a cualquier equipo informático de última generación. Incluso al último modelo de iPhone.
Pero, ¿qué pasa con la calidad de la enseñanza? ¿Se ha convertido la educación en un mero telón de fondo para capturas de pantalla de «la dura vida del docente»? Uno podría pensar que, con tanto tiempo dedicado a la construcción de la marca personal de algunos, la preparación de clases se ha reducido a una simple copia-pega de diapositivas de PowerPoint de hace cinco años. Pero seguro que es solo una impresión.
Y aquí viene la ironía. Estos mismos docentes, que claman por más tiempo para trabajar (¿o debería decir, publicar?), son los primeros en quejarse de la sobrecarga laboral. ¿Será que el verdadero trabajo se ha desplazado de la pizarra a la pantalla del móvil? Lo sé. Hay docentes que trabajan mucho. Son la inmensa mayoría pero, curiosamente, estos… no sé muy bien cómo llamarlos… siempre se suman a las reivindicaciones de los que sí que están haciendo maravillas para que el alumnado sea atendido lo mejor posible y pueda aprender lo máximo posible. Y saben vender un solo proyecto a lo largo de toda su vida porque, ¿quién no se acuerda de esa estrella mediática cuyo único año en el aula hizo un cajón flamenco con su alumnado que sigue vendiendo?
Quizás, en lugar de criticar, tal y como estoy haciendo en este post, debería admirar esta nueva habilidad. Después de todo, ¿quién necesita un doctorado en pedagogía cuando puedes tener un millón de seguidores en TikTok explicando cómo corregir exámenes mientras haces un baile viral? Bueno, y si tienes la carrera de pedagogía y la cuenta en TikTok, el acabose.
Así que, la próxima vez que veas a un docente quejándose de no tener tiempo mientras actualiza su estado de muy ocupado en las redes sociales, no te preguntes cuándo trabajan. Pregúntate, ¿cómo puedo yo también entrar en esta dimensión donde el tiempo no es un factor limitante, sino un aliado para la autopromoción?
Si te pasas el día publicando en redes sociales y aún así te quejas de trabajo, quizás no es que no trabajes. Es que has encontrado una forma de hacer que el trabajo y el ocio sean uno solo. ¡Bravo, docentes hiperconectados a las redes sociales! ¡Bravo!
Dedico este artículo a la inmensa mayoría de docentes de nuestras aulas y a los que trabajan fuera de ella para mejorar la educación. En estos momentos del curso seguro que les falta tiempo para todo.
Finalmente deciros que, por cuestiones de carga de trabajo, no voy a poder publicar con la asiduidad que me había planteado o el ritmo que llevaba. Eso sí, seguiré haciéndolo. A horas, por cierto, más intempestivas de lo previamente habitual en mí.
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