Ser docente no te hace menos cuñado. En muchas ocasiones, tanto en este blog como en algunas conversaciones informales, reconozco haber pecado de cuñado, reinterpretado mi visión como si fuera extrapolable o, simplemente, escondido mi incapacidad acerca de algunos temas, acudiendo a una búsqueda rápida de respuesta a cosas que, por determinados motivos, me han chirriado. Eso sí, reconozco que, en esos momentos, he actuado como un cuñado. No me escondo. No lo hago ni lo haré. Eso sí, lo que no he hecho nunca es mentir ni inventarme datos. Puedo intentar extrapolar mi visión ideológica de la educación o cuestiones que, a lo largo de más de veinte años de profesión, he vivido/visto pero, jamás voy a hacer de cuñado pro para decir que, tal y como dice un informe “que me invento”, “una estadística que hacen mis alumnos” o “un sujétame el cubata”, algo es más o menos cierto. O, al menos, eso intento aunque, con la velocidad de las conversaciones en la red, algo puede escapárseme.

Se publicitan últimamente “métodos” educativos que, tienen tantos fans como detractores y que, según algunos son “lo mejor del mundo mundial” y, según otros son “métodos que no sirve para nada más allá que perder el tiempo”. Pues bien, hay evidencias y datos de cómo funcionan muchos y, ausencia de estudios e investigaciones en otros. Es necesario contraponer evidencias y datos a argumentos de cuñado, sin fundamento más allá de la opinión, sesgos ideológicos o, simplemente, creer que lo que a uno le funciona puntualmente (o dice que le funciona para no deprimirse sabiendo que está perdiendo el tiempo o haciendo las cosas mal) es algo que pueda extrapolarse. Y no es así.

Hay investigaciones que dicen muchas cosas sobre temas educativos. Nos pueden gustar más o menos pero, al final, es lo que dicen los datos. Ya sabemos que, para algunos y más en educación (aunque no es exclusivo de este ámbito), los datos son perversos pero, al final, es que no podemos olvidar que lo que dice la evidencia es lo que hay. Es lo que hay hasta el momento en que haya otra evidencia más potente que diga que, lo que estábamos creyendo hasta ese momento, deja de ser válido. La evidencia no es inmutable. Sí, le pasa lo mismo a la evidencia educativa que a la evidencia científica. Hay medicamentos que, una vez analizado su consumo a lo largo de una década, demuestran efectos negativos que no se habían contemplado. Y no pasa nada. La evidencia y los datos se encargan de decir que ese medicamento no funciona y tiene esos efectos secundarios. En educación no es tan inmediato pero, por suerte, también existen las investigaciones independientes y que se rigen por el método científico.

Por cierto, aunque no lo he dicho en el post, ser cuñado también es considerar que algo en educación es bueno o malo, porque el que dice que es bueno/malo es el que hace negocio con ese producto, herramienta o usa esa metodología o simplemente nos cae más o menos bien. Y eso dista mucho de ser un argumento que pueda sostenerse más allá de una discusión entre cuñados.

No es malo, en ocasiones, dar la opinión sobre ciertas cosas y vivencias personales de lo que sucede, siempre desde la óptica subjetiva, en las aulas. Otra cuestión es dotar a lo anterior de ciencia. Querer hacerlo, lo único que te encumbra es al título de cuñado. Y si te repites e intentas convencer a los demás que eso es evidencia, ya se te debe añadir el plus de cuñado de pata negra.

¿Es malo intentar hacer cosas en educación o aportar cosas que creemos que funcionan? No pero, por favor, no confundamos lo anterior y su defensa a ultranza con los datos y las evidencias. Pueden no tener nada que ver lo que nos imaginamos con lo que nos dice la evidencia o esos datos que, en educación, más veces de las que debieran, se empeñan en afirmar lo contrario de lo que creemos.

Se puede hacer un debate sobre educación al margen de cuñados. Eso sí, os garantizo que ese debate no puede hacerse en las redes sociales. Ahí es el paraíso del cuñado educativo. Sí, de ese cuñado que tantos memes hacemos en Navidad. Por desgracia, a muy pocos nos gusta mirarnos en el espejo. Si lo hiciéramos, descubriríamos que, en más ocasiones de las que creemos, el cuñado somos nosotros.


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