No tengo ninguna necesidad de meterme en dimes y diretes educativos en las redes sociales. No tengo, a estas alturas de la película y con la experiencia atesorada, tanto dentro como fuera del aula, ninguna necesidad de que nadie me lea o, simplemente, comparta cualquiera de las cosas que publico en este blog. Y voy a ir más lejos. Tengo suficientes soluciones para poder complementar a mi hija el aprendizaje que puede dejar de hacer con el último invento, ley o innovación educativa que, basado en diferentes relatos y amplificado por diferentes medios, parece que sea el único que existe.
Pero, ¿sabéis qué pasa? Que siempre he dicho que a mí, aparte de importarme mi hija, me importan los millones de alumnos que están en las aulas de este país porque quiero lo mejor para ellos y para su futuro. Y lo mejor para ellos y para su futuro va a ser también, de forma egoísta, lo mejor para mí. Es por ello que hoy, por presión de algunos que me han preguntado qué pensaba del último artículo publicado en El País, titulado «El lado oscuro de la investigación en educación» he escrito algunas reflexiones. Y son reflexiones, en muchos casos repetidas. Reflexiones que ya he comentado en más de una ocasión pero que, permitidme insistir, conviene ir recordando cada cierto tiempo porque, como he dicho antes, si algunos se adueñan del relato, quien pierde somos todos.
A nadie le debe extrañar a estas alturas de la película, y más en un momento en el que los datos y las evidencias se empecinan en desmontar la ideología de algunos, que haya una necesidad de mantener el statu quo de determinados personajes. Hay determinados actores políticos, normalmente anclados siempre en el «y tú más» o en la necesidad de autocalificarse como «progres», cuyo único relato es el de llamar «fachas», «retrógrados», «rojipardos» o «reaccionarios» a quienes ven que hay determinados aspectos de la educación que, comprados alegremente, están haciendo mucho daño al alumnado. Y sí, están haciendo mucho daño especialmente al alumnado más vulnerable.
Existe una campaña brutal, tal y como comenté hace un tiempo (enlace), en contra de las evidencias en educación. Es que los datos o las praxis pedagógicas solo son válidas cuando siguen un determinado argumentario ideológico. No valen los resultados. No vale saber que la ciencia dice que, para poder realizar y consolidar aprendizajes, es importantísima la lectoescritura. No vale que las investigaciones digan que en las primeras etapas del aprendizaje debamos reducir la tecnología y aumentar el escribir a mano. No vale, ni tan solo, que tengamos que enseñar a todo el alumnado lo mismo porque, curiosamente, nos están vendiendo que un alumno de familias pobres tiene que saber menos que un alumno que ha tenido la suerte de nacer en una familia con posibles. Y hay gente que les compra el relato. Es un relato que saben vender muy bien. Además es un relato que se identifica con una determinada ideología. Y la ideología es la clave para algunos para poder vender y seguir vendiendo lo que están haciendo. Por eso, insisto, daos cuenta del detalle de que siempre están acusando a los que priorizamos los criterios técnicos frente a los ideológicos que estamos en el lado incorrecto de la historia y en contra de los derechos humanos.
Ya os he dicho y he intentado referirme a ello en este post, que debemos dar la batalla educativa contra estos cuyo objetivo es sesgar el futuro del alumnado más vulnerable, con palabras buenistas y señalando, amenazando y amedrentando a quienes no piensen como ellos. Están muy bien disciplinados. Además, a falta de argumentos, son muy buenos haciendo daño. Es lo que tiene trabajar poco y tener mucho tiempo para hacer ese daño.
Pero bueno, hoy mi objetivo es daros unas frases del último artículo que os he enlazado al principio de uno de los varios grupos de fanáticos que existen en las redes sociales que, al más puro estilo Óscar Puente y avalando su discurso en investigaciones chapuceras de cuatro autores, para que veáis las barbaridades que son capaces de defender.
No existen consensos sobre el enfoque que deben tener los diseños de investigación. De hecho, estos consensos ni siquiera existen en otras ciencias, consideradas como exactas.
Empieza diciendo que no existen consensos acerca del enfoque que deben tener los diseños de investigación. Que no existen ni en las ciencias exactas. Es que cómo van a existir modelos de investigación para ver si un medicamento funciona bien. Todo se hace a ojímetro y, seguramente, en el caso de los transgénicos, su creación en laboratorio obedece a que hay algunos tipos que van pensando cómo realizan la modificación genética en el bar y van probando sin anotar en ningún sitio qué están haciendo. Y que lo hacen al tuntún. Sin ningún tipo de diseño de investigación. Supongo que los bomberos también deben acudir a apagar fuegos sin saber cómo deben trabajar para extinguirlos de forma más segura y eficaz posible. Seguro que nadie ha realizado un diseño de investigación para saber qué tipo de polvo actúa mejor en función del tipo de fuego. Seguro que en Mallorca apagan los incendios diferente que en Valencia porque van probando y no han diseñado un plan de extinción de incendios. Será eso.
Las publicaciones sobre educación que surgen de personas que han caído en el lado oscuro están teniendo muchísimo éxito. Probablemente porque simplifican enormemente cómo se crea el conocimiento.
Supongo que el autor del texto desconoce el concepto de transferencia del conocimiento. El conocimiento se trabaja y se investiga para conseguir las estrategias más efectivas para ser usadas en el aula. Y esas evidencias e investigaciones permiten mejorar cómo pueden hacerse las cosas mejor en el aula. La transferencia debe ser simple porque, al final, lo que interesa es que haya comunicación entre la investigación y la aplicación de lo que hemos encontrado que dice la misma. Un electricista debe tener instrucciones claras acerca de dónde debe poner los enchufes y alguien debe haber hecho los cálculos para saber qué sensibilidad deben tener los fusibles o cuántos automáticos debe haber. Y también le habrán dicho el diámetro del cable necesario para que la instalación eléctrica sea lo más segura posible. Pero el electricista debe recibir instrucciones simples. Al igual que los docentes aunque, en este caso, esas investigaciones deben ir de la mano con la práctica docente y la adaptación, más que necesaria, al alumnado que tienes delante cuando das clase.
(…) no es posible generar conocimiento solo a partir del resultado de experimentos, es necesario interpretar sus resultados y traducirlos a postulados y teorías, que seguirán siendo contrastados con observaciones.
Primero se realiza la hipótesis, después se diseñan los experimentos y, finalmente, se decide si esos experimentos validan o no la hipótesis. Si se valida, se puede aplicar en contexto real donde, por cierto, siempre será sometido a revisiones futuras por si hay avances en las investigaciones. Pero bueno, es lo que hablábamos. No todo el mundo es capaz de saber en qué consiste un proceso de investigación serio y bien diseñado. Además, como siempre he dicho, se necesitan estudios para ello.
No se trata aquí de la clásica lucha cuantitativo-cualitativo, sino más bien de reducir el conocimiento a la deducción y considerar que la inducción es pseudociencia. No podríamos progresar en el conocimiento pedagógico sin figuras como Dewey, Montessori, Bruner, Hooks, cuyas publicaciones son principalmente filosófico-inductivas, pero que han establecido, y lo siguen haciendo, los cimientos del conocimiento en pedagogía.
No tengo muy claro que entiendo como inducción el autor del escrito pero, según la RAE, inducción es «extraer, a partir de determinadas observaciones o experiencias particulares, el principio general que en ellas está implícito». Y sinceramente no hay nada más peligroso en cualquier ámbito que considerar una experiencia particular como dogma de fe e intentar extrapolar, sin ningún tipo de investigaciones o evidencias, mediante un estudio de las mismas, lo que a uno le ha funcionado puntualmente y en un contexto determinado.
Y ya no entro en lo de progresar en educación mediante la filosofía de determinados autores porque, curiosamente, siempre acaban obviando en estas listas, a Popper, Kant, Popper o al fallecido hace unos pocos años, que causa urticaria a todos los defensores de ciertas cosas en educación, Mario Bunge.
Se tiene que hacer activismo contra el sector de la piruleta, la mala praxis y el ninguneo de las evidencias. Son tantos los altavoces de los que disponen determinados personajes y los teletiendas en los que participan que, al final, más de uno acaba creyéndose que el emperador lleva traje cuando todos sabemos que va en pelotas. Toca luchar contra el relato. Y todos sabemos que dato mata relato salvo, claro está, que algunos prioricen el relato a ese dato. Por eso la tarea a realizar (no solo en educación) es titánica.
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