La crítica de Elena Gajate en el siguiente post publicado en X, que reproduzco a continuación, sobre el costo de los libros de texto abre la puerta a un debate que no es solo sobre el precio de la tinta y el papel, sino sobre la esencia de la educación misma.

Fuente: https://x.com/GajateElena/status/1840772789495636428

Es por ello que, si me permitís, con media legaña en el ojo, reflexionar un poco acerca de ello. Y reflexionar, por desgracia, intentando ir más allá del precio del libro de texto que se ilustra en el post.

¿Es el precio el verdadero problema?

Elena se pregunta por qué un libro de 250 páginas cuesta 51,50€, y la verdad es que es una cifra que hace sudar. Pero, ¿es el precio lo que realmente nos debería preocupar? ¿O estamos mirando el dedo que señala la luna? La educación no se mide en euros, sino en la transformación que provoca y el conocimiento que adquiere el alumnado. Sin embargo, hay que admitir que si el conocimiento fuera tan accesible como una búsqueda rápida en internet, quizás estaríamos más cerca de una sociedad mucho más culta. He dicho quizás. Y eso quiero que quede claro.

¿Es tan nefasta la creatividad docente?

Elena sugiere que los docentes dependen de estos libros por falta de creatividad pero, ¿es justo este juicio? La enseñanza es un arte, pero también una ciencia. ¿Podemos esperar que cada docente sea un Picasso del conocimiento, creando materiales desde cero? Aquí es donde el debate se pone interesante: ¿Es la falta de creatividad o una cuestión de recursos y tiempo? En un mundo ideal, la creatividad no tendría precio, pero en nuestra realidad, el tiempo es finito (por lo que es muy valioso) y crear libros de texto por parte de los docentes implica no destinar ese tiempo a otras cosas.

¿Debe ser la educación un bien común o un producto de lujo?

La crítica toca un punto crucial: la educación como un bien público. Si la consideramos esencial, ¿por qué no debería ser gratuita? Aquí es donde la economía saca su cabeza fea. La educación, como cualquier producto, tiene costos asociados: investigación, producción, distribución. Sin embargo, ¿es justo que estos costos recaigan en el alumnado o sus familias? Este debate nos lleva al terreno de lo ético y lo político, donde no hay respuestas claras, solo preguntas incómodas.

¿Está la innovación en crisis?

Cuando ya hace décadas que existe internet y hay miles de recursos digitales perdidos por ahí, uno podría preguntarse, ¿por qué no tenemos más libros gratuitos o al menos más económicos? Elena nos invita a reflexionar sobre la innovación en la educación. ¿Es que hemos olvidado cómo ser creativos en la era digital? Aquí, la tecnología podría ser la heroína, pero también podría ser el villano si nos volvemos dependientes de ella sin una crítica y formación adecuada.

No sé. Lo que ha publicado Elena Gajate es un catalizador para un debate que va más allá de los libros de texto. Al menos a mí me obliga a (re)cuestionar, no solo el coste de la educación, sino su estructura, su finalidad y su acceso. En un mundo donde todo tiene un precio, la verdadera pregunta es ¿qué estamos dispuestos a pagar (no solo) por un libro de texto? Y más todavía, ¿quién lo debe pagar?

Tengo más preguntas que respuestas pero, lo que sí que me gustaría es que el debate no se trasladara al coste de los libros de texto y sí a la utilidad de esos libros de texto. Hay libros de texto muy buenos y muy malos. Y eso es algo que, al final, hace que la decisión de optar por comprar un libro de texto de una editorial u otra o, simplemente, prescindir de ellos, sea una decisión muy importante. Una decisión que, por cierto, acaban tomando los docentes.

Finalmente no me gustaría acabar el post sin comentar que, peor que usar un libro de texto es usar ilegalmente materiales fotocopiados de un libro de texto para llamarlos «dossier». Y esa es una práctica demasiado habitual que, por desgracia en mis años de docencia, he visto en múltiples ocasiones.

Gracias Elena por el debate y por la reflexión que me permite tu publicación.


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