De (edu)héroes a (edu)villanos en un pispás

Somos muchos los que estamos viendo que, los que hasta hace bien poco tenían en un altar a Fernando Simón, ahora le tratan, poco menos que de asesino en serie. Lo mismo sucede con, por ejemplo, la escritora J.K. Rowling (sí, la de Harry Potter) que, por un tuit, ha pasado de ser la mujer más querida en su país a una de las mujeres más odiadas en el mismo. Ya si eso nos retrotraemos al héroe Pétain de la Primera Guerra Mundial que, curiosamente en la segunda, fue convertido en criminal de guerra por aceptar formar parte del régimen colaboracionista de Vichy. Por cierto, lo de héroes y villanos, en determinados ámbitos, depende mucho de ganar unas elecciones, ser más o menos conocido (por el tema de que, por defecto y envidia, se odia más a los mediáticos que a los anónimos) o, simplemente por haberse sumado, como el último ejemplo, a los perdedores de una Guerra. Y sí, todo con los matices que se quieran poner al asunto.

En educación sucede lo mismo. Cuando surgió la figura de Ken Robinson, recientemente fallecido, no había nadie que cuestionara su frase “la escuela mata la creatividad”. Subido a los altares por muchos, cayó de los mismos cuando la gente empezó a ver qué había detrás de ese vídeo que, aunque muy visto, solo duraba unos minutos. Lo mismo le ha pasado a César Bona, convertido en villano en los últimos tiempos por algunos, que se ha vendido mediáticamente como un héroe educativo manipulando el concepto de heroísmo. Vamos a ser sinceros… en educación no hay héroes ni villanos. Hay gente que sabe de educación, gente que sabe de vender y venderse y, un nutrido grupo de opinólogos (entre ellos profesionales del ramo) que oscilan entre amores incuestionables a odios magnificados. En ocasiones, mediando entre la conversión de su percepción de eduhéroe a eduvillano el tiempo que tarda en escribirse un simple tuit.

En educación deberíamos huir de los héroes y de los villanos. Deberíamos analizar qué aporta cada personaje a la misma y cuestionar -o no, en función de la relevancia de ciertas cosas- ciertas afirmaciones o actuaciones. Más allá de lo anterior, esa conversión interesada y siempre muy poco estable -ya no digamos objetiva- entre diferentes maneras de ver a la persona, tiene muy poco sentido. A ver, que en educación no existen los héroes. Además, incluso los héroes del cómic empiezan a tener una parte más oscura que hace que, por suerte, cada vez sean menos perfectos y más sometidos a un escrutinio global. Lo mismo con los villanos. A veces uno no es tan malo. Seguro que nadie es tan malo, al menos en el ámbito educativo que me estoy refiriendo, como para ser considerado un auténtico villano. Recordad que villano no es sinónimo de bellaco. Es que, en ocasiones, toca matizar.

Cada vez soy más partidario de mirar cosas concretas y no usar el “todismo” a la hora de definir a nadie. A una persona no la definen sus actos puntuales. A una persona la definen sus aciertos y sus errores revisados globalmente. Por eso, tanto en la vida como en mi contexto profesional, no hay eduhéroes ni eduvillanos. Hay, simplemente, gente que sabe de lo que habla y, a veces, acierta haciendo ciertas cosas y otra que, sabiendo menos que los primeros, a lo mejor acierta o a lo mejor la caga. Eso se llama profesionalidad. Hay profesionales muy buenos vendiendo ciertas educosas y profesionales muy buenos dando clase. E, incluso así, lo lógico es que tanto los primeros como los segundos se equivoquen. Algo que no les hace héroes o villanos. Algo que les hace personas porque, al final, es tan malo ser considerado un héroe como un villano. A mí, entrando en lo personal, me gusta más tener gente como Pierre, el villano de los Autos Locos, que alguno de esos seres de luz impolutos que pueblan algunos dibujos infantiles. Pero sobre gustos…

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