Debo reconocer, y más después de lo que me ha sucedido a nivel profesional en los últimos tiempos, que siento envidia de las personas que son capaces de pasar de todo, callarse cuando se lo imponen o, simplemente, saber decir lo que saben que los demás quieren oír en el momento oportuno. Me gustaría saber desconectar cuando acaba mi trabajo y olvidarme del mismo hasta que ficho (en la actualidad) o hasta que suena el primer timbre de la mañana (cuando sonaba y sonará en mi instituto). Además, en este caso sería algo que me haría mejor como profesional. Me encantaría poder saber no pisar charcos. Me encantaría, teniendo ya la vida solucionada y sabiendo que mi hija y las de mi mujer, van a tener todo el apoyo posible en su faceta educativa, preocuparme entre poco y nada de las medidas que se toman en educación.

Ojalá pudiera ver la vida, en exclusiva y de forma aislada, como yo y los que me rodean. Pasando de hechos macro. Pasando de lo que sucede en mi ámbito laboral y preocupándome, como casi todo hijo de vecino, solo en posicionarme acerca del documental de Rocío Carrasco. Sé que no sería yo pero, visto lo visto, quizás me iría mejor dejando de posicionarme o haciéndolo, como muchos, simplemente orientándolo en función de lo que puedo sacar de ello. Además, la vida ya es suficientemente complicada y compleja para salvar la de otros. Y eso de mirar por los demás, tal y como dijo una responsable política en un foro plagado de congéneres, no tiene ningún interés. Qué bonito sería decir… ¡que se jodan! O incluso, en lugar de decirlo, simplemente pensarlo.

No me sale. Lo he intentado en numerosas ocasiones. Incluso me «reinventé», tanto en el blog como en Twitter y no he podido. Tampoco he podido dejar de dar mi opinión en todos los centros educativos que he estado. He defendido la democracia de los centros, la necesidad de eliminar el decreto de plantillas catalán (que permite seleccionar a dedo a más del 90% de docentes en los centros públicos de esa Comunidad, País o Región -así no ofendo a nadie y practico-), la desaparición de las cuotas ilegales, la necesidad de evaluación sistémica, de coordinarse entre los Departamentos, de hacer proyectos «innovadores» (algunos han sido, pasado el tiempo, innovadores y otros desinnovadores),… He luchado judicialmente por derechos laborales, he hecho múltiples huelgas, he luchado, quizás de forma bastante light para algunos, para que ciertas cosas mejoraran. Todo lo anterior llevándome a tener diferentes tipos de represalias.

A día de hoy hay una empresa de telecomunicaciones que me tiene vetado (incluso vetó la publicación de un libro en el que colaboré), otra que sé seguro que no me va a dar el carnet de «certificado por…», algunas administraciones educativas que me tienen en su lista negra de docentes que pueden impartir formación (no por ser mal profesional y sí por mis posicionamientos en las redes sociales), un par de editoriales que, por mis críticas a ciertas cosas, también me tienen bastante ojeriza y sé que jamás me van a pedir que elabore materiales para ellos,… y así hasta un largo etcétera de «enemigos» que me he ido granjeando por opinar libremente. Se añade a lo anterior algunos políticos que han pedido mi cabeza y otros que no quieren, en abierto, que se reconozca que hablamos en privado. Dicen que no pueden por la posición que ocupan. Voy a añadir un detalle curioso… los que más han tomado represalias contra mí son con los que más comparto ideología. Sí, los más defensores de boquilla de la libertad de expresión y que van de demócratas hasta la médula, son los que más han hecho para vengarse de mí por no opinar como ellos.

Podría hacer como muchos… no posicionarme o, simplemente posicionarme de una forma monolítica en un sector que sé que tengo mis acólitos. Ya os lo he dicho antes, no me sale. No me sale tener que medir mis palabras a la hora de expresar mis ideas, en ocasiones personales y en otras fundamentadas con evidencias, acerca de ciertas cuestiones profesionales. Ojalá pudiera tener ese arte que algunos esgrimen. Ojalá pudiera/supiera pasar de todo, hacer mis horas de trabajo y pasar de hablar del mismo cuando se ha acabado mi jornada laboral. Y saber pasar sin pena ni gloria por el mismo. O apostando todo al caballo ganador. El problema es que a mí lo de apostar no me gusta en ningún contexto (salvo cuando nos jugamos alguna comida por decir que existen o no cocodrilos albinos). Menos aún el tener que pensar en morderme la lengua u opinar según creo que vaya a interesar a los que tienen la sartén por el mango.

Lo reconozco. En mi situación laboral y los beneficios que sé que sacaría, con lo que sé hacer en muchos lugares, tendría que aprender a pasar de todo. Pasar de lo que diga o legisle la administración, más allá de aplicarlo sin cuestionarme nada. Pasar de lo que hagan algunos docentes. Pasar de demostrar u opinar sobre nada. Y dedicar, como hacen algunos, a convertir sus redes sociales en mecanismos de promoción. Pero, sabéis qué… ¡no me sale!

Un día menos para abandonar la Conselleria, empezar mi relación íntima con la toalla y disfrutar del tueste de mis lorzas, con mucha crema, al sol. Ya queda nada. Ya os queda nada. Que el lunes os sea leve.


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