Es imposible dar dos clases, incluso que sean del mismo nivel y asignatura, de la misma forma. Incluso que sea el mismo docente el que las imparta. No es lo mismo dar una clase en primero de ESO A que en primero de ESO B. Ni es la misma tipología de alumnado, ni llevan el mismo cansancio acumulado ni, tan solo, vienen de las mismas asignaturas antes de entrar en la tuya. Por tanto, salvo que te inventes, por intereses espurios o por necesidad de creer en ciertas cosas por tu posicionamiento educativo, la existencia de docentes homogéneos que hacen siempre lo mismo en todas sus clases, lo lógico sería hablar de la educación como algo heterogéneo. Tanto en praxis como en resultados de aprendizaje con esa manera de dar clase.

Hay motivos ignotos para caer bien o mal al alumnado. Hay motivos ignotos por los que en determinados grupos te funcionan o no ciertas cosas. No hay métodos mágicos que permitan que tu alumnado aprenda. Hay intuiciones, más o menos fundamentadas según experiencia previa y habilidades del docente, que permiten saber si algo va a funcionar o no en un grupo determinado. Otra cuestión es que al final lo haga. Hay veintimuchos aprendices delante de ti, cada uno con su casuística particular, que hace imposible que algo funcione al cien por cien para todos ellos. Nunca va a funcionarte una clase con todo tu alumnado. Es imposible por muchos motivos. Motivos que, además, no van a depender de cómo des la clase ni de las estrategias a las que hayas acudido.

Puedes dar la peor clase del mundo y haber alumnado que, incluso así, aprendan. Hay otros que ni usando las estrategias que sabes que te han funcionado bastante bien. Pero es que, sabiendo que no hay ni tan solo dos docentes iguales, para dedicarnos a homogeneizar el sistema educativo. Lo mismo vale para cualquier profesión que se englobe dentro del concepto “servicios”. Al igual que no hay dos médicos que atienden a todos sus pacientes de la misma manera, no hay dos docentes que usan la misma metodología. Salvo, claro está, en las redes sociales. Ahí vale todo. Incluso el inventarse tipos de docentes que no existen. Con lo fácil que sería defender la diversidad en el aula. Con lo sencillo que sería decir que, a excepción de algunas cosas que algunos venden fuera del aula, la mayoría de cosas que se hacen dentro intentan ser lo más positivas para el alumnado. A ver, que ya que toca dar clase, lo mejor para un docente es intentar que su alumnado aprenda. Y cuesta lo mismo hacerlo bien que mal. Además, si algo consigues que funcione medianamente con un grupo, pues ya tienes solo que ir ajustando un poco lo que estás haciendo, para que consiga funcionar algo mejor.

Los docentes no nos guiamos por sectarismos pedagógicos en el aula real. Nos guiamos por lo que sabemos que nos funciona mejor y peor. La experiencia en docencia es un grado, aunque a algunos les guste equiparar esa experiencia a ser un mal profesional. Es que a nadie se le ocurriría decir que con más años y horas de conducción uno conduce peor que cuando empezó a hacerlo. Incluso las compañías de seguros te abaratan el seguro en función de los años que lleves conduciendo hasta llegar a una edad que, al igual que en docencia, empiezas a perder facultades y agilidad para adaptarte a ese alumnado que tienes delante.

Creo que hay mucho debate educativo que tiene mucho de necesidad de buscarse enemigos que no existen, ratificar ciertas cosas que solo existen en la mente de algunos o buscar, de forma muy extraña, un grupo de personas que piensen como uno para sentirse ideológicamente acompañado. La docencia es, por desgracia, una profesión en la que uno se encuentra solo frente a un grupo de alumnado en el que hay personas que deben aprender y otra que debe enseñar. Sí, si uno no sabe más que su alumnado, tiene un problema. Otra cuestión es que el alumnado te haga ver qué funciona o no con él. Es algo tan simple y tan complejo de entender como lo anterior.

Por suerte para la educación existe el aula y no lo que se dice en las redes sociales. Existen docentes variopintos y alumnado heterogéneo. Y el que no quiera verlo, se plantee la educación como una guerra de bandos o, simplemente, quiera imponer cosas que sabe que solo funcionan sobre el papel porque, al final, le interesa sumarse a un determinado carro que vende en una caravana que, al final, nunca va a llegar a su destino, tiene un problema. Bueno, es su decisión. Una decisión que, salvo que algún día llegue a tener poder para tomar determinadas medidas educativas o legislar sobre ellas, es totalmente inocua para las aulas de nuestro país.

Aprovechad el último día de vacaciones y pensad que, si al igual que yo disfrutáis de las vacaciones y tenéis pocas ganas de volver a clase, es que sabéis exprimirlas. Y que tenéis gente con la que poder disfrutarlas. Vale para la docencia y para cualquier otra profesión porque, aunque algunos se empeñen en considerarla otra cosa o creer que los docentes son algo que no son, la docencia es una profesión y el docente un trabajador. Un trabajador que, como todos, el día que vuelva de las vacaciones va a intentar ser el mejor profesional posible. E intentar que su alumnado aprenda porque para eso nos pagan.


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