A veces me siento un funambulista de la educación. Como un acróbata que realiza ejercicios encima de un alambre. Dentro de mi manera de entender la educación, muchas veces piso mal sobre el mismo y, por suerte, sigo sin acabarme de caer.

No he cambiado el alambre en mi vida. Más bien he ido quitando grosor del mismo. Desterrando determinadas ideas preconcebidas que, al final, los años de experiencia profesional, me han hecho ir cambiando. Ya no soy el que tiene las TIC en la boca, se suma a soluciones pedagógicas de gurús o, simplemente, compra acríticamente un tuit en el que alguien, por ser quién es, dice algo sobre educación. He madurado. Y sigo, como siempre he dicho, en la cuerda floja porque, al final, los únicos que nunca suben al alambre son los que dicen a los demás que suban. Y somos tan gilipollas que lo hacemos.

Podría haber dejado de ser funambulista hace mucho y sumarme al carro de los que montan webs para vender remedios milagro para el aula. Podría incluso, en los últimos tiempos, sumarme a determinados movimientos educativos que permiten, tal y como he visto en el perfil de alguno de sus fundadores, sacarse una pasta dando cursos de formación de mil y una mierdas. Es que la zona de confort que tanto detestan algunos es la que, curiosamente, jamás dejan. Es muy bonito dar lecciones desde el sofá. Hay algunos que jamás han dado clase y que se permiten dar consejos. Consejos vendo. Vendenabos sin huerto.

Intento entender por qué hay compañeros que caen en comprar determinadas cosas. Intento comprender por qué hay tantos directores catalanes que, de boquilla defienden lo público, que eligen a dedo a gran parte de sus docentes mediante entrevistas personales muy opacas. Intento entender cómo puede ser que el DUA, el ABP, el Flipped e incluso los kahoots masivos, hayan aterrizado en nuestras aulas. Ya no digo que intento entender cómo puede ser que determinadas Fundaciones privadas hayan metido como gerifaltes de la administración educativa a varios de los suyos. Y lo hago intentando mantenerme en pie sobre un alambre que, como os he dicho antes, cada vez es más fino.

No sé por qué hoy me ha dado por pensar en esto. No sé por qué, como idea profesionalmente recurrente, me planteo la necesidad de pasar de todos estos personajes que, al final, son solo cuatro mindundis que quieren hacer dinero o conseguir mejorar su narcisismo porque han tenido, o bien falta de cariño de pequeños o, simplemente, van de Robin Hood para su único beneficio.

Yo sigo andando por un hilo. Otros tienen unas carreteras muy anchas para desplazarse. Carreteras que pagan todos los estúpidos que creen en ellos mientras, curiosamente, ellos también siguen andando por hilos muy finos. Es lo que tiene la educación en la actualidad. La necesidad de agrupamientos sectarios porque, no nos olvidemos que las sectas no son solo para personas faltas de inteligencia. Se venden tan bien que, al final, acaban cayendo hasta los que tienen un supuesto nivel cultural.

Yo todavía espero el día en el que algunos pidan disculpas y otros acaben en la cárcel por hacer/vender ciertas cosas en educación. Lo que pasa, es que al igual que Gardner, cuando se le desmonta el chiringuito de las inteligencias múltiples, ahora intenta reformularse vendiendo la inteligencia sintética. Algo que van a seguir comprando los que le compraron el primer pack porque, no lo olvidemos… ¡a pesar de estar sobre un alambre, muchos son incapaces de verlo!

El funambulista se despide por hoy del blog. Un blog de alguien que, lo único que pide, es una simple barra para poder mantener el equilibrio. Solo eso.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉


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