Hoy se cumplen doce años, concretamente es el decimosegundo noviembre, desde que creé mi cuenta de Twitter (@xarxatic). He pasado por la etapa de no poder vivir sin la red del pajarito, de dejarlo, de buscar la aprobación de unos desconocidos sin cara o, simplemente, de creer que lo que se decía ahí tenía alguna importancia. No, en mi caso la etapa de monetizar la visibilidad en la que, lícitamente algunos están, todavía no ha pasado por mi uso de la red. Quizás llegue, quizás no,… nunca, y más desde hace un tiempo, diré de esta agua no beberé porque, al final, uno va adaptándose a las circunstancias en las que se encuentra. Y lo que hoy vale, mañana puede no valer. O lo que mañana vale, hoy no tiene ningún valor. Eso sí, siempre de forma totalmente subjetiva.
Ayer me pregunté, después de otro encontronazo con alguien al que llevo siguiendo mucho tiempo y que además hemos compartido mesa (¡no voy a volver a compartir espacios, salvo que sea por cuestiones profesionales!), si realmente tiene sentido usar Twitter como red social o de aprendizaje. Si realmente vale la pena compartir debates y charlas con personas con las que, fuera de Twitter, jamás compartirías mesa. Si es positivo hablar con personajes anónimos, reírte de memes absurdos relacionados con tu profesión o, más allá de lo anterior, validar o invalidar lo que se dice porque la persona que lo dice es más afín o menos a ti. ¿Hasta qué punto conoces a un personaje (en Twitter está siempre el personaje, cuya persona tras el mismo asoma en ocasiones y con los años la patita) para entablar una disertación acerca de cualquier tema? ¿Hasta qué punto debes interactuar con personajes que pecan en cada tuit de soberbia y superioridad? ¿Hasta qué punto, sabiendo que algunos mienten de forma reiterada en Twitter acerca de su profesionalidad y lo que hacen en sus centros educativos, debes seguir cayendo en intentar contraponer argumentaciones con ellos?
He trabajado en muchos centros educativos. Hay compañeros con los que me he llevado mejor y con otros peor. He tenido alegrías y tristezas. He conseguido que alumnos aprendan y otros que no. He rellenado papeles que sé que nadie va a leerse. He trabajado también en la parte más gris de la administración. He visto lo mejor y lo peor. He conocido a buenos profesionales, malos profesionales y profesionales mediocres. Vale también para mí. Yo soy el menos adecuado para valorar mi profesionalidad. Pero bueno, hasta que nadie decida evaluarnos a los docentes de una forma objetiva y transparente así nos va. Pero han sido personas de carne y hueso. Personas con las que podemos decidir compartir o no cafés. Y esto no es Twitter. Menos aún un falso claustro virtual, inventado como concepto por parte de algunos que viven de ello o buscan sustituto a su aislamiento en sus centros educativos. No, la vida no está en la red. No, los docentes que estamos en Twitter no somos ningún claustro virtual. Somos personas que tenemos nuestro personaje y opinamos, con mayor o peor acierto, sobre ciertas cosas.
Hoy, después de un día -el de ayer- de silenciar a malos personajes (y alguna mala persona) toca plantearme de nuevo, con el aniversario tuitero que tengo hoy, el sentido de las redes sociales. Especialmente el de Twitter, ya que, por suerte, es el único sitio de suministro de soma en el que he caído. O eso quiero creer. Por ello, además de tener muchas ganas de conocer a personas que se hallan tras el personaje, también tengo ganas de cerrarme a personajes de una determinada calaña porque, al final, uno solo comparte paella con quienes le apetece compartirla.
El metaverso ha llegado hace mucho. Lo importante es saber cómo entenderlo y gestionarlo. Y yo, doce años después, todavía estoy aprendiendo a hacerlo.
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