Si hay algo que caracteriza a la profesión docente es la diversidad. Cada docente tiene su propia forma de trabajar en el aula, su propia personalidad, su propia experiencia y su propia visión de la educación. Y eso es algo bueno, porque no hay una única manera de enseñar y aprender, sino que depende de muchos factores, como el contexto, el currículo, los objetivos, los recursos y, sobre todo, del alumnado.

El alumnado es el centro de la educación y el motivo por el que los docentes hacemos lo que hacemos. Por eso, debemos adaptarnos a las necesidades, intereses, capacidades y ritmos de aprendizaje de nuestro alumnado, y ofrecerles las mejores oportunidades para que desarrollen todo su potencial. Eso implica conocerlos bien, escucharlos, observarlos, evaluarlos y retroalimentarlos de forma continua y personalizada. Sí, evaluar es imprescindible. Da igual el método pero, sin evaluación no puede haber mejora.

Un inciso… si tenemos ratios muy elevadas o el docente tiene a cientos de alumnos, es muy difícil establecer el necesario feedback y el poder conocer a todo el alumnado. Algo que solo se puede mejorar reduciendo el número de asignaturas y aumentando la carga horaria de las que queden. Y no, no estoy hablando de los ámbitos que permiten, por ejemplo, que un docente dé de todo en la ESO, que se impusieron o se están intentando imponer en algunos lugares. Estoy hablando de centrarnos, al menos en la escolarización obligatoria, en dar menos optativas, aumentar la carga lectiva de determinadas asignaturas (reduciendo, a su vez, el horario lectivo total del alumnado), e incidir en las claves para aprendizajes ulteriores. Lo sé. No es objeto de este post, pero es algo que me apetece comentar a menudo.

Pero, ¿cómo se adapta un docente a su alumnado? Pues utilizando el método que mejor le funcione, siempre que sea coherente con los principios pedagógicos y con las evidencias científicas. No se trata de seguir modas o tendencias, sino de elegir las estrategias, técnicas y herramientas que más se ajusten a la realidad de cada aula y a los objetivos de cada materia.

Por ejemplo, hay docentes que prefieren el método tradicional, basado en la exposición magistral, la memorización y la repetición. Otros optan por diferentes andamiajes, por evocaciones iniciales al empezar las clases, etc. Lo importante es que cada docente elija el método que mejor le funcione, siempre que sea respetuoso con el alumnado, con el currículo y con la ciencia. No hay, lamentablemente, un método perfecto ni universal, sino que cada uno tiene sus ventajas y sus inconvenientes, sus fortalezas y sus debilidades, sus aciertos y sus errores. Lo que funciona en un aula puede no funcionar en otra, y lo que funciona hoy puede no funcionar mañana. Lo mismo para las herramientas que se usen. Por eso, los docentes deben estar siempre dispuestos a aprender, a innovar, a experimentar y a mejorar su práctica docente.

Así que, la próxima vez que veas a un docente haciendo las cosas de una manera diferente a la tuya, no lo critiques ni lo juzgues, sino que respétalo y valóralo. Analiza si le funciona o no. Mira qué puedes pillar para tu clase o dile, en caso de ver que hace determinadas cosas, que lo que está haciendo no es lo mejor para el aprendizaje de su alumnado. La crítica y el coger lo mejor de cada compañero es clave, porque a lo mejor ese método que usa otro compañero es mejor que el que estás usando tú.

Pero no todo es tan ideal ni neutro como parece. También hay docentes que se dedican más al postureo en las redes sociales que a enseñar. Estos docentes se pasan el día publicando fotos y vídeos de sus clases, presumiendo de lo innovadores y creativos que son, y buscando el aplauso y el reconocimiento de sus seguidores. Pero, ¿qué hay detrás de esas imágenes tan perfectas y atractivas? ¿Qué aprende realmente su alumnado? ¿Qué criterios pedagógicos siguen? ¿Qué evidencias científicas respaldan sus métodos?

Estos docentes, normalmente, no se preocupan por adaptarse al alumnado, sino por adaptar el alumnado a sus métodos. No les importa el proceso de aprendizaje, sino el producto final. No les interesa la calidad, sino la cantidad. No les motiva la mejora, sino la fama. Estos docentes no son docentes, sino vendedores de humo, que se aprovechan de la ignorancia y la confusión de muchos padres y madres, que creen que sus hijos están recibiendo una educación de calidad, cuando en realidad están siendo sometidos a una estafa educativa.

Por eso, te pido que no te dejes engañar por estos maestros del postureo, que no tienen nada que ver con los verdaderos docentes, que trabajan cada día con ilusión, esfuerzo, responsabilidad y profesionalidad, cada uno con su método, salvo que sean métodos contrarios a lo que dicen las investigaciones. Porque esos son los docentes que hacen la diferencia, los que dejan huella, los que cambian el mundo. Y son, por suerte, la inmensa mayoría de los que están en las aulas.

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