Sé que llevo días sin publicar. Tengo cientos de excusas que podrían servir para autojustificarme pero, como he dicho desde hace muchísimo tiempo, hay cosas que me gusta hacer que no debería dejar que se pusieran en segundo término. Eso sí, a veces no queda otra pero, por suerte, ahora que tengo un poco de tiempo para mí, mientras estoy mirando en lontananza un mar Mediterráneo espectacular, voy a intentar darle forma a reflexionar en voz alta sobre algo que leí ayer en las redes sociales.
Me estoy refiriendo al siguiente post en X de Antonio, que conocí hace muchísimo tiempo en una de esas jornadas, encuentros, saraos que se pusieron tan de moda en el ámbito educativo, acerca de los mismos. Y me gustaría extrapolarlo a otro tipo de actos o eventos.
Hace mucho tiempo, en un universo paralelo, en el que las redes sociales eran otra cosa y la horizontalidad, el compartir y el buen ambiente generalizado era habitual en ellas, se organizaban cientos de saraos anuales para “conocerse” y poder “mejorar la educación mediante el compartir ideas, prácticas o, simplemente, reflexiones”. Se organizaban quedadas y, al igual que alguien va a un concierto para ver a Pablo Alborán, otros acudían allí para ponerse cara. Incluso salieron algunas bodas de ese tipo de encuentros.
El problema es que esas quedadas informales se intentaron estandarizar. Cada vez había un mayor fasto, una mayor necesidad de reconocimiento y demasiadas ganas de figurar de algunos. Algunos que, por cierto, cuando consiguieron sus objetivos personales o o profesionales, desaparecieron de los mismos e incluso, en algunos casos, dinamitaron interesadamente determinadas asociaciones que se habían creado para la instrumentalización de ese “compartir”.
Yo he ido a alguno de esos encuentros. A pocos en comparación con los carnets, que en formato chapa, tienen algunos entre sus pertenencias. Hay docentes que todavía siguen creyendo que en esos lugares se va a mejorar la educación. Y no me parece mal. La ilusión es lo último que debe perderse. Eso sí, vamos a reconocerlo, esos actos, más o menos grandilocuentes, realizados la mayoría con muy buenas intenciones, no tienen ninguna importancia para la mejora educativa ni para que las prácticas de alguien cambien por lo que han aprendido ahí. Otro tema, eso sí, es el chute de energía que puedan llevarse algunos por la parte social y emocional que implica lo anterior.
¿Valen la pena estos saraos? Pues, sinceramente, ya os digo que a nivel profesional aportan poco PERO, como he dicho siempre, al final cada uno es libre de sus tiempos y decide qué le aporta a nivel personal. Y creo que hay eventos que pueden aportar a determinados profesionales, que necesitan el cariño de los que piensan normalmente igual que ellos, un colchón emocional que les permita renovar sus ganas de hacer cosas. Así que ya veis que todo va a depender más de las necesidades personales que de lo que puede aprenderse ahí. Aprendizajes que acaban convirtiéndose en algunos que dicen cosas, mientras los otros pasan las sesiones más pendientes del móvil que de otra cosa y que acaban en el mejor lugar para charlar de cosas: los restaurantes o los bares.
No creo que vuelva a aparecer en esas quedadas informales aunque, como he dicho, jamás digas de esta agua no beberé o volveré a beber. Eso sí, reconozco las limitaciones de este tipo de lugares y encuentros para que sirvan de algo en el ámbito educativo. Pero bueno, como he dicho al principio, todo el mundo es libre de ir y, seguramente habrá más de uno que lo necesite. Y otros que, como bien sabemos, aunque esté el mercado de los gurús saturado, intenten dotarse de visibilidad ahí para complementar su estrategia de marca en las redes sociales. Eso sí, de los poco que he ido (e incluso del que organicé con tres amigos de quedadas paelleras temporales) me llevo muy buena gente.
Los pasillos en el Congreso de los Diputados es lo más importante. Al igual que lo son los pasillos de los centros educativos y las salas de profesores. Y eso es lo que se habría de potenciar porque, al final, es mucho más importante el trabajo diario con los compañeros que un fin de semana o un intercambio de mensajes por las redes sociales.
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Y esa especie de bizcochito sin fuste ni sabor.
A los de las papilas gustativas atrofiadas…
Algún “sarao” me sirvió para probar horchata “de la de verdad” 😉
😉