Estoy un poco harto del discurso de algunos acerca de qué consiste para ellos ser un buen docente. No me parece justo pretender que, para ser un buen docente, las premisas sean, como plantean, la de ser vocacional y tener que trabajar en vacaciones. Y, claro está, haber decidido ser docente por las condiciones laborales. Es que la tríada se las trae.
Yo quiero buenas condiciones laborales y no creo que eso me haga mejor ni peor docente. Este verano no he preparado ninguna clase e intento, los fines de semana, con mayor o menor fortuna, no hacer nada relacionado con mi trabajo en mi centro educativo. Además, reconozco que me gustaría cobrar más y tener más vacaciones. También me gustaría tener aire acondicionado en mis aulas y alumnado que, sin necesidad de decirles nada, escucharan atentamente mis explicaciones y me hicieran sentir realizado cada hora de las que estoy con ellos. Va, también voy a reconocer que no soy un docente vocacional y que entré en esto por casualidad hace unos veinticinco años. ¿Esto me hace un mal profesional?
La docencia no es una profesión diferente ni más importante que las demás. Es una profesión en la que, como profesional, quieres lo mismo que en las demás: estar bien en tu trabajo, tener buenas condiciones laborales y tener la tranquilidad de saber que puedes estar trabajando sin la espada de Damocles de que te tiren a la calle. Bueno, esto en el caso de los que trabajamos en la pública y somos funcionarios. Ojalá todo el mundo tuviera las mismas condiciones que nosotros. Qué demonios. Nuestras condiciones laborales pueden mejorar -y mucho- y, por eso me gustaría que todo el mundo las tuviera aún mejores.
Es tan importante en esta sociedad el profesional que se encarga de la limpieza de los pueblos y ciudades, como el reponedor de un supermercado. Ya no entro en los albañiles, fontaneros, camareros, personal de enfermería, pilotos, conductores de tren, etc. Cualquier profesión es igual de respetable e importante para la sociedad. Los docentes no somos, tal y como algunos pretenden hacernos creer (incluso algunos que se creen, siendo docentes que son otra cosa), superhéroes ni alguien que tiene la solución a todos los problemas. Somos profesionales que nso dedicamos a la educación. Nada más y nada menos que eso. Profesionales.
Como profesionales, querer mejores condiciones laborales, no nos hace mejores ni peores. Así que, por favor, lo del discurso acerca de que debemos, por ser docentes, tragar con todo, permitir que nos quiten condiciones laborales o, simplemente, alegar que somos buenos o malos profesionales por vocaciones divinas, ahorráoslo. Yo hoy, al igual que miles de mis compañeros, lo intentaremos hacer lo mejor en nuestras clases. A lo mejor sale bien o a lo mejor sale mal. Trabajar con personas es complejo pero, permitidme que me repita, no nos hace una profesión diferente a la demás y como profesionales aspiramos a lo mismo.
Un saludo a todos los profesionales que hoy van a intentar hacer su trabajo lo mejor posible. Ojalá todos tengáis las mejores condiciones laborales posibles y, en caso de que no las tengáis, ojalá en poco accedáis a ellas. Cuando una sociedad valora a todos sus profesionales, con independencia de los estudios que tengan, por ser imprescindibles para el funcionamiento de la misma (todas lo son), entonces podremos hablar de una mejora social. Hasta entonces algunos seguirán usando el discurso de profesiones de primera y de segunda. O, simplemente, seguirán hablando de absurdas vocaciones.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉
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