Como os he prometido en Twitter hace unos momentos voy a intentar, como mínimo una vez por semana, mostraros alguna de las anécdotas divertidas que suceden en mis clases. Voy a aclarar varias cosas… en primer lugar son anécdotas inocentes que no tienen una mayor relevancia y, en segundo lugar, son anécdotas muy parecidas a las que podría contar cualquiera de mis compañeros y compañeras. Hoy se viene la primera. Si tuviera que titularla de alguna manera sería «la mitad, calvos».
Una de las asignaturas que imparto es Tecnología en primero de ESO. Dentro del currículo existe un tema relacionado con dibujo técnico. Hace un par de días en un grupo abrí el tema hablando de lo que era un boceto, un croquis, un plano, empezando con las diferentes vistas que pueden realizarse de un objeto (planta, alzado y perfil). Y, aprovechando, he cogido como modelo a un alumno para hacer un dibujo «muy penoso» (mi habilidad con el dibujo es la misma que con la plancha… tan solo os digo que nunca llevo camisa) dibujando de él tanto la planta como el alzado y el perfil. En la planta aparecía una mata de pelo redonda en forma circular. Algo que ha hecho soltar unas risas al auditorio, especialmente por parte de los alumnos.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid he dicho que, por favor no se rieran del asunto. Que, seguramente, si debíamos repetir el dibujo dentro de unos años, posiblemente ese matojo de pelo desaparecería. Que la mitad de ellos iban a quedarse calvos. Que no todos podrían disfrutar de tener solo mi coronilla y, en ocasiones habría más pelusa en una bombilla que en alguna de esas cabezas ahora plagadas de pelos infinitos.
Y, como estábamos en Tecnología, he aprovechado para hablar de las tres cosas que podían hacer cuando se quedaran calvos: la primera era aceptarse con la calvicie, recordar que en verano tendrían que ponerse gorra y que el fruncimiento del gesto se trasladaba a su azotea. La segunda, en caso de no aceptarse, podrían optar por comprarse una peluca o un peluquín. Les he hablado de Carmen de Mairena. No la conocían. Me estoy haciendo muy mayor y sé que hay ciertas cosas que no debo preguntar. Y, como tercera opción, entrando en tecnología «del pelo» les he dicho que podían irse a Turquía donde, por un módico precio, les pondrían un maravilloso implante capilar. Además les he dicho que uno de los lugares de los que podía a llegar a cogerse pelo (sí, les he hablado de qué es un folículo) para el implante era el culo. Sí, carcajadas a doquier. Incluso les he enseñado algunas fotos del proceso explicándoles la tecnología que subyacía tras el mismo. Del implante, claro está. No de la extracción de los pelos para ser usados en repoblar. Bueno, sí, pero en este caso se escogían de la zona del pelo que jamás se pierde.
Creo que ha causado efecto porque todos, especialmente los más orgullosos de sus pelos han empezado a tocárselos con mucho cariño. Esto es como lo de los piojos. Hablas de ellos y todo el mundo se rasca. La verdad es que, al menos por mi parte me lo he pasado muy bien. Y no, dar clase de una asignatura no hace que descuidemos hablar de otras cosas. Al igual que cuando he usado una moneda de euro para hablar de escalas en otro grupo, he aprovechado para hablar de los números romanos hablando del hijo del que sale en la foto. Sí, Felipe uve palito. De todo hay posibilidad de sacar aprendizajes.
Esto no es innovación. Esto es una simple anécdota, de esas que nos suceden a cientos a los docentes cada año. Va, vamos a ser sinceros, si en una semana no nos pasa nada de lo que podamos sacar punta es que no lo estamos haciendo bien. Lo mejor de estas anécdotas es que permiten que el alumnado aprenda y la clase se dé de una forma más distendida. Algo que intentamos hacer todos los que nos dedicamos a la docencia. A veces nos sale mejor y otras peor. Lo importante es aprender. Siempre aprender cosas. No hay aprendizaje malo ni aprendizaje inútil. Hay aprendizajes con mayúscula. Y pueden darse en todo momento. No siempre divertidos, no siempre deseados pero, por suerte siempre aportan algo.
Nada, a ver qué pasa esta semana que viene que os pueda ir contando… y sí, lo mejor de dar clase es dar clase. Lo peor, por desgracia, la burocracia, las ratios que impiden la personalización del mismo, el alumnado al que no sabes cómo llegar (porque es imposible) o, simplemente, la falta de cesta de Navidad para Fiestas. Algo en lo que algunos insistimos desde el primer día. 😉
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