Yo sí que valgo. Mi manera de entender la educación es la mejor. Sé qué y cómo hacer las cosas porque soy poco menos que el dios de la pedagogía. O soy ese dios o, simplemente, estoy en la parte más alta de la pirámide educativa y, desde, mi atalaya, sé qué es lo que es mejor para ese alumnado que tú tienes.
No seré yo quién discuta el párrafo anterior. No seré yo el que afirme lo contrario de esos personajes que se miran cada cinco minutos al espejo, reafirmándose en sus bondades y altas capacidades. Tampoco voy a ser yo el que les quite la ilusión porque las ilusiones son, como he dicho en más de una ocasión, personales e intransferibles. Eso sí, lo que voy a permitirme es cuestionar siempre determinadas cosas que se dicen desde púlpitos muy concretos.
No hay una metodología educativa que funcione para todo el alumnado. Hay docentes que lo intentan hacer lo mejor posible con las personas que tienen delante y con el uso de determinadas herramientas. Es muy fácil ponerse a cuestionar a los docentes que usan libros de texto mientras se reparten fichas. Es muy cómodo, desde detrás de un teclado o arriba de una tarima ponerse, especialmente cuando la sala está poblada mayoritariamente por los «tuyos», ponerte a vocear como un energúmeno para decir que todos los que no sigan tus dictados pedagógicos divinos son malos profesionales. Es que es tan fácil. Y más si cuentas con los que sabes que, con independencia de lo que digas, van a aplaudirte. Más ego. La mezcla perfecta para el narcisista.
Los bloques sin fisuras no existen en educación. Todo es demasiado líquido. Trabajamos con personas y, las personas, aunque a algunos les interese prescindir de esa cualidad, no son tornillos. No podemos trabajar con métricas predefinidas. Eso sí, lo que podemos hacer es intentar analizar qué puede funcionar mejor o no en función de determinados indicadores a nivel macro. Eso sí, más para prescindir de algo que para sumar estrategias en el aula. Es más fácil desmontar una metodología o idea educativa que, por desgracia para nosotros, encontrar esa varita mágica que tan bien nos iría.
Cuando uno cree que su visión educativa es la única posible, tiene un problema. Cuando el mismo es incapaz de reconocer que su visión tiene múltiples fallos y, al final, se obliga a cambiar de gafas para poder ver bien, es imprescindible que lo reconozca. El problema es que los egos no permiten reconocer lo anterior. Hay muchos incapaces de reconocer el error. Y reconocer el error es la mejor manera de mejorar. A cualquier nivel y en cualquier ámbito.
Hay cientos de variables que pueden darse en educación. Hay tantas necesidades de aprender como estrategias para suministrar ese aprendizaje. Hay, en definitiva, muchas opciones para que el alumnado aprenda. Eso sí, repito, hay cuestiones macro que necesitan ser revisadas con urgencia porque, al final, si los datos macro indican que algo no va bien en el ámbito educativo, quizás convendría ponerse las pilas para mejorarlo. Y esa mejora macro no va a llegar desde el aula porque, por ejemplo, casi doscientos alumnos que tengo, en ocasiones con una hora a la semana, no permiten que mejoren los resultados a nivel global. Algo que no impide que se intente hacer lo mejor posible en el aula y se busquen las estrategias, que siempre acaban cambiándose tropocientas veces a lo largo de un mismo curso (e, incluso, en la misma clase), para que mi alumnado aprenda. Algo que intentamos, aunque algunos defiendan que no es así, la mayoría de docentes.
Mañana volvemos a los centros educativos después de unas «siempre cortas» vacaciones. Algunos ya con ganas del próximo período vacacional. Eso sí, siempre y hasta que llegue ese nuevo período, lo intentaremos hacer lo mejor posible en el aula. Algo que seguramente harán todos mis compañeros, con sus estrategias y adaptaciones. ¿Sabéis por qué? Pues porque, a diferencia de lo que dicen algunos mientras otean el horizonte, la inmensa mayoría de los que están en el aula son buenos profesionales de lo suyo.
Yo quizás no valga mucho como docente. Eso sí, algo sé de lo mío y después de veinticuatro años (sí, lo he mirado y he cumplido hace nada el cuarto sexenio) dando clase, es imposible que la experiencia no me haga ser mejor docente de lo que fui cuando empecé. O eso espero.
Disfrutad de vuestro último día antes de volver al aula. A los jubilados… ¡no sabéis cuánto os envidio! Y eso que, como siempre digo, dar clase me gusta aunque me guste más, como es lógico, tener tiempo y poderlo disfrutarlo haciendo lo que me gusta o estando con mi familia.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉
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