Tomar decisiones, ya sean profesionales o personales, es una tarea que raramente resulta sencilla. En un mundo cada vez más complejo, la cantidad de variables a considerar y las posibles consecuencias de cada elección abruman. Ni tan solo un checklist, que lo único que hace es intentar dotar de razón a un proceso para nada sencillo, puede ayudarnos a acertar en la toma de una decisión u otra. Sin embargo, contar con ese checklist, esa lista de pros y contras, formada e informada, puede ayudarnos a tomar una decisión. Una decisión que, por desgracia, siempre va a ser una mezcla, por mucho que creamos ser robots, de razón y corazón, acompañado por una salsa de intuiciones variadas.

Cuando me toca tomar una decisión de calado, aunque no sea, a priori, una decisión difícil de tomar, implica que debo tener en la mano todos los aspectos y derivaciones posibles de tal decisión. Y es por eso que en un papel (sí, lo hago a lo cutre) escribo dos columnas y en una pongo los pros mientras que, en la de al lado, pongo los contras. Y no me guío por la cantidad de pros y contras que aparecen. Me guío, aparte de contar con la ayuda de grandes profesionales en el ámbito profesional y personas a las que he dejado acercarse a mí en lo más personal, de opiniones o contextos que me permiten añadir o restar puntos a cada una de las frases que pongo en uno de los dos bloques.

Imaginaos, por ejemplo, que debéis tomar la decisión de usar un libro de texto, materiales elaborados por vosotros o, simplemente, decidir que ya tenéis la capacidad de poder dar vuestras clases sin materiales de apoyo (por experiencia o capacidad). Entonces conviene hacer un checklist de tres columnas. Una para cada una de las apuestas y ver todo lo negativo y positivo de cada uno. Os recomiendo que siempre empecéis por lo negativo, ya que al final si lo negativo cruza alguna línea roja, debe obligar a descartar esa opción. Una línea roja que puede ser, en el ámbito profesional, algo que incumpla normativa o, en el caso más personal, algo que no cuadre con vuestra manera de ser y que hayáis decidido desde hace mucho tiempo que no es algo que va a estar ahí. Me viene a la cabeza la decisión de comprarse o no una moto a los cuarenta para sentirse de nuevo jóvenes.

El problema, insisto, es la existencia, aparte de datos objetivos, de emociones en esa toma de decisiones. Las decisiones (ni tan solo las profesionales) no son puramente racionales. Las emociones juegan un papel fundamental en cómo evaluamos nuestras opciones y las consecuencias potenciales. Las decisiones importantes a menudo vienen acompañadas de una carga emocional significativa. Podemos sentir miedo, ansiedad, excitación o esperanza, y estas emociones pueden influir en nuestra percepción y juicio. Tomar una decisión no es fácil. No lo es ni tan solo plantearse el tomarla… así que ya podéis intuir qué supone poner encima de la mesa la misma.

Relacionado con lo anterior, podemos tener el checklist más completo y detallado, pero las emociones que surgen durante el proceso pueden nublar nuestra capacidad de evaluación objetiva. A veces, seguimos nuestra intuición, confiando en lo que siente correcto, incluso cuando la lógica podría sugerir lo contrario. Es muy complicado racionalizarlo todo. Y no estoy hablando solo de la parte más personal de uno. Estoy hablando también de temas profesionales que, de forma transversal, también entroncan con cuestiones que van a acabar cayendo en la parte más personal.

Voy a permitirme añadir algunos detalles para complicar todavía más la toma de decisiones. Voy a hablar también del miedo a equivocarnos. Tomar una decisión implica no tomar otra y, en ocasiones, todos nos equivocamos. Y equivocarse implica tener que asumir las consecuencias de dichos errores. Errores que, en la mayoría de ocasiones pueden revertirse pero, en otras (por suerte la minoría) tienen implicaciones a futuro. Lo sé. Equivocarse es una parte inevitable del proceso de aprendizaje, pero una cosa es equivocarnos nosotros y otra que dicha equivocación se traslade a terceros. Como más terceros haya en la ecuación (por ejemplo una clase con alumnos), más problemas futuros puede generar el equivocarnos. Problemas para, como he dicho antes, terceros.

Reflexionando sobre esto y haciendo un inciso, recuerdo a alguien que me enseñó la importancia de hacer listas y tomar decisiones informadas. Esta persona siempre equilibraba razón y corazón, priorizando lo primero. El problema es que, a veces, a algunos no nos sale la frialdad que, en ocasiones deberíamos tener. Y, en ocasiones, la coraza a la hora de tomar determinadas decisiones se nos desgaja y hace que, al final, esa lista en la que vamos añadiendo y priorizando cosas, no acabe siendo lo racional que debería ser.

Tomar decisiones informadas implica encontrar un equilibrio entre la razón y el corazón. La razón nos proporciona la estructura y el análisis necesarios para evaluar nuestras opciones de manera objetiva, mientras que el corazón nos conecta con nuestras emociones y valores más profundos. En decisiones tanto personales como profesionales, es fundamental integrar ambos aspectos para tomar decisiones que sean coherentes con los objetivos.

En conclusión, tomar decisiones (no solo) educativas no es fácil, ni siquiera con un checklist potente. La complejidad de las decisiones, las emociones involucradas y la posibilidad de equivocarse son elementos que debemos considerar y aceptar. Utilizar un checklist puede ser una gran ayuda, pero siempre debemos recordar que la toma de decisiones es un proceso profundamente humano, en el que la razón y el corazón deben trabajar juntos para guiarnos hacia las mejores decisiones posibles. Y los que debemos hacer, siempre que sea posible, es escuchar y hablar con quienes tenemos más al lado, tanto en cuestiones personales como profesionales, porque su punto de vista va a ser mucho más objetivo que el nuestro. De eso la importancia, en el ámbito profesional, de contar con un buen equipo de trabajo y, en el caso personal, de personas que estén a tu lado y te digan las cosas como son y no como te gustaría que fueran.

Sigamos tomando decisiones ya que, la vida no deja otra opción. Ojalá tomaran otros las decisiones por nosotros. Bueno, mejor no.


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