En ocasiones cuento por aquí lo que hago en clase. No lo hago ni mejor ni peor que mis compañeros. Creo, intentando ser realista, que soy un docente normal que da clase de la mejor manera que sabe y que, con los recursos que tiene y el alumnado que tiene delante, intenta que su alumnado aprenda. Alumnado que, en ocasiones aprende y otras no. A veces aprenden incluso a pesar de mí. Y otros no aprenderían ni que tuvieran al mejor docente del mundo delante de ellos. Esto es la cruda realidad. No hay efectos especiales en lo que digo. Estoy hablando a pie de aula. De días malos, días buenos y días que no sabes muy bien cómo clasificarlos.

Sales de tu aula y te pasas por las redes sociales y los medios y, curiosamente, no puedes menos que sorprenderte al leer ciertas cosas, ver ese pedazo de proyectos que algunos escenifican hasta el infinito y descubres, horrorizado, que no tiene nada que ver tu visión del día a día con lo que ven algunos. Supongo que mi miopía, cada vez más acentuada, hace que sea incapaz de ver algo tras la pólvora y el petardo que, en formato mascletá, algunos repiten desde su móvil. Mucho efecto especial que, o es de cartón piedra, o hay un paraíso educativo que desconozco formado por alumnado que se desvive por aprender, docentes que no duermen pensando en proyectos y familias implicadas al 200% que dejan, incluso su sustento, para echar una mano en el centro educativo en el que estudian sus hijos. Debe ser eso.

El otro día me puse a revisar algunos vídeos de esos defensores del flipped. Cien visualizaciones en un vídeo que antes de publicarse en Twitter solo tenían dos o tres. De esas cien, ¿cuántas son de los colegas que ven maravillosas todas estas cosas ficticias? Es que, al final, los números son muy fáciles de manipular. Y no creo que esa manipulación de las realidades educativas sean buenas para nadie. Bueno, salvo para alguien que se dedique a vender efectos especiales sin enjundia. Algo que se está convirtiendo en algo bastante recurrente en algunos perfiles. Y después, curiosamente, ignoramos a todos aquellos que se parten el espinazo por poner recursos de calidad al alcance de todos.

Quizás hay algo que ha hecho clic en mi cabeza en los últimos tiempos, pero soy incapaz de ver acción tras unos efectos especiales muy cutres. Quizás es que soy más de ficción educativa de una de esas plataformas de pago que de esas que, por motivos (no tan) ignotos, nos rodean por doquier a los docentes. Efectos especiales, repito, de los malos. Trampantojos educativos aderezados de gominolas, imposibles de digerir para nadie que intente hundir los dedos debajo de esa capa de azúcar y espesantes a partes iguales.

No me hagáis mucho caso. Seguro que las maravillas que algunos cuentan de sus proyectos, con alumnado ávido de saber y unas fotos impecables (¡recordad, publicar fotos de alumnado en vuestros perfiles personales es DELITO!) son realidades puras sin añadir ningún efecto especial a las mismas. Seguro que soy yo el único incapaz de ver esa realidad. Bueno, yo, mi alumnado, mis compañeros y cualquiera que dé clase, siempre y cuando no haya comprado -o fabricado- esas gafas 5D hechas con sangre de unicornio. Será eso.

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