Hay algunas cosas en las que llevo pensando bastante últimamente. Sí, aparte de gestionar mi día a día (en estos momentos disfrutando del éxtasis de cualquier docente vacacional), a veces dedico un poco de tiempo a que, en esa mente tan dispersa que tengo, se den algunas reflexiones acerca de mi profesión. Ya, entiendo que todo debería ser mucho más pragmático y menos debido a las causas de una falta de estudio neuronal que diga por qué sucede lo anterior pero, con tanto neuromito y neurocafre que está pululando por doquier, la validez de mis pensamientos puede ser tanto o tan poco válida como la de cualquiera. Y algunas de esas reflexiones o preguntas que me planteo, cada cierto tiempo se merecen ser plasmadas en una de estas líneas incoherentes que escribo en ésta, mi bitácora personal.

Realmente, ¿a nadie le sorprende la ausencia de plantearse que todos los que están abogando por cambiar la escuela porque no favorece el espíritu crítico, están criticando el modelo de escuela -o más bien de educación en la misma- que ellos recibieron? No, no entiendo que alguien que fue educado en una escuela de transmisión unidireccional, sin margen a la creatividad ni a la personalización del aprendizaje, sea capaz de plantearse el cambio de modelos porque él/ella es crítico con el modelo de escuela. Curioso, por no decir otra cosa.

También me sorprende la necesidad de justificar una metodología únicamente con estudios, realizados normalmente por los colegas que también la aplican porque han visto la luz, obviando cualquier investigación que desmonte dicha supuesta mejora educativa. Ya, todos sabemos que para justificar algo lo mejor es obviar todo aquello que pueda ir en contra de las posibilidades de hacerlo. Que todos tenemos claro que si los chavales fracasan en Selectividad en la asignatura X impartida con una metodología innovadora es culpa, siempre, del modelo perverso de la Selectividad. No olvidemos que para que una metodología sea válida debemos cambiar los parámetros de medición objetiva, no sea que nos llevemos algún susto. Eso sí, si el chaval no puede entrar a la carrera que quiere, es un riesgo que debe correrse. Qué bonito jugar con el futuro del los chavales. ¿Le gustaría a alguno de esos que hacen lo anterior que sus hijos tuvieran también esa limitación? Y no, con ello no estoy defendiendo la Selectividad porque es muy fácil de entender la argumentación incluso que a algunos les guste darle la vuelta.

No hay metodología nueva (o más vieja que Matusalén readaptada a los nuevos tiempos) que no tenga que buscarse un enemigo. ¿Cuántas veces habéis escuchado, los que vais a una de esas sesiones unidireccionales fantásticas, con algún jueguecito para niños incorporado, la necesidad de contraponer el tema de la clase magistral? ¿No os saltan las alertas cuando vais a ver una TED Talk innovadora donde uno está quince minutos hablando desde unos focos que le iluminan cual estrella del rock? ¿Ninguna? ¿De verdad?

Puede ser que también me preocupe la defensa de un nuevo modelo de selección del profesorado, al margen de un sistema meritocrático y transparente que, de forma muy surrealista, se realiza por parte de quienes aprobaron y entraron a trabajar mediante ese modelo. ¿No sería lógico que esos que tanto critican el modelo de oposición, dejaran su plaza por no estar sometida a criterios, según ellos, lógicos? No, aquí tampoco estoy defendiendo el modelo, muy mejorable, de oposición actual, pero seguro que algunos se lían con el redactado y leen lo que no dice. Bueno, más bien entienden algo que no he escrito por temas de comprensión lectora sesgada o falta de la misma.

En cuanto a la tecnología, hay docentes embajadores de herramientas o marcas comerciales que, sin ningún sonrojo, lo exponen abiertamente cuando, después, en sus ponencias, hablan de la necesidad de adaptarse a las necesidades de los alumnos. Algo no me cuadra del asunto… si uno es embajador de una herramienta o servicio, ¿hasta qué punto tiene libertad para poner la herramienta como algo secundario? Sigo sin ver la necesidad de usar una herramienta única para el aula y, menos aún, centrarse en dispositivos tecnológicos o herramientas para la mejora educativa. Eso sí, seguro que hacer algo, por ejemplo con una app, queda muy chulo y alguno babea ante tamaña creatividad. Qué hay más creativo que usar una herramienta en forma de app. Bueno, hacer un póster con los materiales de toda la vida pero, sinceramente, a quién le interesa lo anterior cuando puede hacer copia y pega de internet.

Hay muchos detalles que chirrían entre los que incorporaría, para acabar y no hacerme pesado, los trabajos realizados usando copia y pega de internet (sí, al final en papel son más fáciles de hacer e, incluso que copien aprenderían mejor la ortografía al repetir esas palabras) o, simplemente, aquellos que pasan unos cuadernos Rubio de toda la vida a formato digital cuando es muchísimo más sencillo dar una lista de sumas a realizar hasta que dominen esa operación matemática. No, no mola tanto como proyectarlo pero es más útil y rápido. Eso sí, no vende porque ahora lo que vende es la falsa creatividad de Ken Robinson que se desmonta a la mínima, el hacer proyectos supermediáticos y, cómo no, el ponerse a programar. Si puede ser, en inglés.

Ya he dicho en el párrafo anterior que no quería hacerme latoso, pero no quiero dejar de mencionar a aquellos que defienden que un pediatra pueda operar a corazón abierto porque debemos desespecializar el conocimiento o, simplemente a aquellos que hablan de entelequias competenciales que ni saben qué significan. Es que hasta hay personajes que defienden la reducción de ratios y apuestan, en lugar de tener dos grupos de quince alumnos, uno de treinta y cinco con dos profesores. Y es imposible luchar contra gente que cree que venimos de una linda cigüeña o sigue pensando en el acto sexual como algo relacionado con abejas y florecillas.

Hay muchos detallitos para pensar si uno quiere. Muchas cuestiones cuyo interés parece más el de cubrir las necesidades del mercado, de ciertos docentes que quieren jugar a ser otra cosa y, todo ello justificándolo usando el pretexto de que lo hacen por el bien de los chavales. Ya, lo de siempre en una familia cuando preguntan quién ha sido el que ha pintado la pared. El mutis por respuesta… porque esos detallitos no interesan.


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