No sé a vosotros, pero a mí no me apetece nada volver a trabajar mañana. Quizás es que ha sido un buen verano. Quizás es que me motiva mucho más el poder disponer de mi tiempo. Quizás, también en parte, es debido a poder tener muchas cosas para hacer y no estar limitada mi vida a mi profesión. Quién sabe. La verdad es que no me apetece nada volver a enfrentarme con la rutina laboral.
Me gusta mi trabajo. Me encanta dar clase. Me gusta preparar materiales para mi alumnado. Me gustan los temas relacionados con mi profesión y eso, al fin y al cabo, es uno de los motivos por los que tengo este blog o hago ciertas cosas más allá de lo que me exige mi relación contractual. Pero, aún así, sé que no voy a encontrar a faltar mi profesión cuando me jubile. Y sí, soy de esos que ya cuento los años que me quedan para estar trabajando. Doce en el mejor de los casos. Diecisiete en el peor. Ya, tengo las miras puestas a muy largo plazo. Pero la esperanza es importante no perderla nunca.
El trabajo, como siempre he defendido, es un medio de subsistencia. Algo que no excluye pasarlo lo mejor posible en él a la vez que, como es lógico, lo intentes hacer lo mejor posible. Además, nuestro trabajo tiene la ventaja de trabajar con alumnado. Con personas. Y cada día es diferente del anterior. Las métricas de los tornillos no funcionan. Se agradece. La novedad de cada día, especialmente cuando entras al aula, es algo que siempre te genera esa inquietud. No sabes nunca por dónde te pueden salir las cosas. Un aliciente para aquellos que no soportaríamos un trabajo monótono. Repito: me gusta mi trabajo pero, si tuviera otros ingresos que me permitieran vivir o me tocara la lotería, dejaría de trabajar. No es porque sea vago. Es porque tengo, por suerte, otros proyectos vitales.
Respeto a todo aquel que no tenga más vida que su profesión. Respeto a aquellos docentes que alargan su jubilación por no saber qué hacer fuera de la rutina. También a aquellos que están ansiosos por volver a las aulas. No me parece mal. La libertad individual de uno en pensar o hacer ciertas cosas, especialmente si no hace daño a los demás, es totalmente lícita y respetable. Al igual que si uno se ha pasado todo el verano preparando materiales para su alumnado, enganchado a Twitter todo el período vacacional participando a diario en cientos de debates educativos o, simplemente, leyendo solo sobre educación. No pasa nada. Es lo que tiene ser personas. Cada uno piensa y actúa como cree que debe hacerlo. Y mientras no me exijan a mí que lo haga, que cada uno actúe como considere. Suficiente tengo conmigo para preocuparme, mientras no me afecte, de lo que hacen los demás.
Mañana, al menos a mí, se me acaba la buena vida. Las vistas al mar. Los paseos. Las lecturas. El despertarme por afición y no por obligación. Los baños en un mar más cálido de lo habitual. Los almuerzos sin prisas. Las tareas domésticas. Sí, incluso las tareas domésticas, teniendo tiempo, se hacen de otra manera. Es que ha sido un muy buen verano. Ojalá el vuestro haya sido igual.
Mucha suerte a los que empezáis mañana en un nuevo centro o volvéis al del curso pasado. Espero que tengáis un buen horario. Espero que tengáis unos buenos grupos. Espero que tengáis buenos compañeros. Espero que, en caso de tener bar, os hagan unos bocatas espectaculares. Espero, en definitiva, que la vuelta al curro sea lo mejor posible para todos los que estáis en mi situación.
Mañana algunos volvemos al curro después de trece meses de vacaciones. Y eso, por desgracia, a algunos nos va a costar.
Estos meses voy a ir haciendo un poco de publicidad, si me permitís (bueno, y si no da igual, porque esto es mi blog), de mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel). Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos este curso que viene sobre educación. 😉
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