Tenemos la mala costumbre de cambiar o tocar cosas que funcionan. Nos cambiamos el móvil para comprarnos otro móvil que, por vender que hace tal cosa, acaba entrando por los ojos para vendernos algo que no necesitamos. Y ya no digamos si con esa compra y/o actualización del software que lleva, acabamos perdiendo funcionalidades que nos eran muy útiles en el antiguo móvil. Lo mismo sucede en el ámbito educativo. Experimentos experimentales que se prueban, o bien porque se venden muy bien, o bien porque hay docentes demasiado inquietos para centrarse en usar algo que funciona, con los ajustes que toque y prefieren, por motivos ignotos, proceder a un cambio radical.

Si te funciona un medicamento para la migraña, ¿por qué debes probar otro? ¿Por qué arriesgarte a que no te cure la migraña por el hecho de estar vendido en un envase más bonito, se haya mediatizado en muchos medios de comunicación o vengan los visitadores médicos a venderte unas bondades que no tiene? Y, además, puede ser, como he dicho antes, que no te cure la migraña o su actuación sea de forma mucho más débil contra la misma. O ya puestos, que lleve efectos secundarios que no se han probado y que vayan apareciendo conforme la masa crítica de consumidores del medicamento vaya aumentando.

Hay personas relacionadas directa o indirectamente con la educación que la consideran como un iPhone. Que deben cambiarla tan solo aparezca un nuevo modelo. Que, incluso que sepan que su viejo teléfono funciona, van a arriesgarse y, en ocasiones, van a perder un montón de cosas que podían hacer antes. Es que para cualquiera con dos dedos de frente debería estar claro el no cambiar algo que funciona. Y no, no me vale suponer que algo va a ser mejor por el simple hecho de la creencia en que debe ser mejor. A veces no lo es. Y lo de lanzarse al consumo obsesivo de aplicaciones informáticas, equipos tecnológicos, metodologías rediseñadas (o con cambio de pintura o envoltorio) de antaño melonar, no es la solución en educación. Nunca lo ha sido.

Empecinarse y vivir «para y por el cambio» no es una opción racional. No es una opción racional usar impresoras 3D con el alumnado sin saber para qué o solo por el hecho de difundir en Twitter lo maravilloso que es lo que hacen mis alumnos (bueno, lo que hago yo o copio de un repositorio de diseños de internet). No tiene sentido introducir la gamificación en contextos donde hay otras necesidades más perentorias y aprendizajes que deben afianzarse antes. No tiene sentido trabajar por proyectos por decir que estamos trabajando por proyectos. No tiene sentido montarse un canal de YouTube para mandar los mismos deberes de siempre. Mejorar la educación es otra cosa. Y algunos siguen sin enterarse.

En educación hay cosas que funcionan bien, otras que necesitan mejorarse y otras que cambiarse. Son tres casuísticas diferentes que algunos se pasan por el forro porque, tan malo es mantener lo que no funciona, como cambiar lo que funciona. Y no olvidemos que ese cambio afecta tanto negativamente al alumnado como a aquellos docentes que, por necesidad de cambiarlo todo a toda costa, dedican horas infinitas a hacer algo que va en contra de cualquier planteamiento lógico.

Si algo funciona… ¡no lo toques! Ajústalo para que funcione mejor.


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