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La primera vez

La primera vez. ¡Qué curiosos recuerdos! Nos hacemos mayores. Siempre echamos la vista atrás. Recordamos situaciones. Actualizamos sensaciones. ¿Nadie se acuerda de esos nervios de “la novedad”? ¿Nadie se acuerda de la disyuntiva entre hacerlo bien o mal? ¿Nadie se acuerda de esa sensación extraña y de esos temblores que le recorrían todo el cuerpo? ¿Nadie se acuerda de esa voz altisonante que no conseguía encontrar su volumen adecuado?

La edad es lo que tiene. Nos dirige, a veces, al pasado. Nos recuerda cosas que hicimos. Situaciones que vivimos. Sensaciones que experimentamos. La primera vez. Esa primera vez.

Fue hace unos años. Bastantes si me pongo a ser sincero. ¿Veinticinco o veintiséis ya? No tengo ganas de consultarlo más a fondo. Tampoco tiene demasiada importancia. Un viernes. De eso sí que me acuerdo. Un viernes de octubre. Fresco pero de cielo azul intenso. Muy intenso. Colores y olores que aún recuerda mi mente.

Vayamos al principio. Llamada el día antes. Sustitución en un pueblo de montaña. Finalizando mi ingeniería superior con el título de ingeniero técnico agrícola en mis bolsillos. Una plaza de Tecnología. Para todo el año. Uno que se apuntó a listas cuando acabó la carrera técnica. Nada vocacional y apuntado a listas por casualidad. También supongo que ese apuntarse vino de familia. Tener padres docentes es lo que tiene. Sin olvidarnos del abuelo. De los maestros del régimen. Como muchos. Como miles. De esos que pasaban mucha hambre. Que tenían que hacer horas extras para poder vivir.

Si empezar fue el viernes, la llamada el jueves. El mismo día de la misma hacia la Delegación de Educación pertinente. A hacer los papeles. Llego y la plaza no es para mí. Dicen que esperan a otro. Me voy a dar una vuelta por la capital. No hay decepción. Continuaré asistiendo a la Universidad. Se vive bien allí. Me llaman al cabo de un par de horas. El interfecto, que en un primer momento había aceptado la plaza, no la quiere. Me dicen si aún la quiero. Voy corriendo. Literalmente. Llego, firmo y voy a casa a contarlo. Curioso aceptar una plaza al lado del pueblo donde empezó mi padre a trabajar de maestro. Casualidades de la vida.

Ya estamos a viernes. Me acompaña mi padre. Él se conoce la zona. Llegamos a las nueve menos cuarto. Hora y media de viaje. Buscamos el Instituto. Llegamos y está oscuro. No hay nadie. ¿Será festivo? Bajamos al pueblo desde las alturas donde se halla el mismo. Entramos en un bar. Un único bar abierto a esas horas. Nos comentan que las clases en ese pueblo empiezan a las diez. Problemas de transporte escolar nos dicen. Dejo a mi padre y a las diez menos diez traspaso la puerta. Nervioso. Muy nervioso.

Hablo con el administrativo. Dentro de unos años, cuando en ese centro forme parte del equipo directivo, trabajaré codo a codo con él. ¡Cómo cambian las cosas con el tiempo! Pero no adelantemos acontecimientos que poco tienen que ver con ese primer día. Con esa primera vez. Le digo que soy el sustituto de Tecnología. Me envía a hablar con la directora. Me dice hola, me da el horario y me empuja a dar la primera clase. Sin tiempos muertos. En dos minutos tengo que entrar en un aula. Recuerdo el hecho. Recuerdo que cuando entré en la dirección lo cambiamos. El primer día a los sustitutos se les asesoraba. Se les enseñaba el centro. Se les atendía. Se les daba una ruta de viaje. Se les presentaba a sus compañeros de Departamento. Lo necesitan. Como yo lo necesité en su momento.

Busco el aula. El centro es pequeño y la encuentro rápidamente. Entro y de repente se abre la puerta. Una decena de alumnos, talluditos ya, que entran en la misma. Cuchichean entre ellos. Me miran. Tengo miedo escénico. No sé qué hacer. Estoy totalmente desorientado. No tengo ni libro ni nada. Ni conocimientos específicos de la asignatura que me toca impartir: Tecnología Industrial. Solo una pizarra detrás mío y unos chavales, de segundo de Bachillerato, con casi mi edad. No nos llevamos ni cinco años. Empecé muy joven en esto. Me presento. Me tiembla la voz. Ellos se sonríen. Me alejo de la pizarra. Me siento en un taburete al lado de ellos. Es el taller de Tecnología. Por eso lo de los taburetes. Hablamos. La hora pasa muy rápido.

Lo del taburete fue sintomático. Ahora hago lo mismo. Puedo tener más alumnos, pero no evito el primer día el moverme físicamente hacia el grupo. Nunca empiezo temario el primer día. Hablo con ellos. Después de veinticinco (o veintiséis) años de aula con muchos menos nervios. Aunque nunca desaparecen del todo el primer día (y más si aterrizo, como me ha sucedido este curso, en un centro nuevo).

Después de esa primera hora; libre. Voy al Departamento. Busco a mi compañero. Somos dos en el mismo. Me enseña donde están los libros de texto. Por mucha crítica a los mismos fueron mi salvación ese día. Tres horas más. Con unos veinte alumnos en el aula. Dando una asignatura que desconocía. Usando el libro. Haciendo de “mal” docente. Fue un aterrizaje extraño.

Se acaba el horario. Tarde incluida. El empezar a las diez es lo que tenía. Los viernes hasta las cinco. Bajo a buscar a mi padre. Buscamos alojamiento para la semana que viene. El mismo hotel en el que él estuvo, también cuando empezó a trabajar de maestro, viviendo. Se repite la historia. Cuántas casualidades. Una hora y media de conversación bajando a casa. Muchas sensaciones a flor de piel. Pasados los años lo recuerdo con mucho cariño. Con muchísimo.

¿Os acordáis de vuestra primera vez? A mí es algo que nunca se me va a olvidar.

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4 comentarios

  1. Hola.
    Yo recuerdo la primera vez cuando de monitor de comedor, la directora de la escuela “Lope de Vega” me ofreció sustituir a un o una docente.
    No recuerdo qué hice, ni cómo salió. Sí que recuerdo el pensar que estaba en mi sitio, la sensación de saber qué era lo que me gustaba.

  2. Gracias por compartir. Yo también recuerdo esa primera vez e intento no olvidarla cuando recibo en el cole a los que empiezan. Y sigo sintiendo esas cosquillas después de 25 años.

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