La RAE define populismo como «la tendencia política que pretende atraerse a las clases populares». Extrapolando la definición al ámbito educativo, encontraríamos que podríamos definir «populismo educativo» como la tendencia a atraerse, mediante determinados discursos y relatos, a docentes y a personas con interés en la educación. Algo que, a poco que alguien lea noticias en los medios, use las redes sociales o, simplemente, acuda a determinados boatos pedagógicos, puede detectar fácilmente. Lo detectará si dispone de medios intelectuales para hacerlo, no es de los que se han encumbrado gracias a ese populismo o no tiene, como por desgracia sucede en demasiadas ocasiones, lastres ideológicos que le impidan ver la realidad.

Estamos en pleno auge de la mediatización de cosas huecas. Seguimos en el boom del uso de las TIC o la proliferación de determinadas metodologías y de su denostación exacerbada. En Twitter se ha agriado el debate porque, al final, se ha convertido en un campo de eslóganes populistas. Por cierto, el populismo educativo no va solo en una dirección. Al principio solo había reuniones populares de unos. Ahora han aparecido los otros. Y quizás mañana aparezca un tercer grupo que, por oposición a los dos primeros, también quiera su parte del pastel. Un pastel educativo que mueve millones de euros. Un pastel educativo que permite satisfacer los egos de muchos. Un pastel educativo que, normalmente regado con dinero público, convierte a los héroes y villanos en personajes de culto.

Es muy fácil caer en el populismo educativo. Es muy fácil dejarte iluminar por determinados focos que, como sabemos los que picamos piedra a diario, te ayudan, o bien a huir de ese picar piedra, o bien a montarte una película para poder lidiar con una realidad que, por desgracia, es mucho más compleja que todo lo que están algunos diciendo o vendiendo. No se puede defender a Marx a la vez que se defienden teorías neoliberales. Por cierto, ¿qué es el neoliberalismo educativo? ¿El haber permitido que la educación se convierta en un negocio? Es que resulta curioso que muchos denosten el concepto y acudan a determinados templos convirtiéndose otro mercader más. La educación no debería ser un negocio. Lo es. Y lo es tanto para los que defienden que debe serlo, para los que viven gracias a que lo es y a los que dicen que no debe serlo, pero participan de ese negocio. Comer es lícito. Querer comer langosta cada día, también. Y seamos sinceros, en los últimos tiempos la langosta siempre va a estar en la mesa. Así que, o te la comes tú o se la come otro. Es triste pero es así.

Hay populismo educativo de derechas y de izquierdas. Hay populismo pedagógico a favor y en contra de las competencias. Hay populismo pedagógico a favor y en contra de la LOMLOE. Hay expertos en didáctica que hacen populismo en las redes sociales. Hay perfiles anónimos que buscan su minuto de gloria y sueltan su frustración en las mismas. Hay los que no se mojan porque quieren sacar tajada de unos y otros. Y estamos, como no podía ser de otra manera, los náufragos que vamos buscando barco porque no nos acaba de gustar ni uno de los que se han botado. A veces subimos a alguno y, al poco, o nos tiramos por la borda o nos dejan en alguna isla desierta por cuestionar ciertas cosas. Todo por no querer sumarte al populismo de unos u otros. Todo por juzgar los relatos y no la afinidad con las personas que te lo cuentan.

Muchas personas viven muy bien en sus púlpitos educativos, liberaciones de aula o, simplemente, sacando tajada de pertenecer a un modelo popular. A algunos lo de elegir fila para ponernos en la cola de los que comen carne, pescado, vegetales o comida vegana no nos va demasiado. Ser popular no siempre es ser populista. Además, para vender ciertas cosas se ha de saber vender. Vender y callarse. Pisar los charcos justos. Saber quiénes son los que te van a dar esas migajas antes de que seas tú el que las repartas. Las pirámides populistas están a la orden del día. No solo en educación aunque, por ser el ámbito profesional que me toca, quizás las tenga un poco más controladas.

Es complicado aislarse del populismo educativo. A veces tienes ganas de dejarte llevar por alguna barca, asolear tus partes y disfrutar del todo incluido. A veces lo haces. A veces te invitan y no lo ves claro. Repito… es complicado.

Los docentes buscamos seguridad y tranquilidad. O ser inquieto con personas que tengan nuestras mismas inquietudes y vayan en el mismo sentido. Somos personas y no podemos aislarnos de nuestras necesidades. Y nuestras necesidades, como he dicho siempre, son las mismas que las de cualquier otra profesión. Por algo triunfan los almuerzos populares. Porque son baratos, comes bien, normalmente estás con los tuyos, te aislas puntualmente de tus problemas y no te obligan a pensar en la digestión que te espera.

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