En los últimos tiempos llevo leyendo, (no solo) en la redes sociales, argumentos muy cuñados en educación. Desde los de aquellos que, sin pisar jamás el aula, pretenden dar lecciones acerca de cómo se debe dar clase, hasta aquellos que desconocen las condiciones laborales reales del profesorado y que se piensan que el trabajo de un docente son solo las horas que están delante del alumnado impartiendo su asignatura. Lo sé. El personal es muy cuñado con la educación. Bueno, vamos a decirlo claro: el personal, no solo en este país, es muy cuñado con todo lo que desconoce.

En los últimos tiempos ha saltado a la palestra el argumento top del cuñadismo educativo. Uno que, seguramente realizado con toda la buena intención de cuñado del mundo, salta por los aires a poco que alguien aplique algo de sentido común. Y, lo que más me preocupa, es que es un argumento que están usando algunos compañeros que se dedican a la docencia. Pero, como he dicho en más de una ocasión, los docentes ni somos más cultos ni nos libramos de ser, en ocasiones, unos cuñados.

El argumento es el siguiente, y viene reflejado muy bien en el tuit que os pongo a continuación.

Fuente: https://twitter.com/crendueles/status/1730615197729984825

Lo sé, es un argumento que debería hacernos saltar, a poco que tengamos un poco de sentido común, todas las alarmas. La comparación entre lo que pueden o deben hacer los adolescentes, en función de su edad fisiológica, es un cuñadismo de pata negra de manual. Y sé que se usa recurrentemente pero, en el caso de los dispositivos móviles, ya es algo que clama al cielo. Sería lo mismo que decir, por ejemplo, que si uno conduce a doscientos kilómetros por hora con su coche en nacionales, debería cuestionarse eso antes de proceder a prohibir que los demás circulen siguiendo los límites de velocidad. O, yendo a las aulas, que debe ser el alumnado el que ponga nota a sus docentes de las asignaturas que imparten. Ya no entro en ese argumento aplicado a otros ámbitos. Es que tan solo hace falta querer ver lo absurdo de este discurso cuñaderil.

Entiendo que haya personas que deban, por determinados motivos, defender que no se deben poner puertas al campo con, por ejemplo, el tema de los móviles. Que les parece mal la prohibición porque consideran que lo principal es la educación. El problema es que hay cosas que se deben prohibir por el bien, tanto de las personas sometidas a esa prohibición, como por el bien de terceros. Y no pasa nada. No es poner puertas al campo. Es intentar regular ciertas cosas. No todo puede regularse automáticamente con la educación. Ojalá fuera así. Ojalá fuéramos todos tan «buenas personas» para no necesitar ninguna norma ni regulación, pero no sucede así. Por ello hay normas y puertas que deben ponerse a determinadas cosas.

Sorprende ver cómo caen algunos en un argumento tan cuñado como es el de comparar menores con personas adultas. Sorprende que sean incapaces de entender que todas las regulaciones, en todos los ámbitos, tienen afecciones diferentes según la edad. No entro ya en lo perversa que es la idea de dejar a los más vulnerables, como es el alumnado menor de edad, sin ningún tipo de regulación en ciertas cosas. Es que no veis que es un argumento que se cae por su propio peso. Dadle una vuelta y reflexionad acerca de lo que estáis algunos defendiendo. ¿A qué ya no os parece tan maravilloso este argumento?

Lo tenía en la cabeza desde hace un par de días y, al menos en mi caso, siempre debo expresar en voz alta ciertas cosas porque, al final, guardarse determinadas cosas no es sano. Salvo, claro está, cuando con su verbalización puedas hacer mucho daño. Y no creo que este artículo haga daño a nadie. Simplemente, lo que pretendo, es desmontar uno de esos argumentos cuñados que, por desgracia, tanto están calando entre algunos.

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