La Navidad es esa época del año en los que, especialmente los necesitados de vacaciones, deberíamos estar disfrutando de turrones, polvorones, villancicos y luces parpadeantes. El problema es que, especialmente en los últimos años, los debates educativos me persiguen. Por suerte, al menos este año, soy mucho más rápido que ellos.
Cada diciembre, por estas fechas, como si fuera una tradición navideña más, los debates educativos se recrudecen en X (antes conocido como Twitter) y otras redes sociales. Es como si los tipos y tipas relacionados con la educación, de forma directa o indirecta, de todo el mundo se hubieran puesto de acuerdo para arruinarme las fiestas con sus interminables discusiones sobre metodologías, currículos y políticas educativas. Y yo, como buen corredor de fondo, me dedico a esquivarlos con la agilidad de un reno en plena carrera. Mi orondez y falta de horas de gimnasio no me impide tener esa agilidad.
No me malinterpretéis. Me encanta la educación, pero, ¿realmente necesitamos debatir de forma monotemática sobre ello mientras intentamos digerir el último polvorón? ¡Vamos, que hay prioridades! Al menos para mí.
Hoy también pienso en esos que se pasaron de X a Bluesky, buscando un refugio libre de debates tóxicos, solo para volver corriendo a X porque no soportan ser ignorados. Hay algunos que solo viven para que cuatro les hagan casito. Y para eso son capaces de cualquier cosa. Incluso de seguir en ese ambiente hostil donde solo existe, para ellos, la ultraderecha educativa. Es que, como bien dicen algunos para justificarse, «se debe dar la batalla siempre en terreno enemigo». Cuando se enteren de que son ellos los que controlan el timeline, lo que leen y con quiénes se relacionan, les da un patatús.
Pero lo mejor de todo son aquellos que parecen no tener vida fuera de las redes sociales. ¿De verdad tienen tanto tiempo libre para debatir sobre cada minucia educativa? Me pregunto si alguna vez han visto una película navideña, de esas de Paco Martínez Soria, o si han probado a desconectar y disfrutar de un buen libro que no hable de educación. Quizás deberían intentarlo, podría ser revelador. Podrían descubrir vida fuera. Eso sí, seguramente, tal y como repiten cansinamente, no tan «educativa» ni «mesiánica» como la suya.
Y no olvidemos, finalmente, a los que deben haber currado muy poco para estar tan ansiosos de debates educativos. Mientras algunos de nosotros estamos ocupados descansando, decorando el árbol, ingiriendo productos alimenticios por encima de nuestras posibilidades, ellos están ahí, en primera línea de batalla, listos para lanzar su próxima opinión educativa. ¡Bravo por ellos!
Así que, si veis que desaparezco de las redes sociales o de este blog (en su versión «educación») durante estas fiestas, no os preocupéis. No es que me haya convertido en un ermitaño, simplemente estoy huyendo de los debates educativos con la velocidad de un trineo impulsado por renos. Porque, la Navidad es para disfrutar, no para debatir. Y menos para perder el tiempo en debates recurrentes que no llevan a nada más allá de que algunos enseñen su patita, busquen acólitos o, simplemente, gestionen su chiringuito.
Ya sabemos todos que, al final, en enero nos vamos a encontrar los mismos debates, con las mismas versiones y con los mismos clanes. No os perdéis nada por hablar estos días de otras cosas. Pero, como es lógico, sé que no todo el mundo tiene mi velocidad, agilidad, ni mi trineo personalizado, propulsado con gasolina de alto octanaje.
¡Feliz Navidad… y que los debates educativos en estas fechas no os la arruinen! La mía, ya os digo yo, que no.
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