La inmensa mayoría de docentes vamos a velocidad de crucero. Cada curso montamos “nuevos” materiales, adaptamos otros que encontramos naufragando por las redes o por aquellos blogs que, por suerte, todavía no han desaparecido o, simplemente, intentamos incorporar una nueva estrategia metodológica en nuestras aulas. El tocino y la velocidad. La incapacidad de parar el cronómetro y llevar a cabo un proyecto a medio o largo plazo. Y no, no siempre la culpa es de la administración, porque también sucede en esos centros educativos en los que llevamos ya años afincados.
La LOMLOE, que es una pésima ley, no obliga a cambiar estrategias metodológicas ni a usar uno u otro material. Tampoco lo hacía la LOMCE, ni lo hizo la LOE, ni la LOGSE ni, remontándonos, la LGE. No entran en eso. Bueno, esta última sí que entra en parte acerca de cómo se deben hacer las cosas pero, por suerte, salvo el aumento de burocracia que incorpora, permite que solo tenga una afección tangencial a los recursos, herramientas y metodología que usemos. Y ahí está la clave de todo. En la tríada maldita: recursos, herramientas y metodología.
No podemos cambiar cada año de estrategias metodológicas. Si algo no funciona ya lo vemos en el momento y es entonces cuando debemos cambiar las cosas. No debemos dedicarnos a montar proyectos ni a crear recursos nuevos cada curso. Lo que nos ha funcionado, ¿por qué no lo mantenemos? No. Queremos hacer cosas nuevas. Es que ha salido el tema X y queremos adaptarlo al aula. O, por ejemplo en el caso de los que gamifican el aula, cada año sacan un nuevo proyecto gamificado, que difunden en las redes sociales o en sus blogs, para hacerlo con su alumnado. ¿Por qué? ¿Es necesario? ¿Es necesario, en caso de usar libro de texto, cambiarlo cada cuatro años o en función de la nueva normativa? No. Los currículos no cambian tanto. Y un libro del curso 2005-2006 puede ser excelente material de apoyo para el curso 2023-2024. Es que es así.
Debo reconocer que a mí me encanta la vorágine de tener cosas nuevas cada curso. De (mal) innovar por encima de mis posibilidades. De hacer el ridículo pensando que cambiándolo todo voy a conseguir que aprendan más que haciendo unos simples retoques o, simplemente sin cambiar el material y herramientas que uso. O, simplemente, de ir cambiando de materias para no se sabe qué. Si soy bueno dando clase de Tecnología en primero de ESO, ¿por qué debo irme a cuarto? O si soy un buen profesor de Bachillerato, con alumnado que saca notas fantásticas en las EBAU, ¿por qué debo de dejar de dar esas clases que se me dan bien? Y ahí también tiene mucho que ver la política de centro y la elección de las materias. Algo que debería hacerse con criterios muy alejados de “lo que le apetezca a cada profesional” y en función de lo bien que se le dé dar clase en determinados cursos o determinadas materias. Por ejemplo, en Secundaria, no todas las materias se le dan igual de bien al especialista.
Estamos enfermos en educación con la necesidad de cambiarlo todo. Ni se libra la administración, ni nos libramos los docentes. No creo que sea culpa de nadie. Creo que es la concepción que se nos ha vendido de la educación. Una concepción muy cortoplacista en la que, por desgracia, falta mucha evaluación externa y tranquilidad. Si hace cincuenta años las cartillas Palau hacían bien su trabajo para la mayoría del alumnado que aprendía a leer, ¿por qué cambiarlas? ¿No hubiera sido mejor buscar un sistema alternativo solo para aquellos a los que no les funcionaba? He usado el ejemplo de esas cartillas, pero puedo extrapolarlo a cualquier cosa.
Yo es que pienso en mi materia, Tecnología, y me planteo si realmente tanto cambio de proyectos y estrategias metodológicas usadas, por mí y mis compañeros, han valido la pena. Si ese coste de oportunidad, a nivel de horas dedicadas, ha sido productivo para mi alumnado. Si realmente debería volver a los inicios, coger los fantásticos libros de McGraw Hill que se crearon al principio de la materia para la ESO y los de Edebé para el Bachillerato, y retomar su uso. Además de volver a esos proyectos de maderas, plásticos, electricidad y motores con los que tanto aprendían y disfrutaba mi alumnado. Eso sí, introduciendo alguna pequeña novedad tecnológica en los mismos pero sin perder esa esencia.
Pero no me hagáis mucho caso. Seguro que lo mejor para la educación y el aprendizaje del alumnado es cambiar de materiales, herramientas y curso que impartimos cada año. Pero permitidme que haya expresado mis dudas en este artículo del blog. Es que es algo que, al menos a mí, me preocupa. Y me permite reflexionar en voz alta, haciendo un poco de pausa en la vorágine de pensamientos, acerca de nuestro trabajo, en la que los docentes nos vemos inmersos en estas fechas.
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