Los eslóganes educativos se han viralizado por doquier. No se sabe si es debido a la incapacidad de profundizar, en pleno auge de la sociedad de la superficialidad o, quizás, por la necesidad de viralizar conceptos, más o menos interesantes, para que los mismos permitan vender modelos educativos cuyo único objetivo es sustituir rápidamente a otros modelos, antes que el gurú de turno emita otra de esas frases grandilocuentes que pretendan sustituir al modelo anterior. Evolución de ideas, con suerte, a golpe de de publicación en las redes sociales. Reduccionismo de las ideas a un simple texto cada vez más corto y menos profundo. No es solo la venta de afirmaciones descontextualizadas o verdades absolutas. Es la compra, por parte de muchos, de la mismas sin dedicarse a ahondar en su significado o en intentar situarlas en un determinado contexto.
Existe a la venta, ya comprada por demasiados, la frase concebida como culmen del pensamiento educativo acerca de que “las escuelas matan la creatividad”. Algo que se ha hecho sin aportar ninguna prueba de ello y, aún menos, se ha sabido delimitar en qué consiste la creatividad. Aderezada la frase anterior con la maravillosa presunción de que debemos preparar a los alumnos para la sociedad del futuro. Todo ello apuntillado por la necesidad de no enseñar como el siglo XIX en aulas del siglo XXI. Sí, y así hasta un largo infinito de eslóganes viralizables y llenos de me gusta o, republicados hasta la saciedad en las las redes sociales que usan habitualmente los docentes. Y eso es algo que ya cansa. Bueno, no cansa porque siempre tienes a alguien que idea otra frase, la dice en uno de esos actos educativos que se realizan desde una tarima o en una de esas superficiales charlas online, y ya se vende como novedad de cuestionamiento indiscutible hasta una nueva versión o giro del asunto.
La publicidad hace estragos en la comunicación pero, en el caso educativo, no es solo la publicidad. Es esa mezcla de marketing barato, frases descontextualizadas, ilusionismo en diferente grado y, habitualmente, nula o poca experiencia de aula, generando, de esta forma, debate acerca de frases y no de ideas subyacentes. No es solo la incapacidad de leer un libro de forma crítica, ya es incluso incapacidad de ver la disertación en directo de alguien sin tener que acudir al móvil para ver qué frase ha publicado en las redes sociales mi compañero de dos filas por delante. A ver si me pierdo lo importante. Y lo importante no es la charla. Lo importante es decir yo estuve allí. Sí, estuve en ese momento que el mesías de turno pontificó sobre la escuela, la docencia o el futuro. Así que la clave es que todo el mundo sepa que el menda, desde el móvil, informe al resto de la humanidad de ese hecho.
Vivir a base de eslóganes es fácil. Lo complejo es analizar qué subyace tras los mismos y, descartarlos rápidamente, para ir a lo más necesario. Algo que, por cierto, va a depender más del aula y menos de la frase. Eso sí, como todos sabemos, el aula se vende mucho peor si no se incorpora una frase descontextualizada, pero muy guay, del autor de moda.
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