Hoy voy a abrir otro melón. Lo sé. Abro más melones educativos de los que debiera. Es lo que tiene, como siempre he dicho, no deber nada a nadie, leer cosas y poder tener un espacio para escribir como este. La democratización del conocimiento lo llaman algunos. La verdad es que, más que democratizar el conocimiento, lo que permite esa red de redes, denominada internet, junto con los blogs, las redes sociales,… es permitir que todo el mundo pueda aportar cosas a un debate. Con todos los peligros y riesgos que supone. Con todas las bondades que eso tiene.

Así pues, permitidme despotricar acerca de las competencias. Más allá del título del artículo en el que, demasiados para mi gusto se van a quedar, voy a intentar justificaros por qué, al menos para mí, una educación basada en competencias es un error. Y lo que subyace tras ese modelo que se propugna de forma unidireccional desde determinados púlpitos y articulados legislativos.

La educación por competencias, como todos los que os dedicáis a la docencia sabréis, se ha convertido en el paradigma dominante en el ámbito educativo, tanto a nivel nacional como internacional. Se trata de un modelo que pretende adaptar la educación a las demandas del mercado laboral y a las necesidades de la sociedad del conocimiento, mediante el desarrollo de habilidades, destrezas y actitudes que permitan a los estudiantes resolver problemas complejos y desempeñarse con éxito en diferentes contextos. Esto no lo digo yo. Esto lo dicen los que impulsan ese modelo.

Por desgracia para los que lo imponen y los que lo defienden, este modelo es muy fácilmente criticable. En este artículo, voy a exponer tres de las razones por las que considero que las competencias educativas no existen. O, permitidme el matiz, no existen tal y como se nos presentan desde el discurso oficial.

En primer lugar, las competencias educativas no existen porque no tienen una definición clara y consensuada. Existen múltiples conceptos y enfoques de lo que se entiende por competencia, que varían según el ámbito, el nivel, la asignatura, el país o la institución que las propone. Esto genera confusión, ambigüedad y falta de coherencia entre los diferentes actores educativos, que no saben a qué se refieren exactamente cuando hablan de competencias, ni cómo evaluarlas, ni cómo desarrollarlas. Solo hace falta escuchar a determinadas personas que hablan de las competencias desde determinados púlpitos para ver que no hay dos definiciones del concepto ni del modelo que subyace tras las mismas que se parezcan.

En segundo lugar, las competencias educativas no existen porque no tienen una base teórica sólida y rigurosa. El modelo de competencias no emana de las fuentes tradicionales de las teorías y modelos educativos, como la psicología, la pedagogía, la didáctica, la filosofía o la sociología de la educación, sino que responde a intereses políticos, económicos y sociales, que buscan imponer una visión utilitarista y mercantilista de la educación. Además, el modelo de competencias ignora o desprecia los conocimientos científicos, teóricos y críticos, que son los que hacen pensar y desarrollan el pensamiento, y que siempre habían sido propios de la educación. Obviar lo que dice la ciencia para hilvanar un concepto ya hace que, dicho concepto, deje de tener ningún valor.

En tercer lugar, las competencias educativas no existen porque no tienen una finalidad educativa clara y relevante. El modelo de competencias se centra en la empleabilidad de los estudiantes, es decir, en su capacidad de insertarse en el mercado laboral y de adaptarse a sus cambios y exigencias. Sin embargo, esta finalidad es limitada y reduccionista, ya que no contempla el desarrollo personal y la formación integral de la persona, como sujeto afectivo, social, político y cultural. Tampoco considera la educación como un derecho humano, como un bien público, como un factor de transformación social, como un espacio de reflexión crítica, como un proceso de construcción de ciudadanía, como un ámbito de creación y difusión de conocimiento, o como un medio de realización personal y profesional. Considera a la educación como un modelo para aceptar un determinado modelo laboral, ser resiliente mediante conocimientos cada vez más inespecíficos o, simplemente, ser incapaces de cuestionar nada de lo que está pasando.

Por todo lo anterior creo que queda bastante claro que las competencias educativas no existen. Bueno, al menos no como se nos presentan desde el discurso más difundido e interesado. Creo que se trata de un concepto vacío, que no responde a las verdaderas necesidades y aspiraciones del alumnado, de los docentes, de las familias, de la sociedad y de la educación misma. Creo que se trata de un concepto que nos aleja de una educación de calidad, de equidad, de inclusión, de democracia, de libertad, de diversidad, de creatividad, de innovación, de ética y de sentido. Pero, como ya sabéis los que me leéis, esto es solo mi opinión.

Si os apetece leer unas críticas más fundamentadas que las mías os dejo un poco de bibliografía del tema. Espero que os resulte interesante.

Bibliografía

Del Rey, Angélique (2012): Las competencias en la escuela. Una visión crítica sobre el rendimiento escolar. Buenos Aires. Paidós, pp. 296.

Guzmán Marín, F. (2017). Problemática general de la educación por competencias. Revista Iberoamericana De Educación74, pp.107-120.

Tecnológico de Monterrey. Observatorio de Innovación Educativa. (2015). Una mirada crítica. Edu Trends | Educación Basada en Competencias, 27 – 28.

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