Un pepino no tiene ninguna culpa de ser pepino. El problema es seguir manteniendo al pepino cuando lo que se necesita es incorporarlo a un sabroso gazpacho. El pepino madura hasta llegar a su eclosión en lugares llenos de nutrientes. Recibe la temperatura adecuada, se le riega en formas y tiempos e, incluso, se le añaden nutrientes para que no se quede esmirriado. Inversión de recursos para obtener ese alimento tan necesario para poder ser incorporado en la dieta mediterránea. Mediterránea o internacional (que con esto de la globalización ya se sabe).
Cuando el pepino se trata mal, en nuestro país que somos muy de aprovecharlo todo (solo hace falta ver algunos casos), lo único que conseguimos es que, tanto a nivel visual como en sabor, sea parecido a cualquier cosa menos a un pepino. Un pepino mal tratado será sólo una sombra de lo que debería ser. Inútil y poco atractivo para el comprador. Feo con ganas. Hiriente a la vista.
En nuestro país vendemos pepinos en mal estado. Les damos un certificado que garantiza, supuestamente, que está listo para el consumo y lo vendemos en las tiendas de comestibles (incluyendo, como no, en un modelo ultracapitalista como el que nos rodea, las grandes superficies). Certificamos un mal pepino. Damos validez a algo que, más allá de la suposición que alguna vez fue pepino, se parece más a una profusión de colores en diferente grado de putrefacción que a un pepino de esos que da gusto observar.
¿Qué pasa cuando ponemos a la venta pepinos y alguno, por error, compra pepinos y les dota de herramientas de inteligencia artificial, como seres vivos supuestamente evolucionados, para adiestrar a otros pepinos? ¿Qué pasaría si en el país del pepino se escogiera a los peores pepinos para que colaboraran en la producción de los futuros pepinos? ¿Qué pasaría si cada vez fueran más los pepinos que, sin ningún tipo de criba, llegan a esos entornos de producción? ¿Qué pasaría si a los anteriores se les da un manual de instrucciones con el “paso a paso” de la producción de pepinos y les cuesta ir más allá de lo anterior? ¿Será posible obtener una producción de mejores pepinos o cada vez tendremos unos pepinos más malos? ¿Nos cargaremos la empresa o la empresa, por efecto dominó, se cargará el resto de productos que dependen del pepino?
El pepino siempre será pepino por mucho que nos empeñemos. El problema es el tipo de pepino que va a ser. Un pepino que dependerá mucho de las características que le exijamos, del proceso de producción y, como no, de quien se encargue de la gestión del mismo para que consiga ser un pepino atractivo.
Del buen pepino al mal pepino va una gran distancia. Una distancia que, como más tiempo tardemos en actuar sobre el modelo productivo del mismo, va a seguir haciéndose cada vez mayor obteniendo, por desgracia, peores pepinos ya que, como decía mi abuela (en paz descanse), es más fácil que algo se deteriore que mejore. Y no olvidemos que todo pepino tiene su función. Una función que puede desempeñar, si dotamos de buenas herramientas de producción y recursos humanos suficientes, como he dicho al principio, de forma excepcional.
En este caso, por aclarar, no se trata de un artículo irónico. Se trata de lo que está sucediendo en nuestro modelo educativo. Algo que debería preocuparnos. Al menos, es algo que a mí sí que me preocupa. Y no poco.
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