No entiendo que haya tantísimos docentes que caigan de cuatro patas en determinados modelos educativos, a priori y para cualquiera con un poco de sentido común, indefendibles. Entiendo que discursos como el de «que el alumnado del siglo XXI es diferente del del siglo XX» puedan ser muy vendibles pero, a poco que alguien sepa algo de evolución, sabe que para que se dé un cambio hacen falta bastante más que un par de décadas. Va, he puesto décadas para no poner cientos o miles de años. Recomiendo, como digo siempre, leer libros. Un docente que no lee es un mal docente. Y un docente debe de leer, como mínimo, más que su alumnado.
Ahora se está pontificando acerca de la escuela híbrida. Esa escuela, combinación de presencialidad y no presencialidad que, por motivos de pandemia y espacios, se ha aplicado en este curso en etapas obligatorias. Hay alumnado de tercero y cuarto de ESO que ha ido un día a clase y otro no. Doblando esfuerzo para el profesorado, porque aparte de dar clase en su horario, debía preparar la clase para ese alumnado que no venía. Un auténtico despropósito al que ha obligado la pandemia y la falta de inversión en profesorado, junto con la nula búsqueda y habilitación de espacios públicos para ese alumnado. Pero bueno, siempre lo más fácil es dotar de tecnología (es algo complementario y necesario) que plantearse una gestión educativa que no deje a ningún alumnado atrás.
La escuela híbrida es el sueño húmedo de muchas tecnológicas y organizaciones empresariales. Entre los cacharros que se venden y el modelo de trabajo continuo (sin horarios, sin descansos, sin pensar en todo momento más allá que en el trabajo) se ha educado a alumnado y docentes a estar conectados y trabajando en un modelo 24/7/365. Y eso es muy útil para tener trabajadores sumisos, consumidores de determinados productos y controlados en todo momento. No olvidemos que la tecnología nunca ha sido neutra y quizás uno de los mecanismos que incluye, que quizás pasa desapercibido, es el de control. A más tecnología, más control. Lanzar tecnología sin más siempre ha sido un error. Más aún plantearse la digitalización pensando más en fuera del aula que en lo que pasa dentro de la misma. Ahí es donde se está fallando habitualmente en la planificación y gestión de dicha digitalización.
Tenemos herramientas que se han mejorado mucho a lo largo de la pandemia y las administraciones educativas, al menos en este aspecto, se han puesto bastante las pilas (algunas más que otras). Ahora queda el proceso de digitalizar los centros para que esa tecnología sirva de apoyo a lo que se hace en los mismos. Debemos prescindir de la semipresencialidad. Debemos dotar de recursos al centro educativo para garantizar la equidad. La equidad educativa no consiste en rebajar lo que pedimos al alumnado. La equidad consiste en que, de puertas para adentro, les demos la mejor calidad educativa posible, se disponga de los mejores recursos y no fiemos a lo que sucede fuera del aula el aprendizaje de ese alumnado.
Plantear una educación híbrida en etapas obligatorias es plantear una desigualdad. Es plantear dotar de más valor al contexto externo al centro educativo. Es multiplicar por dos el trabajo de alumnado y docentes. Es, en definitiva, aumentar la brecha educativa. Este curso había una brecha digital, por los motivos que he comentado anteriormente, que debía solucionarse. El curso que viene toca volver a la presencialidad total, manteniendo o reduciendo las ratios, mejorando las instalaciones e infraestructuras de los centros educativos y olvidarse de lo que van a hacer el alumando fuera del aula. Se debe de acabar con el correo electrónico, con las plataformas virtuales de aprendizaje, con los vídeos más o menos flipantes y con la falsa productividad vestida de hacer más horas.
La educación híbrida en etapas obligatorias no es solo un timo. Es algo mucho más peligroso. Y, por cierto, potenciarla no tiene nada que ver con mejorar la educación y el aprendizaje del alumnado. Tiene que ver con otra cosa. Pero bueno, todo es cuestión de querer verlo.
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