Quizás hoy no vais a leer un post de los más habituales que escribo últimamente. Quizás tampoco tenga un modelo predefinido de artículos o un tema planificado para hablar. Hoy me apetece contaros algunas cosillas que, por desgracia, algunos de los que se pasan por aquí o interactúan por las redes sociales conmigo (o, simplemente, se dedican a criticarme por la espalda) siguen sin ser capaces de entender. Y eso que lo he explicado por activa y por pasiva pero, al final, da la sensación que nunca sea suficiente.
En primer lugar voy a comentar que tengo, al igual que todos, una determinada ideología. Ideología que, sin pretenderlo aunque sea inevitable, van a marcar algunas de mis argumentaciones. Si creo en la escuela pública es porque considero que, a nivel social (de futura mejora social) lo mejor es eliminar, al menos en los centros educativos, las segregaciones de contexto y dotar a todos los alumnos de las mismas posibilidades. Ya, lo sé. Uno por ser hijo de una determinada familia lo va a tener mucho más fácil pero, ¿alguien cree que es bueno segregar al alumnado para convertir centros educativos en homogéneos y una vez salir por la puerta descubrir que la sociedad es heterogénea? La verdad es que no tiene demasiado sentido querer aislar a nuestros hijos de lo que se van a encontrar fuera del centro. Menos aún pretender enriquecerse en ambientes donde sólo hay los que son parecidos a ti. A eso, a nivel de naturaleza, se le llama futura extinción. Tener un solo punto de vista es nefasto. Que sólo nos lleguen inputs de los nuestros o de gente que comulgue con nuestras ideas, al final lo único que hace es empobrecernos. Y más si lo anterior se hace con dinero público. O sea, con mi dinero y con el de aquellos que, curiosamente, no quieren mezclarse determinadas familias. No es curioso. Es totalmente demagógico y un auténtico despropósito. Y ello no implica que no sepa que hay grandísimos profesionales en la concertada. No es excluyente. Es confundir interesadamente el discurso.
También estoy convencido de que la religión debería largarse del aula. No lo digo para que los que dan religión en los centros educativos se tengan que ir al paro. Lo digo simplemente por higiene mental. No tiene ningún sentido, ahora que tanto se habla de educación del siglo XXI, que tengamos presos a los alumnos en las aulas más horas a la semana por el simple hecho de que hay un convenio con un país extranjero por el cual su religión se imparte en nuestro país. Dar religión implica dar su alternativa para atender a los alumnos que no quieran cursarla. ¿No estamos forzando demasiado el tema en una sociedad cada vez más heterogénea? A ver si apostamos de una vez por una escuela laica y no para mantener los privilegios de una religión implantemos, como se hace en algunas Comunidades, otras para compensar y seguir pudiendo dar la católica. Que si uno quiere rezar a su dios particular tiene todo el derecho. También lo tiene el que quiere creer en unicornios multicolores. Tan respetable es una cosa como otra. ¿Es necesario obligar a aprender la vida de los padres de nuestro pequeño unicornio? Creo que no hace falta. Tengo fe en que no hace falta.
Y lo anterior no implica que esté en contra de nadie. Ni de ninguna religión y, aún menos de personas que, libremente deciden en qué creer o qué hacer con sus hijos. Eso sí, con mi dinero que no cuenten. Ni con el mío ni con el de millones de personas a las que quizás no les apetece pagar negocios privados. ¿Os imagináis la traslación de lo anterior a otros ámbitos empresariales? Pues imaginadlo y pensad. Un detalle sin importancia… ¿quién es el sujeto del aprendizaje? No, no son ni los padres, ni los docentes, ni las empresas, ni…
Tampoco estoy en contra de las metodologías que se difunden alegremente por las redes o los medios. Me parece bien que se hable de educación e, incluso, que aparezcan noticias de starlets de la canción educativa. Eso sí, no me hagáis creer que hay metodologías maravillosas. Las metodologías dependen siempre del contexto. Y en un contexto u otro hay cosas que funcionan y otras no. ¿Es malo usar vídeos en el aula como apoyo a la clase? Pues va a ser que no. Tampoco lo es usar materiales o libros siempre y cuando no se centre en ellos el núcleo del mecanismo de enseñanza. La verdad es que algunos aún se preguntan por qué soy tan crítico con todo. No es cierto. Simplemente intento poner un poco de sentido común ante tanto canto de sirena descontrolado. Y no, jamás de los jamases nadie me ha dicho cómo debo dar mis clases ni qué material utilizar. Tampoco me han criticado nunca ni mis compañeros, ni equipo directivo (compañeros a la postre), ni padres, ni inspección por hacerlo de una manera u otra. Así que tampoco entiendo cómo algunos siempre tienen problemas en sus centros por ser, supuestamente, “innovadores”. Ya veis que me he vuelto a desviar del la argumentación.
¿Es malo ganarse la vida vendiendo chascarrillos educativos? No. Tampoco lo es publicitarse o sacarse unos eurillos extra haciendo ciertas cosas. Me da igual que un docente se ponga a bailar cada sábado por la noche en una barra de discoteca. Si baila bien, le gusta, se saca un dinero y no interfiere en su labor profesional, quién demonios es nadie para cuestionarlo. Otra cuestión es dejar de dar clase por hacer lo anterior. Y ahí sí que entra mi crítica. No es malo caer en las redes del neoliberalismo personal. Lo que es perverso es convertir ese neoliberalismo en el leitmotiv cuando perjudica tu función como docente. Iré un poco más lejos… si alguien abandona el aula para dar bolos, escribir libros o dedicarse a hackear la NASA (mientras no le pillen) me parece muy bien. El problema es querer jugar a la doble baraja olvidando al alumno. Sucede. Claro que sucede. Lo critico. Claro que lo hago y lo haré.
Por cierto, cuando ves que las administraciones educativas, con el dinero de todos, contratan a los mismos ponentes y empresas para dar formación, hay algo que huele muy mal. Uno puede saber cómo diseñar un edificio pero, seguramente, no sea experto en las estrategias de manipulación genética del calamar. Es que, cuando ves siempre a los mismos trincando del dinero público por ser amigos de, conocidos de o, simplemente, ser afines a la ideología de los que mandan en cada momento te cabreas. Va, voy a ir más lejos… la (de)formación que ofrecen las administraciones educativas son morralla en más de un 90%. No sirven. No se trasladan al aula. No mejoran la didáctica de los docentes. Venden humo muy caro, con el dinero de todos, para que cuatro se saquen un sobresueldo interesante. Es que ya cuando ves que algunos son ponentes de una herramienta que jamás han usado, sabiendo que hay otros que son expertos en la misma, la cabeza te acaba explotando. Y recordemos que cada año son millones de euros en formación del profesorado. Pero no pasa nada, a unos les va bien con sacarse las horas necesarias para concursos, sexenios u oposiciones y a otros les va bien poder poner la mano. Eso sí, el traslado de esa formación al aula, es entre cero y ninguna.
Además, como bien sabéis los que os pasáis habitualmente por aquí o por mi cuenta de Twitter (es la única que uso porque, por desgracia, no tengo ganas de que mis lorzas, impecablemente distribuidas, sean seguidas por millones de personas en Instagram), me preocupa que haya organizaciones económicas que marquen la agenda educativa de nuestro país. No me parece de recibo que sea la OCDE, el Banco Mundial, cuatro economistas metidos a expertos educativos, el pedagogo de salón o el animal de compañía del político que dirige el cotarro, los que decidan qué debemos hacer o no en educación.
Quiero contaros algunas cosillas más. Vale la pena recordarlo…
No escribo para ganar dinero (otro tema es que pueda ganar dinero haciendo ciertas cosas, porque ya me he hartado del falso altruismo educativo) ni para convertirme en algún influencer de esos que algunos, al igual que nuestros alumnos y de forma muy lícita, aspiran a ser. No pongo a nadie la pistola en la sien para que me lean o estén de acuerdo con mis postulados. No pretendo ni he pretendido ser un modelo de docente ni que compartáis mis opiniones (muchas de las cuales pueden ser equivocadas y sesgadas). Creo que hay miles de docentes en las aulas infinitamente mejores que yo o cualquiera de esos que tienen mayor visibilidad mediática. A lo mejor ellos no tienen blog ni cuentas en las redes sociales pero, en definitiva, ¿qué es lo que importa realmente? Que vendamos, seamos conocidos, nos premien con un tatuaje en la nalga o, hagamos lo mejor posible en el aula por la gloria de ese que nos dejó hace poco. Creo que está bastante claro. Bueno, algunos lo tenemos claro pero, por lo visto, a algunos les mola más el foco en los morros. Un foco que, a veces, ilumina tanto que quema. Hay algunos muy tiznados en los últimos tiempos. Y muchos otros que siguen desaparecidos desde la pandemia que ya están preparando el desembarco de sus carromatos para septiembre.
Hoy me he levantado con ganas de escribir esto. He dormido muy bien y levantarse pudiendo tener vistas al mar es un lujo. Quizás no hubiera escrito esto a los veintidós, que es cuando empecé a dar clase y tenía unas determinadas ilusiones y creía que el mundo podía cambiarse desde el aula. Tampoco lo hubiera escrito hace algo más de una década cuando me sumé al carro de la «innovación» desenfrenada en la que todos los que estábamos en las redes éramos falsos colegas. Me he ido haciendo mayor y la experiencia, tanto dentro como fuera del aula, me ha enseñado ciertas cosas. La experiencia es un tesoro pero va en detrimento de creer en ciertas cosas. Pero tampoco pasa nada, los casi cuarenta y muchos son los nuevos veinte. A ver si no.
Finalmente una cosilla que no quiero que se me quede en el tintero… no escribo para nadie. Escribo para mí y porque me apetece hacerlo. Ha de ser muy triste escribir pensando en quién lo va a leer, intentando no pisar determinados charcos o, simplemente, revisar lo que uno escribe para hacerlo political and teacher friendly. Hay gente relacionada con la educación que hasta publica hilos, que hace en un documento de texto, lo revisa y vuelve a revisar para conseguir quedar bien con todos (o con los que le van a comprar el discurso o la marca personal), para al final publicarlo. Es lo que tiene necesitar vender ciertas cosas.
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