Para los que os acabáis de incorporar a las redes educativas, solo mencionaros que Educ@conTIC fue un proyecto asociado al espíritu inicial de la Escuela 2.0. Un proyecto en el que, altruistamente y sin necesidad de autopromocionarse, muchos docentes participaron, dedicando su tiempo a hacer grande un espacio donde se hablaba de proyectos colaborativos, herramientas, cómo enfocar ciertas cosas en el aula,…, y así hasta un largo etcétera. Un proyecto que fue secándose con la personalización de determinadas personas que intervenían en él (algunas viven de dar charlas, asesorar a los suyos, montar academias de formación o, simplemente y lícitamente, pasar del procomún para convertirlo en una individualización de sus proyectos). Y también algunos otros abandonaron completamente las redes por hastío al ver en qué se habían convertido.
Siempre lo he dicho. No es malo mirar por uno mismo ni querer sacar tajada de la educación. Además, quién dice que yo no lo haga en algún momento. Como me dijo alguien ayer, nunca se puede decir de este agua no beberé ni este cura no es mi padre. Algo a lo que han incentivado los medios y las redes sociales, convirtiendo a las personas en una especie de marca personal. Incluso hay personas que se encargan, sin saber de educación, de montar cosas para empresas privadas que después cierran porque ya no interesan. Vamos a ser claros: lo de los proyectos colaborativos en educación, si nadie saca pasta o puede aumentar su ego, no existen. No se ha de intentar hacer revival de ello porque, al final, son todo un cúmulo de individualidades. Por cierto, individualidades que venden los mismos que dicen en sus «productos» lo guay y maravilloso que es compartir. Sí, hay mucho hipócrita en la red educativa.
Compartir algo que hace uno es muy sencillo. Además, vamos a ser sinceros, a uno le gusto que le vean en su salsa. El salseo personal mola y motiva. Pero lo anterior no debe de hacernos olvidar que es SU proyecto, que comparte de forma INDIVIDUAL y que, en el mismo, lo único que busca es, o bien darlo a conocer porque le interesa compartir o por otros motivos. Y en un contexto en el que, nos guste o no, el capitalismo y la endogamia están a la orden del día, debemos saber qué y por qué se comparten ciertas cosas.
No es malo que la escuela del siglo XXI (sí, he dicho escuela del siglo XXI) se base en principios poco colaborativos. No pasa nada por no querer participar en determinados proyectos. No pasa nada por creer que los líderes de los proyectos son los que tienen que salir en la foto. Es que, sinceramente, lo extraño sería que el asunto funcionara de otra forma. La sociedad no es una sociedad colaborativa. Es una sociedad basada en qué puedo hacer, qué me sirve a mí y, si acaso en la minoría, ver qué puedo hacer una vez satisfechas mis necesidades (que en algunos casos no son básicas y son de otro tipo) por los demás. O no hacerlo. Al final, vamos a ser sinceros, la pandemia nos ha demostrado que la sociedad está plagada de egoísmo por mucho que en los medios se haya querido vender otra cosa.
Yo siempre pongo dos ejemplos relacionados, directa o indirectamente, con la educación para hablar del fin de los abrazos. El caso que he comentado anteriormente y el tema del software libre. Sí, al final el tema del software libre también tiene mucho de endogámico. Un grupo de fans que hablan para sus fans y que, por mucha colaboración que se tenga, acaban lanzando los cuchillos a los que osan cuestionar esa religión monolítica. Tan solo hace falta ver lo que ha pasado ahora con Richard Stallman (carta de varios reclamando que no vuelva a la Junta Directiva del FSF). Es que, vamos a ser sinceros, desde el momento en que la colaboración solo consiste en hacer lo que algunos dicen sin fisuras, deja de ser colaboración para convertirse en otra cosa.
No me gustaría acabar sin mencionar una anécdota que viví ya hace algunos años cuando todo esto del espíritu 2.0 se iba resquebrajando. Estaba hablando con un compañero de las redes en uno de esos eventos masivos en los que, en su momento, valía tanto la opinión de los ponentes como la de los asistentes, y él se dirigió en el descanso a uno de los ponentes, muy conocido y que siempre está últimamente en cualquier evento educativo (muy implicado ideológicamente en uno de los partidos del gobierno -algo que no es malo per se-) para intentar charlar un rato con él. Esa persona le dijo que no tenía tiempo para él. Eso sí, tiempo en ese momento para hablar con otros «más mediáticos» sí. Yo me quedé hablando con Salvador. Y él me contó, como padre, lo preocupado que estaba con cosas que estaban pasando en su centro. Él era padre, no docente. Hablo de que era porque, lamentablemente, fue una de las personas que murió antes de que se distribuyera gratuitamente la vacuna de la hepatitis C. Un gran tipo al que se echa de menos su mirada. Solo le vi una vez pero esa mirada se me clavó. Una anécdota sin más muy relacionada con lo que os he contado. Por cierto, aprovecho una de sus fantásticas fotografías del barrio de La Chanca, en Almería, para ilustrar este post.
Ya veremos qué pasa en la escuela del siglo XXII. Bueno, ya lo verán los que estén aquí porque, me temo que yo ni nadie de los que hayáis leído esto vais a llegar a verla. Siempre después de una involución viene una evolución pero, por desgracia al menos ahora en cuanto al tema colaborativo, estamos en una involución. Bueno, salvo en algunos centros educativos donde, por suerte, se colabora para hacer las cosas bien. Centros que se apuntan a un bombardeo por el bien del alumnado. De esos, por suerte, todavía siguen abiendo.
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