Nunca voy a mantener una opinión, ni acerca de temas educativos ni acerca de ningún otro, que implique cerrarme en banda ante cualquier argumento que se me pueda oponer a esa opinión. Siempre he sido permeable a aprender y rectificar. Eso no creo que me haga ni mejor ni peor persona. Ni tan solo creo que, a nivel profesional, pueda ser más o menos beneficioso. Sería fantástico poder saber que en lo que digo tengo razón. Y, en ocasiones, cuando opino, me faltan datos. Es lo que tiene opinar en función de creencias o lecturas sesgadas.
Me acuerdo hace ya tres años (éste es mi tercer año fuera del aula) cuando tuve una «entrevista» para entrar a trabajar en Conselleria que, con el que fuera mi jefe en esta última etapa hasta hace poco, al igual como con el que siempre he considerado que es mi segundo jefe, tuvimos una charla acerca de una plataforma concreta que tiene la GVA. Y mi comentario básico y primitivo fue que «era una mierda». Sí, aún así me llamaron al poco por si me apetecía entrar a trabajar ahí.
Digo lo anterior porque ahora mi visión de esa plataforma concreta ha cambiado. Más aún al ver el trabajo que hay detrás de la misma, los profesionales que luchan día tras día para gestionarla y hacerla cada vez mejor para sus usuarios y, cómo no, las dificultades que supone llevar algo desde lo que es hasta lo que quieres que sea. Además empiezas a conocer las interioridades de la misma y ves que se trata de un auténtico monstruo que es mucho más de lo que ven los docentes. Aún así, claro que piensas que todo podría hacerse de otra manera pero, al final, ves qué puedes hacer con lo que hay. Y en los últimos años se han hecho maravillas que mejoran, tanto la vida de las familias como de los docentes. Con errores y aciertos. Pero eso, al igual que en el aula. Todos cometemos errores. Quizás no tan visibles ni tan mediatizados o mediatizables, pero también existen. Eso sí, como he dicho antes, mi visión se ha visto modificada.
También he modificado la visión de ciertas Universidades privadas que, en un principio pensaba que eran solo un lugar para sacar dinero. Y he visto que hay carreras y másters en los que los que los gestionan se lo curran. E intentan sacar un «producto» de calidad. Sé que no es fácil porque tiene que haber, como manda el mercado, una lógica entre beneficio y costes, pero si sé que hay sitios que se están haciendo las cosas bien. Al igual que en ciertas editoriales. Hay editoriales que no se quedan en convertir la digitalización de sus productos en pasar del libro de texto a pdf con algún vídeo. Además en algunas no solo se cambia el color de las imágenes o el índice de sus temas en cada nueva versión de sus libros de texto. Hacen mucho más. Son solo un par de ejemplos, pero os podría poner muchos más. Por eso, si os dais cuenta, cada vez hablo más de casos concretos y menos de cuestiones globales.
Hablando de cuestiones globales. Claro que tengo claro que me encantaría que todo lo relacionado con la educación fuera público, que tuviéramos herramientas fantásticas realizadas por programadores que trabajen para la administración o, simplemente, que hubiera un equipo para editar libros de texto. Ojalá existiera lo anterior pero, por suerte, ahora pienso más en qué es lo mejor para el alumno antes de qué es lo mejor para mi ideología. Quizás me he hecho mayor. Ello no implica que no tenga claras mis ideas y que sepa dónde me gustaría que se llegara. Otra cuestión es que si tenemos que esperar dos décadas a hacer ciertas cosas, prefiero hacer las cosas ya. Cada año que esperamos es un año sin avances. No estoy hablando de hacer cualquier cosa por cuestiones de tiempo. Sí a tomar las mejores decisiones en cada momento. Al igual que en la vida. Es algo tan simple como eso.
Además, como os decía en el título de este post, estoy abierto a cambiar de opinión. No me parece mal hacerlo. Mis principios básicos sobre educación son los que son y esos, salvo que haya una debacle en mis planteamientos, los tengo claros. Otro tema es que crea que, en ocasiones, es mejor no entrar como un elefante en una cacharrería e ir dando pasos concretos para llegar al objetivo básico de la educación. ¿Y cuál debe ser ese objetivo? Pues que el alumnado salga lo mejor preparado posible, tenga pensamiento crítico, se rompan techos de cristal previos y nadie sea penalizado por nacer en una familia u otra y que, en definitiva, la sociedad vaya mejorando hasta llegar el momento en que, estoy seguro, llegue la revolución.
No hay nada más revolucionario que avanzar con sentido. Y saber que, en caso de avanzar mal, no tengamos ningún reparo en retroceder las casillas que hagan falta. Eso sí, si no tenemos claro hacia dónde debemos avanzar, ahí tenemos un problema. Yo tengo claro a dónde deberíamos ir. Estoy abierto a modificar mis planteamientos, tal y como he hecho en varias ocasiones, si alguien me da alguna alternativa a la que propongo.
Aprovecho este post para dar las gracias a todos mis compañeros (sí, incluyo como compañeros a los de cualquier rango, aunque algunos formalmente sean mis jefes). Sois fantásticos y gracias a vosotros, aunque este año sea, por culpa de la pandemia, muy raro para todos y especialmente para mí, estoy aprendiendo mucho. Gracias por ser como sois (y no solo a nivel profesional).
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