Las redes sociales molan. Especialmente cuando ves la queja de algunos por el intrusismo profesional de otros y, sin ningún tipo de pudor, se ponen a hablar acerca de temas que, ni controlan, ni tienen pajolera idea más allá de lo que les venden los medios que consumen. Ayer tocó el turno a Afganistán. Un país que, pongo la mano en el fuego, muchos de mis compañeros de profesión no sabrían situar ni tan solo en un mapa. Y ya no digamos la cantidad de chorradas que se están vertiendo sobre el asunto. Confusión de fechas. Mezclas de la Guerra de Irak con la de Afganistán. Desconocimiento de la invasión de la URSS,… y así hasta un largo etcétera.

Reconozco que es muy jugoso tener una cuenta en las redes sociales y hablar de lo que no se tiene ni pajolera idea. Reconozco que es muy cómodo ponerte a retuitear artículos de ciertos medios o tuits de determinados personajes porque, por un motivo ignoto, se han convertido en tus afines a nivel ideológico. Lo que uno quiere que suceda es lo que va a acabar compartiendo en las redes sociales. Lo de contrastar tampoco va con muchos docentes. Y eso es realmente triste. Bueno, quizás no. Más allá de publicar imágenes del viaje, la gastronomía o el deporte que uno hace, siempre es bueno acudir a hacerse lo interesante. Expectorar la incultura es más fácil que quedarte la opinión para ti. Qué haríamos sin opinar de sentencias, pandemias o cuestiones geopolíticas. Nada. Quedarnos con las fotos de los gatitos. Por cierto, ¿soy el único que ve que están desapareciendo con lo monas que eran?

No es malo hablar de sexo. No es malo hablar de cosas de tu día a día. No es malo inundar las redes con fotos de tus hijos, aunque ni te hayan dado permiso ni pienses en su futuro. No es malo hablar de política. No es malo ciscarse en unos u otros. No es malo hablar de lo que no se tiene ni idea. Otro tema es dárselas de saber de algo, más allá de la ilusión que pueda hacerte hablar de ello. Las viejas del visillo en formato 2.0. Comentando con su vecina en el banco si la del primero ha recibido la visita del butanero a horas intempestivas. Y ya no digamos al relacionar al cura pelirrojo con la cantidad de nacimientos de lindos bebes con ese color de pelo. Es que hacemos lo mismo. Hablamos sin saber. Una de las maravillas de las redes sociales donde se pone al mismo nivel un tuit de un epidemiólogo que el de alguien que pasaba por ahí, cuya formación sanitaria consiste en saber, con suerte, ponerse una tirita. Un detalle… ponerse una tirita no es fácil. A veces se pega en los dedos, otra no se corta bien,… pueden suceder muchas cosas con las mismas.

Dudo mucho que ningún docente de esos que comentan (o comentamos, ya que aquí todos hemos venido a jugar) el tema de Afganistán, tengamos mucha idea de lo que está sucediendo ahí. Al menos, en mi caso, sí que sé situar Kabul en un mapa mudo. Incluso sabía que Kabul era la capital de Afganistán y sabía que estaba en Asia, al lado de Irán, Paquistán y alguno de esos países que se crearon hace unos años con la desaparición de la URSS. Incluso vi Rambo III en su momento y su colaboracionismo con los talibanes.

En nuestro país hay más expertos que personas. Y esto es lo que lo hace grande. Más allá del PIB, los servicios sanitarios, la tasa de paro juvenil o los políticos que nos gobiernan. Tener tantos expertos es lo mejor. Qué puede salir mal con tanto experto. Ya os lo digo yo… ¡nada! O más bien todo pero, sinceramente, qué más da. Ahora toca hablar de Afganistán como si fuéramos grandes expertos en geopolítica. Mañana, ya veremos…


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