Esas revoluciones educativas de las que usted me habla

Tenemos la mala costumbre, (no solo) en mi ámbito profesional, de hablar de las últimas modas como si fueran grandes revoluciones. Estamos inventando revoluciones educativas por encima de nuestras posibilidades. Y, al final, como sucede habitualmente, todas esas revoluciones acaban siendo un trampolín para algunos, una manera de trincar para otros y, otra gran decepción para los que necesitan urgentemente esa varita mágica que nunca va a llegar.

Ahora estamos con el tema de la inteligencia artificial. Con ese magno chatGPT que va a romper todo lo que creíamos acerca de la educación. Cientos de artículos en los medios. Cientos de tuits, tanto a favor o en contra del uso de inteligencia artificial en el ámbito educativo. Una movida que, al igual que antaño, habla de otra nueva necesidad de cambiarlo todo. Bueno, cambiarlo todo para que nada cambie. Esa es la cuestión porque, vamos a ser sinceros, el único cambio que puede darse en las aulas y en la educación se basa en un buen diseño global, la aportación de recursos materiales y económicos y, cómo no, una evaluación seria de qué estamos haciendo y los efectos que tiene lo anterior en el aprendizaje de nuestro alumnado.

Entiendo que alguien que ya timó en su momento a docentes en las redes sociales, haciendo que compartieran sus materiales en una plataforma de una editorial (que ahora ha desaparecido), tenga que sumarse al carro de hablar de la última novedad. Entiendo que, gracias a retuitear todo lo retuiteable, pueda tener acceso a dar cursos de formación. No olvidemos que, seguramente, hay gente que ya tiene preparados los cursos para dar inteligencia artificial a docentes. Sin conocer, claro está, nada de algoritmos. Pero bueno, es lo que tienen las revoluciones educativas. No hace falta saber de guillotinas para usarlas. O para decir a otros que las usen. Lo importante es no mancharse.

He vivido más revoluciones educativas en las últimas décadas que leyes. Imaginaos si he llegado a vivir revoluciones. Que si las PDI que, al final, solo sirvieron para que un par de empresas se sacaran una pasta. Que si el Prezi. Que si las Google Glass. Que si el movimiento E3 de Telefónica. Que si el uso educativo de la realidad aumentada en educación. Que si la impresión 3D. Que si el uso de escape rooms (o break edu). Que si el kahoot. Que si determinados métodos imposibles para aprender a leer o entender las matemáticas. Que si el flipped classroom. Que si el ABP que, en ocasiones, ya no es ABP. Y todo eso sin contar todas las pseudociencias que han entrado con fuerza como las inteligencias múltiples, los estilos de aprendizaje, el DUA y las neurocosas que imparte un docente que ha hecho un cursillo de veinte horas a distancia.

Las revoluciones educativas no existen. Son trampantojos interesados. El problema es que, mientras algunos se intentan adaptar, con toda la buena intención del mundo, a una determinada revolución educativa, ya hay otra que ha desbancado a la primera. Revoluciones, por cierto, siempre avaladas por los mismos. El mismo que os explica cómo gamificar el aula os explicará, seguramente, las potencialidades de la inteligencia artificial. ¿Os acordáis de aquellos que, cuando salió Pokémon Go hablaron de su incorporación en el aula? Incorporar modas no es relevante para la educación. Especialmente si no están testadas y evaluadas. Eso sí, quién va a negarle a alguien que, para conseguir seguidores o que le hagan casito hable de la canción de Shakira y de sus potencialidades educativas. Yo no. Cada uno es libre de aumentar el ego y ganarse la vida como considere. Siempre, claro está, que no lo haga con el dinero de todos.

Pero bueno, quién soy yo para cuestionar las revoluciones. Quién soy yo para decir que la aparición del chatGPT va a ser algo irrelevante para el aprendizaje del alumnado. Ojo, no estoy entrando en el uso de la inteligencia artificial. Estoy hablando de aprendizajes de alumnado y centrándome en etapas obligatorias (aunque, en este caso, tampoco lo veo en postobligatorias).

A mí dadme una pizarra blanca y un rotulador. Una verde y un montón de tizas. O, como siempre pido, además de lo anterior, un equipo informático que se encienda rápido, un proyector, un equipo de sonido y una conexión a internet decente. Y, claro está, unas ratios bajas. Las revoluciones educativas se las dejo a otros. Eso sí, por favor, no me vengáis un día en que lo revolucionario es ser republicano y, al día siguiente estéis haciendo una genuflexión a los miembros de la monarquía. No cuela.

Dar clase es revolucionario. Lo demás, humo de colorines que algunos saben vender muy bien.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉

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