Estoy muy cansado de la evolución, o más bien degradación, de las redes sociales. Especialmente de aquella evolución que, al final, deja como único argumento el ataque ad hominem, el azuzar a la jauría o, simplemente, el crearse cuentas anónimas para atizar a aquellos que no piensan como uno. Debo reconocer que puede ser divertido puntualmente. Incluso puede darse el caso de intentar chapotear, en un producto mixto de arena, agua y detritus, por imposición del contexto.

Pero, sabéis qué pasa. Que, al menos en mi caso, hay cuestiones que me afectan en lo personal. Y no estoy hablando de mí. Yo puedo defenderme, ya que tengo unos determinados aprendizajes acumulados y, por suerte, me manejo bastante bien en el proceso de autoaprendizaje. El problema está con mi hija. O con los hijos de cualquiera de los que os pasáis por aquí. Esos hijos a los que les estamos hurtando el futuro, mientras se dan debates absurdos en X o se promocionan en los medios recetas que, lo único que hacen, es ahondar en la miseria educativa más absoluta.

Yo quiero que mi hija aprenda. No creo ser alguien tan raro. No creo que pedir que mi hija pueda dar clase, que tenga al profesorado más preparado y que no experimenten con ella determinadas metodologías, sea ser un mal padre. Tampoco creo que sea ser un mal padre elegir el mejor centro educativo que pueda permitirme para ella. Por cierto, en mi caso estoy eligiendo un centro público porque, por suerte, el curso que viene hará primero de bachillerato y ya está el alumnado “filtrado”. ¿Os suena mal el concepto de “filtrado”? ¿Seguro que os suena mejor el concepto de “no poder hacer nada en el aula” y que “vuestro hijo no aprenda nada” porque hay compañeros de aula que no dejan dar clase? ¿Eso os suena mejor? ¿Debe vuestro hijo ser un mártir? Yo creo que no. Suficientemente complicada es la vida de un niño o adolescente para complicársela aún más. A mí esto de que se vaya a la escuela a sobrevivir no lo compro. No lo quiero para mi hija. No lo quiero para los hijos de los demás.

Claro que quiero un centro educativo libre de móviles. Claro que me apetece que mi hija sepa “cosas de toda la vida”. Claro que prefiero que, más allá de que le manden proyectos chorras, le den una base sólida de conocimientos. Es que quiero lo mejor para ella. Y, repito, querer lo mejor para nuestros hijos debería ir de la mano con querer lo mejor para los hijos de los demás.

Hoy he realizado el proceso de admisión de mi hija. He elegido un centro en el que sé que hay grandes profesionales. Sé que la etapa de bachillerato, aunque se haya torcido en los últimos años, es todavía un reducto en el que se pueden aprender cosas en determinados centros educativos. Y eso hace que haya tomado esa decisión. No quiero que mi hija se preocupe de nada más que de ir al centro, aprender y poder estar bien con sus nuevos compañeros. ¿No es lo que queremos todos? Queremos la mejor educación posible, sin que experimenten con nuestros hijos y sin pedir, al final, nada más que espacios seguros para el aprendizaje y la relación interpersonal. Espacios en los que se aprenda y se trate bien al alumnado. Tan sencillo y tan complicado como eso.

No creo que sea delito pedir que mi hija aprenda aunque, algunos, por lo visto, defienden que tenga que serlo. Yo la quiero mucho. Y quiero el mejor presente y futuro para ella. Soy así de raro. Soy así de mal padre.

Me apetecía reflexionar sobre ello en voz alta. A veces me da por hacerlo. Y eso que muy pocas veces hablo de temas que me afecten tan personalmente como este.

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