En primer lugar me gustaría pediros disculpas a los que os podáis sentir ofendidos por este artículo o, simplemente, estéis tan enrocados y encerrados en vuestra atalaya pedagógica que no entendáis qué es lo que estoy proponiendo en el mismo. Sé que es muy cómodo culpar de todos los males de la educación a los docentes que, dentro de sus aulas de etapas obligatorias, están lidiando con esa realidad que vosotros desconocéis. Y tengo muy claro que, a pesar de lo que voy a escribir a continuación, es imprescindible una buena formación inicial, junto con un acompañamiento a lo largo de un período más o menos largo, para los que entran en las aulas. El problema es que algunos no estáis haciendo bien vuestro trabajo. Y vuestro trabajo no debería ser publicar papers a peso, ni cuestionar a los profesionales que no saben aplicar vuestras ensoñaciones pedagógicas. Vuestro trabajo debería ser darle una vuelta a lo que estáis haciendo porque, al final, nos jugamos algo que, a nivel global, es muy importante.

Sé que la educación no es la panacea ni la solución a todos los problemas sociales. Entiendo de sus limitaciones pero, lo que no podemos obviar es que, incluso que no sea la solución a todo, sí que una mejor educación y un mayor aprendizaje que reciba nuestro alumnado puede revertir positivamente, principalmente en el alumnado más vulnerable y, en segundo lugar, al reducir ese alumnado más vulnerable y dotarlo de herramientas y conocimientos, poder tener una sociedad más justa. Pero bueno, no nos vayamos por las ramas y, aunque sean las seis de la mañana (¡mierda de insomnio!) voy a intentar desarrollar lo que quería deciros hoy.

Es un hecho indiscutible que tenemos buenos maestros (especialmente maestras, ya que son mayoría en nuestras aulas) en España. Maestros que se esfuerzan por enseñar a sus alumnos, que se adaptan a las circunstancias, que innovan en sus metodologías, que se forman continuamente y que se implican en la mejora de la calidad educativa. Maestros que, en definitiva, hacen su trabajo con profesionalidad.

Pero, ¿cómo es posible que tengamos buenos maestros si la formación inicial que reciben es tan deficiente? ¿Cómo es posible que salgan preparados para dar clase si la mayoría de los docentes que les forman no han pisado un aula en su vida? ¿Cómo es posible que sepan cómo gestionar un grupo, cómo motivar a los alumnos, cómo evaluar los aprendizajes, cómo atender a la diversidad, cómo integrar lo que les pide la normativa, cómo usar las TIC, cómo prevenir el acoso escolar, cómo fomentar la convivencia, cómo aplicar ciertas metodologías, cómo… si todo eso no se les enseña en las Facultades de Magisterio?

La respuesta es sencilla: tenemos buenos maestros a pesar de las Facultades de Magisterio, no gracias a ellas. Y lo mismo podríamos decir del profesorado de Secundaria, que tiene que hacer un máster para acceder a la profesión, una vez obtenida una titulación previa, que no les sirve de mucho, salvo para cumplir un requisito legal. Un máster que, en muchos casos, se imparte por profesores que tampoco han dado clase en Secundaria, que desconocen la realidad de los centros, que se limitan a repetir teorías obsoletas o a imponer modas pedagógicas sin evidencia científica.

¿Qué podemos hacer para mejorar esta situación? ¿Cómo podemos garantizar que la formación inicial de los docentes sea de calidad y responda a las necesidades del sistema educativo? Pues sí, me gusta dar desde aquí algunas propuestas. Propuestas entre las que incluiría, para mejorar esa formación inicial de los docentes que aterrizan en las aulas, las siguientes:

  • Revisar el currículo de la formación inicial de los docentes, eliminando las asignaturas que no aportan nada o que son redundantes, e incorporando las que son realmente relevantes y prácticas.
  • Aumentar las horas de prácticas en los centros educativos, asegurando que los tutores sean docentes con experiencia y reconocimiento, y que haya una coordinación y una evaluación efectivas entre la universidad y el centro.
  • Exigir que los docentes que imparten la formación inicial tengan experiencia docente previa, como mínimo de un determinado número de años, en la etapa que están formando, y que se actualicen periódicamente en sus conocimientos y competencias.
  • Fomentar la colaboración entre las Facultades de Magisterio y los centros educativos, creando redes de intercambio, proyectos conjuntos, actividades de formación, etc.
  • Promover la investigación en educación desde un enfoque interdisciplinar, involucrando a las administraciones educativas, a los centros, a los profesores, a los alumnos, a las familias y a otros agentes sociales, basándose en la evidencia empírica y en la transferencia de resultados.

Y, por último, me gustaría añadir una propuesta más radical: eliminar las Facultades de Pedagogía. Sí, has leído bien. No hace falta que te quites las legañas si estás leyendo esto antes de ir al trabajo. Las Facultades de Pedagogía son innecesarias y no sirven para dar ideas acerca de la mejora educativa. Es por eso que en muchos países no existen. La pedagogía, a diferencia de cómo nos la están vendiendo desde algunos lugares, no es una ciencia, sino una disciplina normativa que pretende decir cómo debe ser la educación, sin tener en cuenta la complejidad y la diversidad de los contextos educativos. Además, en la actualidad, esa pedagogía académica ha derivado hacia el pedagogismo, siendo eso lo que se hace en la mayoría de despachos, se basa en ideologías, en dogmas, en prejuicios, en modas, en intereses, en utopías, en fantasías, en mitos, en… pero no en la realidad.

La educación no necesita pedagogos, necesita profesionales que sepan cómo enseñar y cómo aprender, que conozcan los contenidos de las materias que imparten, que dominen las competencias transversales que se requieren en el siglo XXI, que sepan cómo investigar y cómo innovar, que sepan cómo trabajar en equipo y cómo liderar proyectos, que sepan cómo comunicarse y cómo relacionarse, que sepan cómo resolver problemas y cómo tomar decisiones, que sepan cómo ser críticos, creativos y, lo que es más importante, personas de ética. Un inciso, si en las Facultades de Pedagogía se dedican a investigar, con profesionalidad, acerca de temas educativos, trasladando esa investigación a las aulas y las renombramos Facultades de Investigación Educativa, compraría su existencia. El nombre, en ocasiones, importa. Especialmente si está asociado a lo que hay tras el mismo.

En definitiva, tenemos buenos maestros a pesar de las Facultades de Magisterio, pero podríamos tener mejores maestros si las Facultades de Magisterio fueran mejores. Y, para eso, hace falta un cambio profundo y urgente en la formación inicial de los docentes, que ponga el foco en lo que realmente importa: la calidad de la educación.

Me gustaría aclarar varias cosas antes de que algunos cuestionéis algo de lo que he escrito, aunque sé que esa aclaración no va a servir de nada a aquellos que sé que, antes de leerse el artículo de hoy, ya van con ideas preconcebidas por ser yo el que lo escribo. Pues bien, me gustaría aclarar que, al igual que tengo claro que en los centros educativos deben haber cambios, también creo que debe haber cambios en la formación inicial. Soy de los convencidos de que la educación «real» (sé que algunos me van a decir que lo que hacen en sus Facultades de Magisterio también es real, pero estoy hablando de otra cosa con el entrecomillado) funciona a pesar de la formación inicial de los que estamos en el aula. Que tenemos grandísimos profesionales en ellas y que podrían ser todavía mejores si se mejorara la formación inicial. Bueno, simplemente me conformaría con que se hiciera algún tipo de formación en el que las excepciones actuales se hicieran norma. Y creo que sería bueno para el alumnado de etapas obligatorias porque, al final, lo que es bueno para los docentes es bueno para su alumnado. Algo que debería ser de cajón.

Así pues, desde aquí me gustaría pedir, a los que gestionan la formación inicial del profesorado y a aquellos que trabajan en esos lugares, considerando que la mayoría de ellos quieren hacerlo lo mejor posible, que le den una vuelta a lo que están haciendo. Y que, por favor, esa minoría de personajes, englobados en determinados colectivos, con cuenta en las redes sociales, o mediatizados ad infinitum, dejen de acusar de forma machacona a los docentes que están en aquellas aulas, mucho más complejas que las universitarias, haciendo lo mejor que saben con los recursos que tienen.

Finalmente un detalle… si algo no sirve y cuesta dinero, lo mejor es chaparlo. Después si queréis lo hacemos de cero. Al igual que es mucho más caro y más complicado intentar mantener una casa en ruinas que hacerla de nuevo, con todas las medidas de seguridad y distribución que elijan los que quieren vivir ahí, ¿por qué no hacemos lo mismo con el modelo de formación inicial del profesorado? Pensemos, por una vez en el alumnado y en los miles de profesionales que, con una formación inicial deficiente, hacen maravillas con su alumnado. Así que, imaginaos si la formación inicial fuera diferente de la que, actualmente, se les está dando.

Voy a por el café y preparo el paraguas…

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