En nuestras aulas tenemos alumnado disruptivo, alumnado con necesidades educativas especiales y alumnado con altas capacidades. Además, aunque algunos se les olvide siempre en sus discursos, tenemos un porcentaje importantísimo de alumnado “normal”. Sí, tenemos alumnado que puede aprender y cuyo aprendizaje se lastra por la existencia de inclusiones mal entendidas o, por el hecho de estar en un curso en el que es muy difícil dar clase. A ver, que lo de que en esa aula es imposible dar clase, salvo para el iluminado que dice lo contrario en la Junta de Evaluación, es algo demasiado habitual. Y si a tu hijo le toca estar ahí, salvo que tengas un apoyo familiar brutal, ya lo has perdido.
Ser “normal” es lo habitual. Hay alumnado que no destaca a priori ni por arriba ni por abajo. Hay alumnado que se porta bien en el aula. Hay alumnado que deja explicar, aprende y del que, curiosamente, todo el mundo pasa de puntillas del mismo a la hora de tomar medidas. Pero ese porcentaje de alumnado existe. Y supone cerca del 70% de todos los centros educativos en los que he dado clase. Joder con la mayoría silenciosa. Con ese alumnado que, cada uno con sus características, tiene el inconveniente de estar en un sistema educativo que no piensa en ellos. No, nadie piensa en ellos.
Hablamos de apoyos a la diversidad y de Bachilleratos de excelencia. Hablamos de inclusión (algo que debemos hacer, pero más que hablar también implica recursos) para alumnado que tiene unas determinadas necesidades. Apoyamos y mantenemos en el aula, por cuestiones varias, a alumnado que solo tiene el objetivo de romper la dinámica de la clase. Y todo olvidándonos de los pobres alumnos en los que nadie piensa. Alumnado que podría aprender mucho más y al que sí que sesgamos, en muchas ocasiones, la posibilidad de romper techos de cristal porque, entre ese alumnado normal hay hijos de inmigrantes, proletarios, autónomos e incluso hijos de familias de nivel socieconómico y cultural alto. Sí, a esos también les estamos dejando a la dula sin pensar en ellos. Nunca la mayoría había importado tan poco como sucede en educación.
Algunos que se llenan la boca con lo de personalizar el aprendizaje, ayudar a ese alumnado al que le cuesta mucho o tiene problemas para aprender, disculpar que haya alumnos que revienten la clase porque “ay los pobres o la situación tan dura que tienen en casa, debe justificarse todo” o, simplemente, pedir centros de excelencia o grupos de nivel para alumnado que tiene muchas capacidades, deberían pensar en la mayoría del alumnado. La mayoría importa. Y en el ámbito educativo, esa mayoría es la que vamos a perder si dejamos de apostar por ella.
El post de hoy iba a escribirlo acerca de esas familias de clase media que se han unido para llevar (yo hubiera dicho usar, para satisfacer su ideología o creencias) a sus hijos a centros gueto lejos de su domicilio (fuente). Sí, hubiera dicho que los hijos no se merecen que se experimente con ellos. Tomar esta decisión y alejar a los hijos de uno del barrio donde se reside, es para poner un símil, ir de manifestación, ver que vienen hostias y poner a tu hijo delante para ver si así no te cae ningún porrazo. Ya, lo sé, he exagerado, pero las luchas de uno debe hacerlas uno y no dejársela a los demás. Menos aún a los hijos. Menos aún si son menores de edad. Y, por cierto, los centros gueto no los solucionan estas medidas muy mediáticas, con palmeros que jamás lo harían con sus hijos aplaudiendo como desesperados en las redes. Los centros gueto, tal y como escribí hace tiempo (enlace al post), son un problema urbanístico. Pero bueno, siempre es más cómodo buscar soluciones fáciles o no querer ahondar en problemas complejos.
Al final ya habéis visto que he hablado un poco de dos temas. Eso sí, el primero me importa bastante más que las noticias de prensa y debates en las redes que ha provocado el segundo porque, a mí sí que me importa el alumnado “normal”. Y alguien debe defenderlo y pensar en él.
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A mí me endiñaron una vez a un grupo de FPB y lo pasé fatal. Al cabo de los años he llegado a una conclusión: a unos chavales perdidos por vivir en familias disfuncionales, en vez de ayudarles con técnicos en psicología o asistencia social o lo que sea, el caso es que los mandaron con un electricista para que los reconstituyera.
Estoy convencido que fracasé, yo estoy orgulloso de mi saber de electricista, y aquello me superó, a fin de cuentas soy profesor de FP, ni siquiera profesor de ESO. Aún así, sé que hay compañeros míos que son capaces de sacar algo de esos chavales perdidos y abandonados por su familia que lo pasan fatal en la que podría ser una de las mejores etapas de sus vidas.
Es todo muy complicado y hay una falta de recursos brutales. Eso sí, o intervenimos socialmente aparte de educativamente o no vamos a conseguir ayudar a mucho de ese alumnado que, desgraciadamente, perdemos por el camino.