Se está gestando un discurso muy peligroso acerca de la educación. Basado en la existencia de cuatro que sacan pasta, otros que lo difunden en las redes sociales y en los cursos de formación (con el aval en muchos casos, claro está, de los que los contratan) y, finalmente, una horda, cada vez mayor, de docentes que compran ese tipo de discursos.
Sí, hay docentes en nuestro país que creen que se enseña la lista de los Reyes Godos. He dicho docentes. Sí, de esos que están en el aula. Creen a pies juntillas en lo anterior y en lo incapaces que son todos los docentes que no opten por el método que les han vendido sus mesías. Además, son incapaces de cuestionarse nada. Es algo muy triste y peligroso. Ojo, que cuando llegan al «poder» dentro de los centros educativos imponen a sangre y fuego lo que les mandan sus líderes pedagogistas. Y si algo no funciona, la culpa siempre del docente que no ha sabido usar bien ese método en el aula. Todo, claro está, aderezado con encuestas y publicaciones en las redes sociales en los que difunden sus maravillosos proyectos. Bueno, la parte que pueden vender de los mismos porque, al menos los que nos dedicamos a docencia, sabemos que no hay nada que hagamos que no tenga sus problemas. Pero difundir el error no interesa. Se penaliza con menos seguidores que, al final, lo que quieren ver es el éxito sin fisuras de su modelo.
Va, os voy a poner un ejemplo de ese bombardeo de tablas que son tan maravillosas y fáciles de detectar como fake (por parte de cualquiera con dos dedos de frente) que nos encontramos, tanto en las Facultades de Magisterio, en el Máster del Profesorado y en muchos cursos de formación. A lo mejor cambian los colores pero el contenido, normalmente sin referenciarse ni nada, es siempre calcado.
Lo tradicional es malo. Lo que mola es ser innovador. Innovador con pedagogías que, curiosamente, son de antaño melonar pero que, bajo la patina de modernidad, se venden como maravillosas. Dar clase sabiendo y sabiendo explicar no forma a jóvenes con sentido democrático ni respeta las necesidades e intereses del niño. Explicar la Guerra Civil sin haber obligado a ver un vídeo en casa o sin la construcción de una maqueta que reproduce un búnker, no sirve para que el alumnado aprenda. Tampoco sirve hacerlo sin ir disfrazado de aliado o de nazi, mientras haces malabares con granadas de mano, mientras tu alumnado está buscando pistas en Google para poder hacer un escape room. Bueno un break room edu. Es que el nombre también importa.
Y ya no digamos cuando a uno se le tilda de maestro tradicional…
Por lo visto un maestro tradicional tiene prejuicios, no planifica sus actividades, no lleva un seguimiento de sus alumnos, no consulta con sus compañeros, utiliza materiales viejos, etc. No es lúdico ni dinámico como un docente innovador y, como dicen algunos, debe ser eliminado del aula porque, al final, si uno no consigue motivar al alumnado, hace que el alumnado sea feliz, les proteja frente al fracaso o, simplemente, opte por usar materiales que ha ido mejorando con los años (o se ha quedado con los que le funcionan porque, a veces funcionan unos materiales de forma atemporal), no es un buen profesional del siglo XXI.
No lo olvidemos, desde el momento en que hay gente tan incapaz de ver que el discurso de «tenemos alumnado del siglo XXI, con unas instalaciones del siglo XIX y unos docentes del siglo XX» es más falso que un euro de chocolate o un billete del Monopoly, existe un problema.
Es que si la solución a la educación pasa por tener directores que impongan, sin oír al Claustro y sin leer investigaciones previas (o simplemente acudir a las hemerotecas), determinadas praxis pedagógicas a sus docentes o, simplemente, en dedicar todo el discurso a decir lo malos que son los docentes que no lo hacen como quiero yo que lo hagan, amén de desprestigios constantes y hacerles la vida imposible en sus centros, tenemos un problema. Bueno, quienes tienen el problema es el alumnado porque, al final, todos esos experimentos, de duración siempre limitada, tienen sus consecuencias.
No hay docentes tradicionales ni innovadores. Hay docentes que conocen su materia y saben explicarla. Otros que conocen su materia y les cuesta saber explicarla. Y, finalmente, un tercer grupo que no sabe su materia e intenta encubrir esas limitaciones haciendo ciertas cosas. Curiosamente estos terceros son los que más salen en los medios. Y eso es algo que nos debería preocupar.
No hay nada peor en educación que tener una venda en los ojos y comprar acríticamente ciertas cosas. Ser docente, como he dicho siempre, no te hace ser más inteligente. Te hace tener una base para poder discernir e investigar antes de comprar ciertos discursos aunque, en una época de consumo inmediato (¡la gran cantidad de tuits falsos que nos tragamos como ciertos!), es muy fácil comprar ciertos discursos de PowerPoint avalados por personas que saben venderlos muy bien, que cuentan con un gran apoyo mediático y de muchas administraciones educativas. Y ya no entro en los intereses de ciertas organizaciones (OCDE y Banco Mundial, entre otros) para imponer ese discurso.
Cuando un tuit llega a miles de retuits y me gustas, incluso que se rectifique a posteriori, normalmente con muchos menos retuits y me gustas que el tuit fake, ya ha calado. Y eso es lo que sucede con ciertos discursos educativos.
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Lo curioso es que se sientan satisfechos con esa forma de ver el mundo cuando, año tras año, ven a sus estudiantes fracasar. Les aprueban, si, pero fracasan. Si les miran en la EVAU, han fracasado. Si les miran lo preparados que están para la vida, han fracasado. Si les miran en su comportamiento cívico, han fracasado. Si les miran en lo que saben del mundo, han fracasado.
¿Qué hacen en las facultades para generar profesores tan «innovadores»?
Lo de repensar las Facultades de Magisterio es algo que debería hacerse con urgencia. Contando, tanto con los maestros de aula (que digan qué necesitan o que creen que les hubiera venido bien) y con los profesores de esas Facultades. El problema es que el discurso mayoritario, por desgracia, está siendo muy poco crítico con ciertas cosas. Demasiados vídeos de Ken Robinson y demasiados pocos libros de filosofía y ética.