No es que esté especialmente pesimista estos días. Estoy, después de unos cursos “fuera de la realidad”, abriendo los ojos demasiado rápido. Dándome cuenta que todo lo que llevaba haciendo estos últimos cursos en la Conselleria de Educación, creyendo en determinados proyectos y haciendo horas como si no hubiera habido un mañana era todo un bluf. Es ver la cara de un montón de alumnos a los que no puedo llamar por su nombre, ver el agotamiento en la cara de las personas del equipo directivo de mi centro, a tutores que están haciendo malabares para que sus grupos funcionen y a los administrativos desbordados. Cada día que pasa llegan alumnos nuevos a un centro educativo diseñado para unos quinientos alumnos. Ahora hay cerca de mil novecientos y, al ritmo que va la incorporación de nuevos alumnos (lo que se llama matrícula viva), es bastante más que probable acabar llegando a los dos mil. Lo normal. Décadas con la educación abandonada. Décadas en las que a nadie le ha importado mejorar infraestructuras. Hasta hace unos años no se había construido un solo centro nuevo. Vergonzoso.

Hoy no ha sido mi día más duro. Eso sí, con un calor extremo, bebiendo agua como si no hubiera un mañana, con alumnado al que me apena no poder llegar a conocer ni cumplir sus expectativas, con planificaciones que se me desmontan ante toda la realidad que me rodea. Duermo mal. Duermo muy mal. No soy el único. Llevamos nada del curso y en nuestro centro educativo todos tenemos cara de agotados. Nos vemos las caras y es más un rictus que otra cosa. Además buscamos culpables donde no los hay. Que no hay aulas y que nos meten más alumnos en nuestra asignatura… es que el equipo directivo. Pues va a ser que no. En el calor del momento quizás, pero viendo los espacios y la cara de agotamiento de ellos, no puedo menos que ver que ellos se encuentran entre la espada y la pared. Imposible. Se respira al llegar al aula. Sudo. Me desespero por dentro. Intento demostrar humanidad delante del alumnado. Despliego energías que intento sacar siempre. Y la sonrisa. La necesidad de que sepan que como mínimo me tienen ahí. Sé que muchos tienen circunstancias muy jodidas. Estoy es una auténtica mierda. A nadie de los que mandan le importa esto. Es muy duro. Ya no hablo del tema laboral. Hablo del tema anímico. Y de recursos. Sí, esto va de recursos. De recursos de muchos tipos. No solo edificios. No solo más profesorado. Va de una inversión brutal en educación.

Sobran papeles que nadie se va a leer. Falta coordinación porque es imposible coordinarse. No es porque no se quiera. Es porque es imposible. Sin más. No hay opción. Miro mi taller de Tecnología y veo que no hay ninguna máquina que cumpla las medidas más básicas de seguridad. Y pasa en todos los talleres de mi asignatura en los que he trabajado. Dotaron con materiales y herramientas cuando se creó la asignatura con la LOGSE y nadie se ha preocupado de renovar ese material. Rezas porque el proyector de tu aula funcione. Te acuerdas de todos aquellos que se llenan la boca con la educación blablabla, los enanos blablabla, las pruebas PISA blablabla, los… desesperado es poco.

Me siento humillado como trabajador. Me siento minusvalorado como parte de un colectivo maltratado. Me siento parte de un sistema en el que lo que menos importa es el servicio público y los destinatarios de ese servicio. Desbordo energía y no me sirve. Desbordo imaginación y no me sirve. Sé mucho, al igual que todos mis compañeros, y no me da. Por cierto, también sé de tecnología, de estrategias metodológicas y de todo eso que creáis que me falta. Aun así cometo errores porque me puede el contexto frente a las cuatro paredes, con ventanas y puertas abiertas de mi clase. Sudo. Sudo mucho. En lugares en los que parece imposible que uno pueda sudar.

He cometido un error tonto hoy a la hora de explicar un concepto en segundo de Bachillerato y lo he cometido por un agotamiento que, después de las vacaciones, no debería ser tanto. Pero lo hablo con algunos compañeros y están igual. Algo falla. Algo se está haciendo muy mal. No solo en mi centro. Por tanto no es culpa de los profesionales que estamos en los mismos. Ni de los alumnos. Ni de las familias. Joder, es que desespera la situación. Como para preocuparme de si programo bien o mal mi clase. Como si hago o no una evaluación inicial. Como si pongo o no exámenes. Hay cosas muchísimo más importantes. No es una cuestión de vagancia. Es una cuestión de impotencia.

Después del desahogo que me he permitido hoy solo deciros que mañana, al igual que van a hacer todos mis compañeros, voy a levantarme con ilusión por ir a trabajar porque, aunque soy un docente vacacional y no vocacional, es un trabajo que me gusta mucho. E, incluso en unas condiciones en las que no debería darse clase, voy a hacer lo imposible, con las limitaciones que tengo, para que mi alumnado aprenda ya que para eso me pagan. Y eso es lo que hacemos los profesionales. O los que creemos que esto, más que ser un sacerdocio, es una profesión. Eso sí, luchando como siempre para y por mejorar el futuro de mis alumnos. Al igual que hacemos la inmensa mayoría de los que nos dedicamos a esto.

Perdonadme pero, como he dicho siempre, esto no va de otra cosa que de explicar cosas acerca de lo que vivo y/o de lo que hago. Un abrazo a todos. Salvo, claro está, a aquellos que, pudiendo revertir determinadas cosas no lo hacen. Y sé que no es fácil pero, como mínimo, agradecería que algunos lo intentaran. Sé que otros lo intentan pero son, por desgracia, minoría.


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