Estamos en una sociedad en la que es más importante mostrar la vida de uno que vivirla. Las redes sociales han permitido que, desde el momento en que abrimos el primer ojo por la mañana, ya podamos empezar a publicitar qué hacemos en cada momento. Desde la fotografía de la primera vista desde la ventana, hasta el momento en el que nos retocamos frente al espejo del baño. Y ya no digamos la cantidad ingente de desayunos, almuerzos, comidas y cenas, encontrando más placer en su difusión que en su ingesta. Hay una parte de vida que se la llevan las redes sociales. Una parte que tampoco tiene porque ser cierta porque, no nos olvidemos, que las redes sociales falsean, en ocasiones, una realidad de mierda para mostrar la cara más amable o edulcorada de la misma. Se puede haber tenido un día de mierda y siempre se publica la foto en Instagram con una sonrisa de oreja a oreja. Incluso que, en ocasiones, uno se haya enterado hace pocos minutos del fallecimiento de un ser cercano. Es que hasta he visto selfis en entierros. Así que ya no digamos en bodas, bautizos o comuniones.

Las redes sociales han impactado en nuestra manera de relacionarnos con los demás pero, el gran problema de su uso no es usarlas para difundir lo que uno hace o vive. El gran problema, al menos como docentes, es que algunos las usan para publicitar cosas que jamás deberían publicitar. En primer lugar porque no cuentan con el permiso de su alumnado, familias o responsables de la administración educativa. En segundo lugar, más allá de la ilegalidad que están cometiendo (con consecuencias que siempre pueden ser jurídicamente desagradables), por respeto a su profesión y a los menores con los que se está trabajando. No solo menores porque esa difusión multimedia indiscriminada de lo que sucede en las aulas también se realiza en el ámbito universitario.

Como docentes tengo claro que es lo que jamás deberíamos publicar en las redes sociales personales. Menos aún desde la aprobación del RGPD. Y dentro de esa lista se debería incluir lo siguiente:

  • Imágenes o vídeos tomados en clase o en la realización de alguna actividad educativa con alumnado (dentro o fuera del centro). Se incluye en lo anterior las charlas de profesionales que pueden venir a vuestro centro educativo.
  • Encuestas pasadas a alumnado, familias o resto de docentes.
  • Imágenes o vídeos de vuestros compañeros de profesión (salvo, claro está, que os vayáis de paella fuera de vuestro horario laboral y lo hagáis con conformidad de todos) haciendo determinadas actividades en vuestro centro (claustros, reuniones de equipos docentes,…).
  • Las actividades que hace vuestro alumnado en vuestras clases o el contar anécdotas que les impliquen.
  • Los mensajes que os envían de forma privada vuestro alumnado. Especialmente grave es usar esos mensajes, por mucho permiso que les hayáis pedido (son menores y no pueden daroslo), para publicarlo en las redes sociales para insinuar qué buenos profesores sois.
  • Información acerca de datos de bullying en vuestras clases o insinuarlo. Ni tampoco debéis hablar de la orientación sexual de los mismos, ni de los problemas alimentarios ni psicológicos de vuestro alumnado. Especialmente si los datos anteriores los habéis conocido desarrollando vuestra profesión.
  • Exámenes o trabajos de vuestro alumnado por mucho que los anonimicéis para reíros de ellos o aplaudir lo bien que lo hacen.
  • Imágenes de los ponentes de las charlas que vienen a dar a vuestro centro o que se realizan por parte de los servicios de formación del profesorado. Por cierto, los centros de formación del profesorado tampoco pueden publicar en sus cuentas imágenes de las formaciones que imparten,…

En definitiva, no debéis publicar nada en cuya difusión estén datos profesionales. No solo sucede en educación. También hay personal sanitario que, por ejemplo en Twitter, cuentan cosas que les han sucedido en sus guardias. Algo que, por cierto, también es constitutivo de delito. No debemos difundir cuestiones profesionales en las redes sociales. Ni una ni media. Bueno, con la salvedad, claro está, de los materiales o estrategias que estemos usando en el aula, nuestras sensaciones personales (miedo, que nos haya salido bien o mal una clase, etc.), cuestiones que solo nos afecten a nosotros u opiniones, más o menos críticas, acerca del sistema educativo o cualquier otro tema en el que solo haya personas mayores de edad implicadas (no alumnado ni familias). Incluyendo, claro está, las críticas a la formación que hemos podido recibir, a las afirmaciones de ciertos gurús o a lo que venden otras personas en las redes sociales porque, con sus mensajes ya han abierto el debate.

Ya sé que lo anterior les jode el chiringuito a más de uno (que vive de publicitar en las redes sociales lo que hace en su aula con su alumnado) pero, aparte de la cuestión legal estaría la ética y la estética. Y nuestro trabajo como profesionales es el de que el alumnado aprenda. No es nuestro trabajo el difundir datos de alumnado menor de edad o datos que hayan llegado a nuestras manos por la profesión que estamos ejerciendo.

Un detalle final… todos hemos cometido errores a la hora de usar las redes sociales para lo que no debíamos. Lo importante es saber rectificar y no empecinarse en usarlas para lo que no deberían ser usadas. Especialmente si respetamos nuestra profesión y a nuestro alumnado.


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