Estos días he visto cosas que jamás me hubiera imaginado que podían suceder. Docentes recibiendo a su alumnado vestidos de playa, otros que hacían una performance de un baile determinado, algunos participando en el montaje de una especie de fotomatón en el que daban entradas a su alumnado y el mismo debía pasar por debajo de unas cintas. Y estoy hablando solo de lo más mediático que hemos conocido estos días. Da la sensación que para algunos centros educativos y equipos directivos (¡esto no se hace si no se potencia y gestiona por parte de ellos!) sea mucho más importante el espectáculo que la profesión.
Seguro que se ha hecho con toda la buena intención. Igual que aquella dinámica de hace unos años de un centro de Secundaria en el que los docentes debían buscar sus horarios en el centro. O la dinámica de grupo en la que los docentes deben bailar y escribir en una etiqueta, que deben leer en voz alta, sus aficiones. Joder, que a mi compañera de Matemáticas no le interesa saber si me gusta ir al monte a por setas o me gusta dormir en sábanas de un determinado color. Serán conversaciones informales que, seguramente, ya irán surgiendo en las horas de café y momentos de guardia. Lo de forzar ciertas prácticas que algunos han visto en la televisión o en las redes sociales es una auténtica gilipollez. Por cierto, tan gilipollas es quien lo monta como quien participa libremente en esos espectáculos. No, por suerte nadie te puede obligar a hacer ciertas cosas. Al menos en la escuela pública, salvo en Cataluña. Da igual que seas el rancio. Yo hay cosas que no haré.
Se están normalizando determinados comportamientos disparatados y ridículos por parte de algunos compañeros. Se está normalizando que haya cursos de formación en los que te obliguen a hacer y lanzar avioncitos de papel. Otros en los que te hagan dar palmadas a varios globos para que los mismos no caigan. Otros en los que te obligan a cerrar los ojos, mientras mueves las llaves con una mano. Es que se nos está yendo todo de las manos.
Ya no entro en todos esos teachtokers que hablan de su día a día, de la ropa que se ponen, de si su alumnado, después del verano, estará enamorado. Es que me dan muchísima vergüenza. Solo espero que algún día alguien en la administración, en lugar de pedir programaciones inútiles u otros papeles que, todos sabemos que nadie va a leer jamás, ponga freno a determinadas cosas. Que empiece a sancionar a los que ponen en peligro, por hacerse los guays y conseguir seguidores, a su alumnado en las redes sociales. Que ponga en vereda a esos equipos directivos que incentivan el hacer determinadas cosas bochornosas a su profesorado que van en contra de lo que dicta el sentido común. Que alguien piense, por una vez en su vida, en qué imagen estamos dando como profesión.
Seguro que a algunos les parece maravilloso participar en ciertas cosas. Seguro que hay quienes van a defender que, lo de bailecitos, tiktoks y difusión en los medios es algo que mola. Hay quienes ya están pensando en qué actividad surrealista van a realizar con su alumnado. Incluso hay quienes gamifican por encima de la propia gamificación. El problema es que, al final, todo lo anterior va en detrimento de muchas cosas. Y a mí lo que me preocupa es que mi alumnado aprenda. Eso no implica que, dentro del aula, no puedan hacerse cosas, como se han hecho toda la vida, más o menos divertidas. En este post estoy hablando de otra cosa.
La profesión docente la estamos degradando nosotros. Bueno, la están degradando algunos. El problema es que esos «algunos», al salir masivamente en los medios, haciendo ciertas cosas, participando en premios de entidades bancarias al docente más innovador o, simplemente, al usar las redes sociales para el autobombo (justificando que no es así, pero a poco que uno quiera verlo lo ve), está colaborando para degradar nuestra profesión. Pero bueno, allá cada cual. Yo seguiré intentando dar clase, que mi alumnado aprenda, yéndome a almorzar con mis compañeros y no colaborando en ciertas astracanadas. Que no cuenten conmigo. Me quiero y quiero mucho a mi profesión, mi alumnado y a mis compañeros.
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Desgraciadamente esto no es nuevo, pero sí que es verdad que estamos alcanzando cotas de estupidez cada vez más altas.
En mi centro he llegado a presenciar cómo un supuesto experto, disfrazado de piloto con barretina, simula la cabina de un avión dentro de un aula llena de profesores a los cuales se les ha dado un billete para el avión. Posteriormente, se invitaba a los profesores a cantar con ruidos guturales y a hacer contacto físico entre ellos realizando danzas tribales. No alcanzo a plasmar en palabras la realidad que viví aquel día. Algunos profesores nos bajamos rápido del «avión» a otros les pareció maravilloso…
🙁
Totalmente de acuerdo.
Ser un buen profesor es enseñar bien,no hace falta hacer el ridículo ,ni tienes por qué ser el más simpático del mundo.
Felicidades por lo bien que has expresado lo que algunos docentes piensan.
Es que para ser un buen profesional (en cualquier ámbito) jamás debería tenerse en cuenta el ridículo que seas capaz de soportar. O hacer motu proprio.