Mira si es fácil en los trece meses de vacaciones que tenemos los docentes, especialmente en los dos más cálidos, haberse preparado los once meses anteriores. Ya sé que tenemos, como profesionales de la (des)educación para algunos, la imposibilidad de ponernos a pensar o plantear que, en algún momento, puede llegar a hacer calor pero, como he dicho siempre, para esos estamos los que tenemos sobredotación neuronal de fábrica. Para ayudar a los que no pueden.
Para refrescarse en verano, seas o no docente, hay un decálogo muy efectivo, que incluye lo siguiente:
1) Beber mucha agua. La cerveza y productos edulcorados con gas, por desgracia, sientan de puta madre pero, lamentablemente, no son tan efectivos como la mezcla de hidrógeno y oxígeno.
2) Llenar con agua fría la bañera y meterte en ella. Si veis que no cabéis en la bañera de vuestra casa, puede ser por dos motivos: vivís en una casa muy pequeña y no tenéis bañera o, siendo aún jóvenes, habéis optado por una ducha porque os han vendido que es lo mejor para ahorrar agua. A ver, que lo del ahorro del agua está muy bien pero, como todos sabéis, nos vamos a pique en un centenar largo de años. Así que ninguno de los que me estáis leyendo vais a estar ahí. Pensad en vosotros. Pensemos en nosotros.
3) Ir a la playa. Si tenéis la suerte de vivir en un municipio de playa o tenerla relativamente cerca, es un buen lugar para reducir los calores. Salvo, claro está, que prefieras coger un cáncer de piel que otra cosa. Que de gilipollas está el mundo lleno.
4) Ir a centros comerciales para pasar el rato. Salen baratos, especialmente si no caéis en el consumismo. Y vamos a ser sinceros, si sabéis elegir bien, los que tienen exposiciones de muebles, especialmente sillones y ventiladores, tienen puntos estratégicos de «cotilleo».
5) El aire acondicionado. Eso solo si os lo podéis permitir. Ya sabéis que el sueldo de un docente se reduce, al igual que el de otras profesiones, al mismo tiempo que aumenta el sueldo de los políticos que gestionan la educación. Sí, es una relación inversamente proporcional. Y cada vez la brecha es mayor.
6) Las pistolas de agua. Sacáis vuestra violencia innata y, mediante unas pistolas que salen muy económicas en el chino de la esquina (no me digáis que en vuestra esquina no hay chino, porque es imposible) podéis hacer una guerra de esas guays. No os dé vergüenza ni que hayáis pasado los cuarenta. La vergüenza no quita calor. Que lo sepáis.
Estoy en el punto seis y no se me ocurre nada más porque estoy en una terraza en primera línea y, como ya sabéis los que podéis disfrutar de este «lujo» no da para pensar mucho. Bueno, podría poner el punto 7, 8, 9 y 10 como diferentes destinos turísticos hacia el norte. Noruega mola en esta época del año. Tampoco hace falta irse tan lejos. Si a uno no le importa que vea como cortan troncos y levantan piedras en la calle, también puede irse al País Vasco. Galicia lo dejo para aquellos a los que les guste el marisco. O a los frikis del Camino de Santiago. Ozú, qué calor pasa el personal. Qué ganas de sufrir por unos sellos que, además no te dan ni una cerveza al llegar si completas el carnet.
Y ya para acabar, aunque esto es mucho más fácil. Lo mejor para no coger calentones que no toca es abandonar las redes sociales educativas, especialmente Twitter. También es importante dejar de leer sobre educación. No prestarle atención a la LOMLOE. Pasar de preparar ninguna asignatura. Ni una sola formación para el zurrón porque no es bueno para el calentamiento global. Nada de pretender indagar acerca de inteligencias múltiples ni simples. Nada de practicar el folleteo al aire libre. Y, por favor, nada de leer a Neruda. Joder con Neruda. Es peor que Dostoievski.
Para luchar contra el calor no sirve criticar a los demás por tener aire acondicionado. Para luchar contra el calor, lo mejor es saber por qué tú no puedes comprarte uno. Y esa es la clave de todo.
Un abrazo. Bueno, mejor no. Hace mucho calor.
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